Llegar a Kota Bharu en plena celebración del Hari Raya es como adentrarse en una ciudad fantasma o asolada por los zombies -los turistas- en busca de una foto perdida que llevarse de recuerdo.
El Hari Raya es la celebración del final del Ramadán y en la parte más oriental de Malasia la mayoría musulmana la celebra de forma tradicional y los comercios cierran durante dos días, incluso restaurantes y mercados ofreciendo una sensación un tanto lúgubre. Apenas circulan los coches y el único ruido procede de los graznidos de los miles de murciélagos que habitan en la ciudad.
Llegamos a este inhóspito escenario procedentes de Cameron Highlands. Habíamos reservado asiento en el autobús que va de Tanah Rata a Gua Musang para luego subirnos al tren (conocido como Jungle Train) para llegar finalmente a la estación cercana de Wakaf Baharu.
Las cosas no salieron como esperábamos. El autobús debía recogernos en el hotel y se olvidó literalmente de nosotros. Al cabo de una hora hablamos con la chica que nos había vendido los boletos. Tras unas cuantas llamadas con su jefe y otros intermediarios reconocieron su error y hablamos con los taxistas para regatear un precio para llegar a Gua Musang. Al encontrarnos en fiestas estos subieron el precio habitual a 200 ringits. Nosotros habíamos ya puesto los 80 ringits del autobús para dos personas y nos mantuvimos firmes pues el error era claramente de la compañía y ya habíamos perdido casi dos horas de nuestro tiempo.
Se sucedieron más llamadas y la compañía solo estaba dispuesta a poner 40 ringits más. Faltaban 80 para llegar a la cifra redonda de 200 ringits que nos pedía el taxista. Seguimos férreos en nuestra posición y finalmente la chica de la agencia se comprometió a poner el dinero restante.
Subimos al taxi pero nos sentimos fatal. Por miedo a perder su trabajo la chica iba a poner 80 ringits de su bolsillo que supuestamente era una gran fortuna para ella. La chica había sido amable y honesta con nosotros, el autobús se había olvidado de nosotros y ella no tenía ninguna culpa. Una vez montado en el taxi, la llamé de vuelta y le comenté que pondríamos 50 ringits de más y nos quedamos algo más tranquilos.
Las carreteras que unen Cameron Highlands con Gua Musang son una auténtica maravilla. Tras superar valles cubiertos de espesa jungla y bosques de palmeras llegamos a la estación de tren de Gua Musang. El taxista nos dejó a las puertas de la estación que permanecía cerrada y sin un alma. Faltaba una hora para que llegara el tren e intuimos que abrirían las taquillas pocos minutos antes de que el mismo hiciera su aparición en las vías. Ni rastro de gente. Pasó el tiempo y solamente acudió un loco que iba gritando a las mujeres que circulaban en moto. Los lavabos parecían no haberse limpiado desde hacía meses.
Pasaron unas señoras. Preguntamos por qué no había nadie en las taquillas y nos indicaron (o al menos intuimos) que habían levantado una nueva estación de tren en la ciudad a unos 500 metros de distancia. Faltaban 10 minutos. Agarramos las mochilas y caminamos sobre las vías en dirección a la nueva estación. Al cabo de un rato vimos el tren estacionado a punto de partir. Corrimos estilo Pekin Express con las mochilas colgando y afortunadamente pudimos subirnos al tren un minuto antes de que partiera.
Una vez dentro pagamos el billete al revisor.
Como indica Paul Theroux en su libro The Old Patagonian Express, «No good train ever goes far enough, just as no bad train ever reaches its destination soon enough«.
El tren, el mejor medio de transporte viajero que existe, recorrió la hermosa jungla del norte de Gua Musang y las montañas del parque nacional de Gunung Stong. Subidos al tren atravesamos enormes ríos teñidos de arcilla. Contemplamos hermosas postales como las de Bertam, pequeñas aldeas con casas de madera, chavales jugando en el río y saludando al tren al pasar. En Dabong el río se extiende, pletórico y se prepara para desembocar en el mar del sur de China.
Una vez llegados a la estación de Wakaf Baharu, nuestro destino final, subimos a un taxi que en apenas 15 minutos nos dejó en el centro de Kota Bharu, una ciudad aparentemente divertida y animada que nos recibía lúgubre, vacía y con miles de murciélagos revoloteando por un cielo oscuro.