Estambul es, para mí, la ciudad más fascinante del continente europeo. Al menos por la parte que nos toca. Literalmente. La capital turca, a caballo entre Europa y Asia, es una urbe en la que se combina modernidad y un cierto halo de tradición antigua que se refleja en tantos barrios, baños turcos, mezquitas, teterías…etc… Es perfecta para los que disfrutan de la Historia, para los que prefieren pegarse una buena fiesta (no os podéis imaginar la marcha que hay en Estambul), los amantes de la arquitectura, los que gozan de contemplar el día a día de la gente en los mercados, bazares o cualquier otro punto de reunión social. Estambul ofrece mil caras y facetas a los viajeros.
Los minaretes de las numerosas mezquitas marcan el perfil de la ciudad la mires desde donde la mires. Son muchas, muchísimas, las que pueblan todo tipo de barrios, desde los más opulentos -como Besiktas y Ortaköy- hasta los más humildes -como los del lado asiático-, pasando por el turístico distrito de Sultanahmet.
Aquí os descubro las más famosas y algún extra:
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Mezquita de Santa Sofía
Este edificio, máximo representante del arte bizantino, ha tenido, a lo largo de su dilatada historia, múltiples funciones. La primera iglesia – patriarcal ortodoxa- fue inaugurada en el año 360. Tanto ésta como la segunda tenían aún pequeñas dimensiones y no sería hasta el año 532 cuando, tras la destrucción de las dos iglesias anteriores, el emperador bizantino Justiniano I comenzaría a construir el edificio de extraordinarias dimensiones que sirvió de base al que hoy conocemos.
Justiniano no escatimó recursos a la hora de acometer la faraónica obra. Puso a trabajar a más de 10.000 esclavos y trajo piedras y otros materiales de todos los rincones del Imperio.
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Santa Sofía pasó a ser mezquita justo después de la caída de Constantinopla en manos del Imperio Otomano. El sultán Mehmet II convocó la primera oración allí un viernes 1 de Junio de 1453. La mezquita estaba en estado ruinoso debido al paso del tiempo, los terremotos y el gran pillaje al que había sido sometida tras la caída de la ciudad. El gran arquitecto otomano Sinan realizó grandes reparaciones estructurales en la segunda mitad del siglo XVI.
Su último y actual uso llegó a partir de 1935, cuando fue inaugurada por el venerado Mustafa Kemal Ataturk como museo.
Entramos tras realizar 20 minutos de cola y accedimos al patio junto a las puertas principales. Algunos andamios -que veríamos de nuevo dentro del edificio- entorpecían la panorámica a los centenares de objetivos de las cámaras que los turistas apuntaban hacia las paredes de piedra.
El interior del edificio transmite majestuosidad. Grandes lámparas cuelgan de los altos techos abovedados. Los símbolos de Alá son grabados en dorado sobre enormes círculos de fondo negro. Mármol y piedra se combinan en poderosas columnas que sostienen siglos de Historia.
La mayor pena es la cantidad de gente que vas a encontrar dentro. Es imposible conseguir un momento de recogimiento para evocar lo que podría haber sido aquello hace 500 ó 1000 años. Es un ejercicio mental que me encanta hacer en lugares de peso histórico, pero reconozco que aquí me fue imposible.
Desde el marco de una ventana del piso superior podía observar la cúpula de la mezquita hermana que se encuentra al otro lado de la calle. Saqué mi cámara y disparé.
La Mezquita Azul (Sultan Ahmet)
Sólo tuvimos que cruzar una pequeña plaza ajardinada para llegar a las puertas de la famosa Mezquita Azul, levantada por el sultán Ahmet I entre 1609 y 1616. A diferencia de Santa Sofía, ésta se sigue utilizando hoy en día como lugar de oración y puede acoger hasta 10.000 fieles. La entrada es gratuita y se deben respetar las reglas de decoro musulmanas: quitarse el calzado y no entrar en pantalón corto, falda o sin la cabeza ligeramente cubierta (para las mujeres).
Esta imponente mezquita consta de una cúpula principal y ocho más pequeñas, además de seis enormes minaretes que la custodian.
El sobrenombre de Mezquita Azul se debe a los hermosos y variados mosaicos de azulejo de este color que adornan su interior.
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Fue construida por el discípulo del gran Sinan, Sedefkar Mehmet Ağa y empleó para ello grandes cantidades de piedra y mármol. Ahmet I quería competir con la grandiosidad de Santa Sofía y por ello la construyó justo al lado. Los sultanes solían construir grandes mezquitas con los tesoros conseguidos en las conquistas para honrar a Alá. Sin embargo, Ahmet no había cosechado ninguna victoria importante en el campo de batalla y tuvo que usar fondos del tesoro, siendo criticado por ello. Era un político español del siglo XXI, pero nacido antes de tiempo en el país equivocado. Aquí y ahora se habría ido de rositas.
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Nos quedamos boquiabiertos cuando accedimos al interior y vimos la complejidad y belleza de los dibujos que decoran paredes y techo. Multitud de lámparas iluminan un área que está claramente dividida en dos: zona para visitantes y zona de oración para los fieles musulmanes. Sentados en las alfombras observamos a los hombres que, arrodillados, murmuraban palabras ininteligibles mientras se inclinaban rítmicamente.
En el exterior, los fieles se lavaban pies, brazos y cara con el agua de las fuentes para purificarse.
Después de tanta religiosidad e historia decidimos salir de allí y poner rumbo al Gran Bazaar, buscando caer en el pecado terrenal del consumismo.
Mezquita de Ortaköy
Menos conocida que Santa Sofía y Sultan Ahmet, la mezquita de Ortaköy fue construida (1854-1856) en estilo neobarroco otomano por orden del sultán Abdülmecit.
Se encuentra en el lado occidental del Bósforo, en el cosmopolita barrio de Ortaköy.
La vi por primera vez desde el barco en el que realizábamos el típico crucero del Bósforo. Tuve la oportunidad de verla mucho más de cerca un Domingo en el que me perdí paseando por Besiktas y Ortaköy como otro turco más (sobre todo por mi apariencia). Con una sola cúpula y dos minaretes, su piedra blanca llama mucho la atención, sobre todo cuando refleja la luz naranja o rosada del atardecer.
Me senté ese día de Octubre justo al lado de su cara norte. El Sol se marchaba y la iluminación artificial la hacía también muy bella. Los cafés y restaurantes que la rodean bullían de vida y decidí unirme a la tradición de la mayoría. Compré lo que todo el mundo estaba comiendo allí: una enorme patata al horno rellena de multitud de verduras, salchichas troceadas y varias salsas combinadas. Así, sentado, escuchaba música mientras observaba la vida fluir a mi alrededor. La mejor de las atracciones de cualquier lugar, más allá de su historia o monumentos.
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Hola, voy a ir el mes próximo a visitar las mezquitas. Saben cómo tengo que activar el roaming?