Este año tuve la suerte de poder visitar la famosa ciudad maya de Tikal. Pero no de cualquier manera.
A las 2 de la tarde de un día de finales de mayo entrábamos en ella y recorríamos gran parte del complejo totalmente solos. Quien haya estado aquí o en cualquier otro monumento histórico de estas dimensiones, sabe que esto es casi imposible. Cuando caminas por el lugar sin escuchar nada más allá del sonido de tus pisadas y los ruidos propios de una selva que lo envuelve todo, se te ponen los pelos de punta y, prácticamente, viajas en el tiempo.
Cómo llegar
El Parque Nacional de Tikal, donde se encuentra el conjunto arqueológico, está situado en la bella selva del Petén, a unos 300 kms al norte de la capital, Ciudad de Guatemala.
Nosotros, que nos recorrimos casi todo el país en furgoneta, en este caso optamos por tomar un avión de hélice que nos dejaría en el aeropuerto internacional Mundo Maya (en Flores) poco más de una hora más tarde.
La otra opción es por carretera pero lleva unas 8 horas recorrer los 300 kms en un bus normal. El precio es considerablemente más barato: unos 30 USD por trayecto.
La visita
Tikal fue una de las ciudades precolombinas más importantes y el primer sitio arqueológico reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, allá por 1979.
Aunque sus primeras edificaciones datan del siglo IV a. de C., su período de apogeo llegaría entre el 200 y 900 de nuestra Era.
Esto nos explicaba nuestro guía y amigo, el gran Willy Posadas (capo de La Antigua de Guatemala), nada más cruzar las puertas del parque de la antigua Yax Mutul (o Yax Mutal, el cual se cree es su nombre maya original).
No era mi primer contacto con el mundo maya pues esa misma mañana habíamos estado visitando la importante ciudad de Yaxhá, a unos 30 km al suroeste de Tikal.
El calor apretaba pero era menos insoportable de lo que esperábamos. Aun así, os aconsejo visitarla pronto por la mañana, llevar buen protector solar, repelente de insectos, gafas de sol y gorra o sombrero. También es verdad que si vas cuando todo el mundo se cobija del inclemente Sol, y coincide que es temporada baja, Tikal será toda para ti.
Teníamos unas 3 ó 4 horas para hacernos una idea sobre este coloso maya y Willy eligió un recorrido en el que veríamos los principales atractivos.
Empezamos por un par de pirámides gemelas que desembocarían en un sendero que se adentra en la ciudad. Grandes árboles aparecieron a ambos lados. Y es que el atractivo de Tikal es tanto arqueológico como natural. La ciudad maya fue devorada, literalmente, por la selva cuando fue abandonada a finales del siglo X, y aún hoy es la casa de monos aulladores, monos araña, roedores, multitud de insectos y aves, zorros e incluso el esquivo y amenazado jaguar.
A pesar de los muchos templos, pirámides, estelas, casas y demás construcciones que se pueden ver, otras muchas siguen ocultas bajo tierra, raíces y plantas. Es muy fácil adivinar su ubicación cuando los montículos que las esconden aparecen de la nada entre el llano suelo de la selva. En estos detalles se aprecia el arduo trabajo que han debido realizar los arqueólogos para mostrar al Mundo esta maravilla.
Pero no sólo han desenterrado estructuras sino que, en algunos casos, han llegado a cortarlas transversalmente. Así nos enseñaba Willy una de ellas. Mostraba una especie de pequeño túnel en los primeros peldaños de sus escaleras. Bajo las escaleras que quedaban expuestas en la capa superficial, había otro juego. Otros dos más debajo de éste. ¿Por qué?. Pues la respuesta está en el clásico egocentrismo del ser humano. Cuando un nuevo rey asumía el poder de la ciudad quería ser recordado como el más grande de todos. Engrandecer todo lo que habían creado sus predecesores era algo irresistible para ellos y no dudaban en modificar pirámides y templos. Algunos de estos, con más de 70 metros, sobresalen por encima de las copas de los árboles más altos. Auténticos colosos de otra Era.
Con todas estas explicaciones llegábamos a una de las zonas más inspiradoras de Tikal: la Gran Plaza.
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Está situada en el centro de la ciudad y flanqueada por dos grandes templos piramidales al este y oeste. Al sur y al norte hay sendas Acrópolis.
