Cuenta la historia que el gran navegante y descubridor portugués Vasco de Gama, cuando entró en contacto por primera vez con las gentes que habitaban el actual Mozambique (a finales del siglo XV), denominó a aquellas tierras como «Terra de boa gente«. Además, había parado a repostar víveres y materiales en la actual provincia de Inhambane, donde yo mismo paré a recargar pilas en mi viaje de 2 meses por el sur de África. Aunque muchas de estas historias son consideradas leyendas, puedo dar fe de que el amigo Vasco estaba en lo cierto.
Vilanculos tiene mucha menos fama entre los mochileros que su hermana pequeña -y algo más próxima a la capital, Maputo- Tofo. Para mí esto fue uno de los principales factores a la hora de decidir mi destino. A mis 37 años reconozco que no soy de los que dice que no a buena fiesta, pero la imagen de estar en un sitio, casi levantado de la nada, donde mochileros veinteañeros se han adueñado del lugar para ponerse hasta las trancas a toda hora, no me parecía nada atractiva.
Buscaba un lugar con playas tranquilas y bellas, gente local, relajación… Y poco más. Todo eso lo encontré en Vilanculos.
Para llegar a este lugar puesto en el mapa por ser la plataforma de lanzamiento para aquellos que quieren visitar el espectacular archipiélago de Bazaruto, la mejor forma -si se carece de vehículo propio- es tomar uno de los autobuses de Intercape que salen cada día desde Maputo. El precio de billete sale por unos 850 Meticais (20 Euros al cambio, aproximadamente). Existe la alternativa de tomar una chapa (furgoneta colectiva), ofertada en los pocos hostales internacionales de la capital por unos 500 MTS pero tardarás más y viajarás más incómodo.
El bus salió sobre las 4.30 de la mañana y Agnes -mi amiga holandesa que había conocido en Maputo- y yo no tardamos en dormirnos. Sobre la 1 de la tarde llegábamos al cruce de carreteras desde donde nos subiríamos a la parte de atrás de una camioneta que se caía pedazos para que nos llevara a Vilanculos.
Es increíble como, a veces, las guías de viaje a veces extienden bulos que asustan al viajero y limitan su experiencia. En este caso, Lonely Planet decía que para llegar al hostal que habíamos elegido -Baobab Beach- ni se nos ocurriera ir andando desde el mercado donde te deja la camioneta. Decía que te podían asaltar hasta a la luz del día. Pasé diez días en Vilanculos e hice ese camino de día, de tarde, de madrugada después de una buena borrachera… Nadie hizo algo más que, simplemente, saludarme.
Así llegamos caminando al Baobab Beach. Este lugar es un buen hostal donde quedarse. Está en la misma playa y puedes elegir entre alojarte en tienda de campaña (la tuya), dormitorios de 12 personas o cabañas para dos. Yo elegí la opción dormitorio por 270 MTS la noche. Además tiene un pequeño bar y restaurante por si no te apetece cocinar. La calidad de la comida no es para tirar cohetes pero es el lugar perfecto para reunirse a tomarse unas cervezas o cócteles por la noche y conocer a otros viajeros.
Los días en Vilanculos transcurren a un ritmo muy lento.
Los mozambiqueños de la costa tienen un talante muy parecido a los habitantes de la zona caribeña. Son gente tranquila, apacible, alegre y amante de la fiesta y el baile.
Por la mañana la marea baja dejaba una playa enorme y podías caminar decenas de metros en el mar sin que te cubriera por encima de la cintura. Mujeres y hombres aprovechaban las circunstancias para pescar con aparejos básicos. Otros habían salido en sus barcas a motor o vela con las primeras luces del alba. La pesca es el sustento principal para las gentes de Vilanculos. Yo salí a correr un par de días pero el calor a las 8 de la mañana ya era insoportable.
Intentaba pasar a la sombra o en el agua la mayor parte del tiempo. Después volvía a las hamacas del Baobab para leer un rato al dulce balanceo. A la hora de comer me iba con Agnes y Marij, mis amigas holandesas, a hacer nuestra visita diaria a nuestra querida Litossa.
Litossa es una mujer fuerte y lista que tiene un pequeño «restaurante» en el mercado municipal de Vilanculos. Es una sola mesa en la que caben unos 6 u 8 comensales dispuestos a elegir entre arroz, carne y ensalada o arroz, ensalada y pescado. El calor dentro del recinto es infernal y sudaba lo que no estaba escrito. Sin embargo, la compañía y conversación de Litossa compensaba todo. Era nuestra clase diaria de portugués con una risueña y alegre mujer que había pasado mucho.
Lo descubrimos el segundo día en Vilanculos y, al principio, nos trató con recelo al ser un comedor frecuentado exclusivamente por gente local. En un solo día ya le sacamos esa risa franca que te hace reír a ti sin saber el porqué. Hasta mi marcha, sólo fallé un día a nuestra cita con Litossa. Preocupada, me llamó a mi móvil mozambiqueño y tuve que explicarle que tenía una buena resaca y no quería moverme de la playa.
La resaca derivó de una de las mejores noches que pasé en África. Conocíamos ya a la gente local y algunos chicos nos invitaron a salir con ellos a los bares del pueblo. Eran unos chiringuitos situados en una zona con calles de arena. Cerveza y música se destilaban a la par en aquel viernes noche. Después de tomar unas cuantas birras nos fuimos a la única discoteca de Vilanculos: el Afro Bar. Se nos hicieron las 6 de la mañana entre bailes, copas, risas y fotos con todo el mundo. El 95% de la gente allí era local y dábamos pena -unos más que otros- a la hora de moverse al ritmo de la música.
Hubo también otro episodio muy curioso con el amigo Zoninho. Zoninho es un niño que decía tener 9 años y se declaraba huérfano. Estuvo con nosotros en la playa varios días y le cogimos mucho cariño. Era despierto, vivo, listo y cariñoso. Al final nos lo llevamos con nosotros a comer donde Litossa y le compramos nuevas ropas en el mercado. Aquello causó un revuelo notable. ¡La gente del mercado comenzó a gritarnos porque se creían que queríamos llevárnoslo a Europa!. Cuando pude dar las explicaciones en portugués se relajaron un poco pero entonces nos dijeron que el niño tenía familia pero que se había escapado de casa y vivía como un vagabundo. Al final la policía le llevó de vuelta a casa de su tía, de la que había huido. Historias de África.
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Pasé diez días en este pequeño paraíso africano. Disfruté mucho de las preciosas islas de Bazaruto pero la mejor sensación fue la de pasear por el mercado, las calles, la playa… Y sentir que la gente te saluda y te conoce. Fue el único lugar de África que sentí como mi propia casa. Vilanculos siempre estará en mi memoria.