Fue en el año 2012 cuando tuve mi primer romance con el deporte del surf. En aquella ocasión fue tan sólo un apresurado y tímido beso que ocurrió en los bonitos paisajes cantábricos de Somo y Loredo. Como ese amor de juventud cuyo recuerdo es todo pasión y ternura, la huella que dejó en mí me hizo pensar que nos reencontraríamos más pronto que tarde. Y fue así como, hace tan sólo unos días, regresé a casa tras una gran semana de acción en la magnífica playa de Caleta de Famara, en Lanzarote.
Recibimos una invitación por parte de la escuela de surf que es el referente de la zona: Calima Surf. Fundada en 1996, Calima Surf presume de tener los mejores profesores de la isla y ofrece cursos completos de surf, diferenciados en tres niveles, además de kitesurf, windsurf, buceo y senderismo por los magníficos parajes de la volcánica isla de Lanzarote.
Para poder disfrutar al completo de la experiencia surfera, decidimos alojarnos en la casa que tienen a disposición para aquellas personas que eligen probar la vida del surfcamp. Por el mismo precio del curso, Calima te da la opción de vivir en una casa tipo gran hermano, a escasos metros de la playa de Famara, donde puedes compartir el día a día con gente que ha venido a lo mismo que tú.
Sobre nuestras vivencias en la casa os hablaré en otro artículo, aunque os adelanto que la decisión fue muy acertada.
Llegamos a Caleta de Famara en la madrugada del Sábado al Domingo y dedicamos el descanso dominical a recorrer la parte Oeste de esta isla que, por momentos, te hace creer que estás horadando un paisaje lunar sin necesidad de escafandra.
El Lunes por la mañana comenzaban nuestras jornadas de surf.
La casa te despierta cuando los primeros grandes hermanos surferos se juntan en la cocina común para desayunar. Las caras de sueño dejaron paso rápidamente a las de emoción entre los principiantes que comenzábamos el curso aquella soleada mañana.
Unos minutos antes de las 10 de la mañana llegábamos caminando al garaje donde tienen las oficinas y el material los chicos de Calima Surf. Menos de cinco minutos más tarde estábamos montados en la furgoneta, con el traje de neopreno puesto y las que iban a ser nuestras monturas para el resto de la semana siguiéndonos en el remolque.
En un minuto llegábamos a la preciosa playa de Famara.
Es un lugar inmejorable para tu bautismo de surf o incluso para gente algo más experimentada. Una de las playas de arena más extensas de la isla –6 kilómetros de largo-, enmarcada entre la pequeña villa de pescadores y surfistas de Caleta de Famara y unos riscos majestuosos, las peñas del Chache, que incluyen el punto más alto de la isla de 670 metros de altitud.
Aldo y Dominic serían nuestros profesores durante toda la semana. Ambos demostraron ser unos grandes profesionales. Simpáticos, claros en las explicaciones, pacientes y siempre atentos a todos nosotros para ayudarnos a corregir los errores.
Comenzamos con un buen calentamiento para desperezar los cuerpos mientras acabábamos la digestión del desayuno matinal. Después nos separaron en dos grupos, dependiendo del nivel, y a los nuevos nos dieron una clase teórica-práctica con nuestras tablas ancladas en la arena.
En el surf tienes que dominar varias cosas para poder disfrutarlo: entender el mar, saber coger las olas y lograr ponerte de pie manteniendo un buen equilibrio. Al menos en su aspecto más básico. Keanu Reeves en Le llaman Bodhi dominaba otras cien mil facetas más, pero todo a su tiempo.
Dominic, galés de nacimiento pero con acento canario tras 28 años en la isla, nos enseñó a remar la ola en el momento correcto y cómo ponernos de pie en tres pasos.
Cuando nos hubo explicado también teoría sobre el mar, las corrientes y los puntos de referencia que debes utilizar, cogimos nuestras longboards de aprendizaje y entramos a las frescas aguas del Atlántico.
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Aunque nosotros íbamos a centrarnos en la zona de pequeñas olas para poder ensayar con la espuma, había surfistas más experimentados que, mar adentro, se afanaban por coger olas de mayor calibre.
Empecé con mis primeras remadas, primeros intentos de ponerme en pie y primeras caídas sin remedio. La corriente era muy fuerte y nos desplazaba hacia el extremo de los imponentes riscos. Cada diez minutos debíamos salir a la arena y caminar hasta el centro de la playa, donde entrábamos de nuevo para continuar nuestra batalla con las olas y la espuma salada.
Cuando consigues ponerte de pie, la alegría es indescriptible. Normalmente la cosa no pasa de un par de segundos la primera vez pero para ti son dos segundos gloriosos. A mi me dio tiempo a gritar de júbilo antes de caer como una losa sobre el mar. Y vuelta a empezar.
Y así pasamos el día junto a nuestra fiel compañera: la tabla.
Aldo y Dominic nos vigilaban desde dentro del agua y, de vez en cuando, nos llamaban para decirnos lo que debíamos corregir.
También me fijaba en lo que hacían mis compañeros. Choques de palmas cuando alguien había conseguido estar unos segundos sobre la tabla; otros esperando una ola decente más adentro. Ana -por su tamaño, ligereza y natural destreza para el deporte- consiguió ponerse de pie bastante pronto y gritaba emocionada cuando emergía del agua tras caerse.
Todo el mundo disfrutaba como niños.
A eso de la 1 de la tarde llegaron los bocatas calientes que se incluyen en el precio del curso. Salimos a la playa y los devoramos como si no hubiésemos comido en varios días. El surf da mucha hambre, otra afirmación incontestable.
Tras una media horita de descanso, y con cierta pereza, volvimos a coger las tablas y entramos al agua. Teníamos por delante otra hora y media de surf que disfrutamos bajo un Sol imponente que había echado a todas las nubes del cielo.
Para las tres de la tarde, ya derrotados, acababa nuestro primer día de curso.
Recogimos todo el material y regresamos a nuestra casita. Las caras de cansancio de todos eran elocuentes y compartimos nuestra experiencia brevemente antes de ducharnos y vestirnos para salir a aprovechar las escasas tres horas de luz que le quedaban a la jornada.
Así eran los días en Lanzarote: surf por la mañana y explorar la isla en coche por la tarde y noche.
Finalmente sólo aprovechamos dos días más de curso con los chicos de Calima Surf. Progresamos y yo conseguí ponerme de pie sobre la tabla con un solo movimiento en lugar de realizar los tres pasos pero aún quedé lejos de poder surfear olas más grandes.
Mi impaciencia habitual jugó en mi contra ya que debí haber pasado más tiempo en la zona de menos profundidad y más espuma para afianzar mi estabilidad sobre la tabla, pero fui a la búsqueda de olas más grandes cuando mi técnica era aún bastante pobre.
La gente de mayor nivel no surfeó sólo en la playa de Famara sino que probaron también las olas de La Santa.
Creo que el surf es un deporte que engancha y la prueba es que el Sábado -día en que regresábamos a la Península por la tarde- aprovechamos las últimas horas en Lanzarote para pedir las tablas y trajes a los chicos de Calima Surf e intentar coger las últimas olas a pesar del viento y las nubes.
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Hola, me llamo David Escribano y soy adicto al surf. Y vosotros, ¿Os atrevéis a probarlo?.