
Érase una vez un señor llamado Robert Mathey, vecino de la pequeña y apacible población de Alas en la región del Pirineo francés de Ariège. Robert vivía en una casita a la ribera del río Lez y en sus tiempos libres se dedicaba a construir un mundo paralelo con la sinfonía del rumor del agua de fondo.
Robert tardó 25 años en construir ese mundo encantado donde habitaban totems y dioses colosales, tumbas de reyes olvidados, símbolos indescifrables, cruces legendarias y una serie de arcos de piedra trenzando un delicioso paseo alrededor del río y las esculturas que Robert creaba en su tiempo libre durante años.
Lo bautizó como El Jardín de Piedra –le Jardin de Pierres-.

Hace cuatro años Robert Mathey abandonó este mundo pero sus sueños y la magia de su obra perdura en el llamado Jardín de Piedra en la pequeña localidad de Alas. Apenas aparece en las guías y pocas oficinas de turismo de la region os sabrán dar información al respecto. Nadie conoce la razón de su existencia, ni tampoco el significado que Robert quería trasladar construyendo semejante obra.
No obstante, vecinos y familiares de Robert han preservado su legado y hoy en día puede visitarse y se encuentra en buen estado de conservación.

Llegamos por casualidad desde la carretera D618 desde Saint Girons y Engomer. Al llegar a Alas seguimos las indicaciones desde el río que nos dirigieron al Jardín de Piedra. Veréis un pequeño sendero que se dirige al río y un hombre de piedra frente a vosotros os indicará la entrada de este lugar sagrado. Creo que el mismo hombre de piedra nos llamó en silencio para que acudiéramos. Se me hace extraño pensar que llegamos a este mágico lugar por simple casualidad.

No encontramos absolutamente a nadie en el Jardín de Piedra. Una lápida hace honor a su creador y una cajita de galletas con un libro de visitas atestigua los sensaciones y momentos especiales provocados a los aturdidos viajeros que pasan por ahí.
Dioses imaginarios que se levantan de las aguas del río, maleza y ramas jugando caprichosas con arcos de piedra y sirenas de piedra que parecen esperar que las aguas del río se levanten furiosas para recorrer con ellas en busca de una nueva aventura.
El Jardín de Piedra fue una gran sorpresa en nuestro viaje por Ariège. Por especial, improvisada e inesperada. Uno de esos lugares mágicos que no te dejan indiferente e invitan a la reflexión. Espero que los ciudadanos de Alas sepan conservarlo y mantengan esa magia que el buen Robert Mathey supo plasmar.