Es el lugar más visitado de Tikal y, a las 4 de la tarde, nos encontrábamos completamente solos. Los cuatro nos mirábamos alucinados. Incluso Willy -que decía haber pasado por allí más de 150 veces- decía que jamás le había ocurrido aquello. Tras las fotos de rigor, simplemente nos sentamos en el césped a observar y disfrutar de la grandiosidad del momento.
En un silencio sepulcral, guardado por los cuatro sin necesidad de acordarlo, hice el ejercicio mental que tanto me gusta realizar cuando visito lugares de gran importancia histórica: intentar visionarlo en su época de máximo esplendor.
Cerré los ojos y vi Tikal.
Vi una ciudad de casi 100.000 personas, rodeada de selva y sin contar con ningún río o lago cercano. Los grandes embalses, donde se recogía el agua de lluvia, eran la fuente de vida de una comunidad que había desarrollado la agricultura intensiva. Los aristócratas tenían sus casas en los terrenos más elevados de las Acrópolis; los sacerdotes llevaban a cabo sus sacrificios y profecías desde lo alto de imponentes templos piramidales; la prole se movía hacia sus quehaceres por las grandes calzadas de la ciudad y el divertimento general se daba en los campos preparados para el juego de pelota maya.
En este juego dos equipos se enfrentaban y tenían que lograr pasar una pelota pequeña y pesada por un aro situado en posición perpendicular al muro al que estaba enganchado. Para desplazar la pelota sólo podían utilizar brazos y piernas, pero no manos o pies. Parece realmente complicado. No se puede comprobar que los perdedores eran castigados con la pena de muerte. Yo, la verdad, no creo que fuera así, más que nada porque se quedarían con escasez de jugadores en poco tiempo. Ahí seguro te pensabas un poquito la respuesta cuando venía un colega a preguntarte: » ¡Oye!, ¿nos echamos un partidito?».
Así debió ser Tikal hasta que la abandonaron y se sumió en el silencio y el olvido. La ciudad fue devorada por la selva y se convirtió en una leyenda que no pudo ser descubierta en la época de los Conquistadores españoles. No saldría a la luz hasta el siglo XIX. ¿Qué pasó?. ¿Por qué una de las ciudades más avanzadas de la época cayó en semejante desgracia?. Hay varias teorías, pero la que más triunfa aboga por una posible época de sequía y la imposibilidad de mantener a un número de gente que no había parado de crecer desde su creación.
Eso nos contaba Willy mientras nos encontrábamos contemplando la plaza de los 7 templos. Su discurso fue interrumpido por otro hecho insólito. Una familia completa de monos araña -llamados así por que utilizan tanto sus largas extremidades como su cola para desplazarse por los árboles- bajaron a tierra en la quietud del atardecer. Según Willy nos había explicado unas horas antes, él nunca los había visto en tierra firme y los vigilantes del parque confirmaban que éso era así: «sólo bajan los días muy cálidos y secos de verano, cuando les ponemos agua en bidones para que beban». Pues bajaron.
Les seguimos silenciosos, cámaras en ristre y emocionados por el encuentro. Nos regalaron más de 20 minutos de espectáculo natural. Para mí fue lo más bonito del día.
Poco después subíamos a lo más alto del templo IV, desde donde se puede apreciar el atardecer por encima de las copas de los árboles. Un grupo de ruidosos veinteañeros americanos nos alcanzaron y estropearon parte del encanto del momento. El horizonte se tiñó de llamas naranjas producto de la batalla que el Sol mantenía para no abandonar el firmamento del que es Rey indiscutible.
La ciudad de Tikal se llenaba de sombras. Silenciosa, abandonada… Pronto la dejaríamos también nosotros para que sólo jaguares y otros animales deambularan por ella. Pero antes aún nos quedaba algo.
Esperamos a que cayera la noche cerrada para abandonar el Parque, desoyendo las normas que dicen que debes salir antes. Recorrimos un estrecho sendero que conectaba el templo IV con la salida. Insectos de mayor tamaño que las luciérnagas y con idéntica propiedad lumínica eran nuestra única iluminación. Nuestro objetivo era encontrarnos con otros animales de mayor entidad y el nerviosismo hacía que se dispararan nuestros niveles de adrenalina. En este caso no hubo suerte.
Los guardas nos echaron un buen puro por perdernos en la noche y salir tan tarde. Rendidos y felices nos alejábamos de la que fue una de las ciudades más desarrolladas de América Central para luego caer en el abandono y ser engullida por la madre naturaleza.