Visitar por segunda vez una gran ciudad como Kuala Lumpur te da una cierta tranquilidad y control a la hora de moverte por sus calles a través de su transporte público y caminando por sus calles.
Aunque a simple vista no lo parezca, las distancias en Kuala Lumpur son mucho más cortas de lo que a simple vista nos dan a entender los mapas y en una jornada de visita podemos andar de un sitio a otro. Actividad que aparte de ponernos en forma nos sumerge por completo en el destino que tenemos entre manos. Los rascacielos y las calles -con carriles que parecen no acabar nunca- intimidan, no obstante, uno puede andar desde Las Petronas a Bukit Bintang en 15 minutos, de KL Sentral a Chinatown en 10 minutos o incluso podemos cubrir la distancia desde la plaza Merdeka hasta Las mismas Petronas en poco más de media hora a paso ligero.
Al llegar al aeropuerto internacional de Kuala Lumpur nos dirigimos al tren que en media hora nos dejó en KL Sentral.
En esta ocasión nos alojamos en un hotel en la zona de Bukit Bintang. No conocía este barrio y me encantó el colorido y el ambiente que propagan sus calles. Bukit Bintang alberga centros comerciales modernos como el Pavilion y rincones canallas donde disfrutar de la comida callejera como los puestos alrededor de Jalan Alor. Y es ahí justamente donde empezó nuestro viaje de tres semanas por Malasia. Dejamos las mochilas en el hotel, nos pegamos una ducha rápida y salimos a la calle.
La modernidad de los centros comerciales, los edificios impactantes como el futurístico Sephora o vídeo-carteles que parecen haber llegado del centro de Tokio se confunden en pocos metros con callejones que huelen a citronela, cilantro y gengibre, de las impecables dependientas en los centros comerciales pasamos a una hilera de prostitutas que ofrecen sus masajes sofocando todavía más el calor húmedo de la noche kualalumpuriana. Hemos cruzado la invisible frontera entre la Kuala Lumpur moderna y la amalgama tradicional de culturas que sigue animando a todo tipo de gente y a todo tipo de bolsillos.
Con multitud de mesas para comer al aire libre escogimos una disponible entre locales y turistas. Estábamos cansados tras el largo viaje con escala en Dubai. Una Tom Yam soup bien calentita y picante junto a unas verduras con salsa de ostras nos despertaron del cansancio y sus sabores y olores de un golpe trasladaron nuestro espíritu al lugar donde nuestro cuerpo se encontraba: al sur de Asia y en ese encantador país donde se une el indio, el chino y el malayo en un estupenda amalgama social, cultural y gastronómica.
Bukit Bintang me pareció una estupenda zona para alojarnos gracias a su combinada oferta entre lo moderno y tradicional evitando el follón de Chinatown donde dormí en la ocasión anterior. A medio camino entre los lugares más conocidos de Kuala Lumpur, Bukit Bintang se encuentra bien conectado con su curioso monorail que parece retar la ley de la gravedad sobre las alturas de la ciudad. En pocos minutos uno puede llegar a Las Petronas, Chinatown, Little India o a KL Sentral.
Durante un par de días degustamos Kuala Lumpur a fuego lento. Sin visitar las torres Petronas, sin levantarnos pronto. Paseando por Chinatown, Little India y sus centros comerciales. Visitando sus calles animadas como Petalling y sus puestos de comida callejera a su alrededor. Disfrutando de los contrastes que la ciudad ofrece.
Las noticias en los periódicos del país no parecen hablar de igualdad entre razas pero sus calles sí lo hacen. Mezquitas, templos hindúes y budistas separados por centenares de metros muestran la variedad religiosa y cultural de la capital malaya, los restaurantes y puestos en la calle hacen lo mismo con el espíritu culinario en mente. Una hermosa cualidad que veríamos todavía más marcada en Georgetown días más tarde.