Skydive sobre la Costa Brava: volando sobre el Mediterráneo (vídeo)

WC SkyDive Empuriabrava
Los servicios en Skydive Empuriabrava no dejan lugar a dudas (C) Avistu

Te das cuenta de que va en serio cuando se abre la puerta y las ráfagas de viento toman posesión del interior de la cabina. Hasta entonces todos los blogueros lucíamos sonrisas más o menos naturales, desplegábamos comentarios simpáticos bajo los que se notaba un cierto nerviosismo y mascábamos lentamente los minutos que tardaba el avión en llegar a la altitud de salto: 13.000 pies de altura.

En el abarrotado interior del bimotor de Skydive Empuriabrava sólo dos de nosotros habíamos pasado por la misma experiencia, tanto Ignacio Izquierdo como yo habíamos saltado en paracaídas sobre Nueva Zelanda. Pese a ello, y sólo lo reconozco ahora que no me lee nadie, cuando vi saltar a Sele (al que había tranquilizado con frases de ánimo como “caes como una piedra” o “no estás agarrado a nada”) que estrenó el momento, y me tocó a mí acercarme al borde del vacío, me sentí como si fuera la primera vez.

Saltar en paracaídas es un chute de adrenalina que mira, perdonad el juego de palabras, desde lo alto y por encima del hombro al bungee jumping o puenting, con todos mis respetos para quien lo practique.

Cuando uno, encajado en un arnés que le une por cuatro puntos al del monitor, salta desde la avioneta, pasa de estar sentado en un banco a caer a 200 Km/hora desde una altitud de 4000 metros. Y ha de confiar en que el paracaídas plegado a la espalda del monitor, y que no verá hasta que se abra, funcionará correctamente.

“Risto Mejide”. Ese el personaje en que pensé cuando lo ví con ese craneo pelado y unas gafas sobredimensionadas que le tapaban un tercio del rostro. “Bueno, al menos saltaré con un famoso”, me dije. El pibe – un argentino que no tenía nada más que ver con Mejide – era el monitor de mi salto de tándem, el hombre al que le confiaría mi vida.

El pibe se había presentado un rato antes de abordar el aparato, me dio las instrucciones pertinentes, me explicó los movimientos que debería hacer y cómo me los indicaría, me colocó el arnés y con una palmadita en el hombro me dejó un rato a solas con mis nervios y una nueva presión en la entrepierna (por el arnés). Debería haberle preguntado si se acordaba, aunque lo dudo, de mi compañero Quique, que saltó en paracaidas en este mismo lugar en el 2006, un año antes de que yo probara esa experiencia.

Paracaidistas en Skydive Empuriabrava
Nada de tándem: estos paracaidistas son profesionales (C) Avistu

A la avioneta subimos, decididos a saltar, Sele (El rincón de Sele), Victor (Machbel), Roberto y Maribel (El Guisante Verde), Ignacio Izquierdo (Crónicas de una cámara) y Miguel (Miguel en ruta), participantes todos en este Minubetrip de la Agencia Catalana de Turismo. La avioneta despegó y los próximos minutos serían sólo una silenciosa cuenta atrás hacia lo inevitable.

En un determinado momento, el monitor te tratará como Papá Noel a un niño y te pedirá que te sientes en sus piernas; en esa posición le será más fácil enganchar tu arnés al suyo. Cuando la luz de aviso cambia, abren la puerta del Super Otter y el primer paracaidista salta. Mi turno es el siguiente y cuelgo todo mi peso, como me indica, del monitor, que se acerca al hueco de la puerta corredera.

Y ya no estamos allí. Ya no estamos en el interior de la avioneta. Tu cuerpo lo nota porque cae como una piedra, tu mente lo nota porque no te rodea mas que el aire, que atraviesas a 200 km./hora. Los dos primeros segundos son terribles, pues tomas constancia de que a 4000 metros de altura no hay vuelta atrás.

El pibe suelta un pequeño paracaídas para mejorar la estabilidad, te hace una señal y ahora sí empieza la diversión. Abres los brazos, gritas, te ríes: estás cayendo pero podrías estar volando (verticalmente, eso si). A un lado el sol se refleja plácido sobre el Mar Mediterráneo y Ampuria Brava está a tus pies y no tienes ninguna prisa por llegar a ella. Azules, verdes y marrones son los colores que llenan tu retina.

Iberia Express

Han pasado casi 50 segundos y el pibe te toca el hombro para que cambies de postura. Un tirón repentino y ahora ya hay algo que te sujeta en el cielo, el paracaídas principal se ha abierto con toda normalidad. Un lento descenso hacia el suelo, a 20 Km./hora, te permite apreciar la belleza de la Costa Brava mientras secretamente envidias al argentino del que cuelgas y que cada día pasa por esta rutina al menos una decena de veces.

Nota: Aunque multipliquemos por diez mi tiempo de caida libre, no se puede comparar ni de lejos con lo que ayer hizo Félix Baumgartner del Red Bull Stratos cuando saltó desde la estratosfera, a 39.000 metros de altitud, y cayó durante más de cuatro minutos hasta que abrió el paracaídas.

No puedo ni imaginarme lo que pasaría por su cabeza esos segundos entre que salió de la capsula, se colocó sobre la plataforma y, como quien salta a una piscina, se dejó caer hacia la Tierra.

Olé.

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Félix Baumgartner Red Bull Stratos
Félix Baumgartner del Red Bull Stratos a punto de saltar al vacío desde 39.000 metros de altura



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