D. Emilio sintió curiosidad por lo que aquel matrimonio, clientes suyos, depositaron respetuosamente en el mostrador de su tienda. Ante su atenta mirada, procedieron entre lágrimas a desenvolver del papel de estraza que lo protegía, otro tipo de papel de mayor valor. La exclamación del comerciante, al ver casi el futuro de esa humilde familia en sus manos, fue sincera y expresiva, “Pero…¿esto qué es?”.
No es que D. Emilio no hubiera visto cosas extrañas en su vida. Este ferrolano regentaba, desde 1922 en que fuera traspasada, una tienda de ultramarinos en la céntrica Rúa Magdalena que había abierto sus puertas en 1850. El nuevo nombre que le pondría sería una referencia a un mote que se ganó en Argentina.
En la capital del país, en Buenos Aires, entre la calle Talcahuano y la Avenida Rivadavia, este inmigrante – llegado con una primera ola de europeos tras la I Guerra Mundial – montó un pequeño negocio de comida. La situación era estratégica, pues se encontraba junto a un cruce de tranvías, una estación de tránsito donde se cambiaba de una línea a otra y también de turno de los empleados.
Pasajeros y ferroviarios tenían el tiempo justo para comerse un tentempié y por eso las órdenes llegaban con urgencia en la voz y el discurso, con acento local, “Ché, un bifé ¡pero rápido!”. Cuando D. Emilio volvió a la madre patria fue su madre natural la que le pidió que no se fuera más y este accedió. Pronto vislumbró una oportunidad de negocio en el traspaso de una tienda situada en otra zona estratégica de Ferrol, entre el puerto y al comienzo del Ensanche, a la que rebautizó como “Ultramarinos El Rápido”.
Los paladares más exigentes (como los de los señores de Ferrol que mandaban a las muchachas a hacer la compra, o de los pudientes de zonas rurales que enviaban a las mandaderas a la ciudad) encontraban aquí vinos finos de Oporto, Tío Pepe y similares. Para las mujeres que acababan de dar a luz, las energías se recuperaban regalando chocolate y vino quinado (productos ambos a la venta en la tienda).
De carburo a patatas, de arroz a bacalao seco, las tiendas de ultramarinos ofrecían también productos locales y de consumo diario. Los huevos, patatas, gallinas o conejos procedían del entorno rural y sus minifundios, las pequeñas explotaciones casi de monocultivo que rodeaban Ferrol a ambos lados de la ría. Cuando algo sobraba, aprovechando los viajes desde parroquias como Mugardos o Perlio a la ciudad, se vendía.
La vuelta, sin embargo, solía hacerse con las manos vacías. El temor a que les robaran en el viaje de regreso (cuando los ladrones sabían que llevaban encima dinero), llevó a muchos campesinos a optar por dejar su dinero bajo la custodia de las tiendas de confianza. Eso explica que en “El Rápido”, bien empotrada en la pared, se conserve aún una antigua caja fuerte. Y también que las primeras libretas de ahorro fueran las libretas de las tiendas, donde se apuntaba quién depositaba dinero y cómo se descontaba de ahí el importe de lo que iban comprando.
Algunos, como la familia que llegó apesadumbrada aquel día a la tienda de ultramarinos, habían optado por guardar su pequeña fortuna en casa. Lo que envolvía el papel de estraza era un billete de 1.000 pesetas, casi irreconocible pues había sido metódicamente devorado por los ratones. Habían optado por esconderlo en la parte baja de la casa, donde se guardaban los animales, detrás de un cuadro de San Antonio, junto a una viga.
No habían contado con que la viga era vía de paso para otros habitantes de la casa, los ratones. Cuando estos detectaron un olor que no les era familiar procedieron a investigarlo y eso, traducido a su idioma, consistió en roerlo por todos lados. Cuando San Antonio empezó a mostrar señales de que se lo estaban comiendo, la familia le dio la vuelta al cuadro y se descubrió la tragedia económica.
Pero si alguien podía solucionar aquello, ese era D. Emilio y a él acudieron.
La buena fortuna, las casualidades o la necesaria relación entre comercio y economía hizo que un amigo íntimo de D. Emilio fuera Pepe Iglesias, un hombre enorme y de buen apetito que con frecuencia se sentaba a la mesa con el tendero en casa de la madre de este. Más allá de la afición por la comida, lo interesante de Pepe era su profesión, pues era el cajero del Banco de España en La Coruña.
Cuando D. Emilio le enseñó lo que quedaba del billete, después de la estupefacción inicial, Pepe soltó un resolutivo “Déjalo en mis manos” y abrió un expediente sobre el caso. Al cabo de un tiempo, el Banco de España le mandó desde Madrid un sobre que contenía una carta en el que costaba la anulación del billete mutilado…y un billete nuevo de 1.000 pesetas.
La alegría de la pareja mayor de campesinos cuando se les mandó llamar y vieron aquel billete inmaculado, una fortuna, fue indescriptible. Insistieron repetidamente en que D. Emilio se quedara una parte pero este lo rechazó tajantemente aunque se le ocurrió que como agradecimiento, y sabiendo del buen comer de este, a Pepe le regalaran un jamón cuando hicieran matanza.
Al recibirlo, el cajero bromeó “Que vayan trayendo billetes que se los voy cambiando, que este precio es bueno”.
Lo mejor de este cuento de Navidad no es sólo que sea real sino que no me consta que sucediera en Navidad. Cualquier día del año, cualquier ocasión, es un buen momento para que, como D. Emilio, le demos una alegría a alguien.
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Hoy, y ya van 56 años allí, es D. Emilio Castro Luaces el que se encuentra detrás del mostrador y quien me cuenta esta anécdota de su padre y muchas más de otras épocas. Cuando él se retire serán dos sobrinos suyos los que se hagan cargo del negocio. Hasta entonces, si pasas por Ferrol no dejes de ir a comprar a “Ultramarinos El Rápido” y te llevarás también una conversación cargada de pequeñas historias de medio siglo atendiendo clientes.
Ultramarinos «El Rápido»
Magdalena, 139
Ferrol (Coruña)
Tel. 981 35 18 29
Esta es la situación de Ultramarinos «El Rápido» en Google Maps.
Muchas gracias, Isabel, por presentarme a D. Emilio (hijo) y a Turgalicia por la ayuda prestada durante este viaje.