
Las imágenes que durante los años 80 inundaron las pantallas de los televisores del mundo occidental nos mostraron Etiopía como un país pobre, árido y donde la gente moría a miles cada día. Parecía el mismísimo infierno terrenal.
Sin embargo, aunque es cierto que los años de terrible sequía arruinaron las cosechas y diezmaron a la población, Etiopía es un bello país de montañas, ríos y lagos que tras la época de lluvias se nos muestran a la vista como auténticos vergeles de vida.
A orillas de algunos de esos lagos que salpican el país se han establecido ciudades cuya economía depende, en gran medida, del turismo nacional. Sí, amigos, Etiopía no es un país destrozado donde todo el mundo es pobre. Aquí también existe la clase media y media-alta y no son pocos los que utilizan sus vacaciones para pasar unos días en familia en algún lugar del país.
Aunque Bahir Dar , a orillas del mítico lago Tana (el más grande de Etiopía y con una rica historia, plagada de ritos y leyendas), es el destino nacional preferido por la mayoría de etíopes, unos 270 km al sur de la capital, Addis Abeba, es otro lago el que aglutina hoteles, restaurantes y zonas de ocio. En Awassa (Awasa o Hawassa), dicen los etíopes, la vida tiene otro color.
Orden dentro del caos
Cuando llegué a la estación de autobuses de Awassa proveniente de la caótica Shashemene me dí cuenta de que algo era distinto. Se trataba de una de las vías principales de la ciudad y el gentío habitual que ocupa las calles de las urbes etíopes estaba allí, pero todo parecía moverse dentro de un cierto orden, tan complicado de encontrar por estas latitudes.
Conforme fui avanzando con la mochila a cuestas por las calles del centro vi que los comercios, restaurantes e incluso los colegios, parecían tener mejor pinta que en la capital u otras ciudades por las que había pasado. Tampoco yo llamaba tanto la atención. Cuando me crucé con el cuarto blanco en media hora de camino, entendí el porqué.
Es cierto que uno viaja a África buscando encontrar cosas distintas de las que tienen las ciudades de las que proviene, pero también lo es que después de casi 4 semanas dando tumbos por la Etiopía profunda, tampoco viene mal encontrar algo cotidiano en el camino.
Encontré una pensión precaria donde podría dormir por unos 70 Birrs la noche (3 euros), dejé las cosas y salí a tomarme un buen plato de arroz con carne y verduras en el restaurante de un hotel cercano.
El lago de Awassa
La vida social y recreativa de Awassa se focaliza en la orilla del lago que da nombre a la ciudad.
Caminé hacia ella descendiendo una larga avenida tomada por tuk tuks en la calzada y puestos donde se vendía casi de todo en ambas aceras. Algunos edificios de organismos oficiales se intercalaban con tiendas y restaurantes hasta llegar hasta unos coloridos bares cuyas mesas ocupaban media calle. La música estaba puesta a un volúmen que hacía que se pudiera oir desde centenares de metros a la redonda.

Llegué hasta la ribera del lago justo cuando una lancha cargada hasta los topes de turistas partía hacia el horizonte. Se acercaba la hora del atardecer y algunos románticos querían presenciarlo desde las aguas.
Un paseo se extendía a derecha e izquierda. Una estrecha franja de césped precedía a una zona de juncos que se adentraba en las aguas del Awassa. Entre los juncos faenaban algunas embarcaciones ligeras de pescadores y otros más avezados se adentraban en las aguas pocos profundas (con una media de 10 metros) del lago.
A lo largo de todo el paseo, multitud de pequeños bares, restaurantes y chiringuitos ofrecen bebidas y pescado frito con arroz al personal. Y con mucho éxito. La mayoría de las mesas estaban ocupadas por parejas y grupos de jóvenes que parecían venir aquí cada atardecer. Tal y como vi a orillas del lago Tana en Bahir Dar, la vida social de Awassa se concentraba en este paseo con vistas al lago.
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Encontré un local con música reggae, me senté a una mesa y pedí una cerveza y una especie de pincho de pescados fritos. Cuando me trajeron los pescados tuve una visita inesperada. De los cielos descendió un pájaro que jamás había visto. Era enorme y con una cabeza realmente fea. Los locales parecían estar totalmente acostumbrada a ellos pero yo no era el único sorprendido. Algunos turistas etíopes se hacían fotos (con miedo a acercarse demasiado, eso sí) junto a estos pajarracos.
El visitante se acercaba tímidamente a la mesa pero sin llegar a abalanzarse sobre mis pescados. Lo mantuve a raya con algún aspaviento de mi guía de viajes y al rato, entendiendo que no iba a compartir mi comida con él, levantó el vuelo cual cóndor sudamericano.
Hoteles, resorts y restaurantes en Awassa
Tras mi ligera cena me levanté y seguí paseando hasta que se ocultó el sol. Después deambulé por la ciudad sin rumbo alguno.
En segunda línea del lago encontré un buen puñado de restaurantes occidentalizados, con precios y decoración más europeos y donde se podía pagar con tarjeta de crédito. La mayoría de comensales eran blancos que echaban de menos pizzas y demás platos distintos de los etíopes.
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También existen buenos lugares para desayunar con zumos naturales de fruta fresca y pancakes.
Regresé a mi habitación sin baño de la pensión solo para descubrir que los mosquitos la habían hecho suya durante mi ausencia.
Esto no me habría pasado en ninguno de los buenos hoteles que hay en Awassa. Si puedes pagarlo, te recomiendo que te alojes en el lujoso resort que el gran corredor de maratones Haile Gebrselassie (un dios en Etiopía). Piscinas, paseos en barco o caballo, masajes, spas, varios restaurantes, etc. Lujo total en el corazón de Etiopía.
Sin embargo, no creo que eso sea África. Prefiero vivirla mezclado lo máximo posible con la gente humilde que la puebla.
Awassa es un buen lugar para tomarte un respiro de la vida del mochilero en Etiopía.