El cicloturismo es una forma de viajar que cada día se va afianzando más en nuestro país y más allá de nuestras fronteras.
Hace un par de semanas tomé un AVE a Madrid desde mi Alicante natal y desde allí viajé hasta Torrecaballeros, una pequeña localidad de la provincia de Segovia. Iba a pasar un fin de semana descubriendo una parte del país que me era totalmente desconocida, pero lo mejor es que iba a hacerlo a golpe de pedal.
Los chicos de la compañía española Bikefriendly han colaborado con la finca familiar El Rancho de La Aldegüela para promocionar el cicloturismo en la región. El Rancho ha adecuado sus instalaciones para satisfacer, sobradamente, todas las necesidades que cualquier ciclista pueda tener mientras realiza una de sus rutas queriendo pernoctar en la zona.
Durante el fin de semana realicé dos rutas, de unos 30 km cada una, junto a compañeros de otros medios, los chicos de Bikefriendly y el excelente guía Eduardo Chozas, hijo del famoso corredor del mismo nombre que causó sensación en los años 80 y principios de los 90, militando en equipos como el Reynolds, Zor y ONCE.
Aunque las dos discurrieron por zonas muy cercanas entre sí, las características de la ruta y lo que veríamos en ellas difiere de tal manera que hace que merezca muchísimo la pena realizar ambas.
En la mañana del sábado un cielo raso nos dio los buenos días mientras cargábamos las bicis en las furgonetas. Las máquinas que llevaríamos eran auténticos pepinos. Del tipo de bicicletas que piensas que podrían llevarte hasta el fin del mundo casi sin tener que pedalear. A mí me tocó en suerte una Cannondale que, de ser boxeadora, entraría en la categoría del peso pluma y cuya suspensión parecía poder hacer deslizarme sobre caminos plagados de rocas como quien lo hace por un colchón de plumas.
Nuestro punto de salida sería la villa medieval de Pedraza. La pequeña ciudadela amurallada fue profundamente restaurada a mediados del siglo pasado y por ello obtuvo la categoría de Conjunto Histórico.
Alineamos nuestras bicicletas frente al castillo que corona la pequeña colina. Fue levantado en el siglo XIII y profundamente ampliado y reforzado por los duques de Frías en el siglo XVI. Aquí estuvieron cautivos los dos hijos del rey Francisco I de Francia tras su derrota en la batalla de Pavía ante el emperador Carlos I en 1525.
Comenzamos a pedalear descendiendo por las calles adoquinadas de Pedraza y llegamos a su Plaza Mayor, donde la torre de la románica Iglesia de San Juan se recortaba en el cielo límpido. Nos habría gustado quedarnos toda la mañana respirando la historia medieval de cada estrecha calle de la villa, pero nuestras piernas se sentían ansiosas y querían probar lo que sentían al impulsar aquellas poderosas máquinas que nos habían dejado probar.
Atravesamos la Puerta de la Villa – único acceso a Pedraza desde el siglo XI – y tomamos la carretera que descendía zigzagueando. Tras la segunda curva, llegamos a un recodo del que partía un camino de tierra, también descendente. Comenzaban nuestros duros tramos de mountain biking.
Descendimos la cuesta a gran velocidad y el terreno nos devolvió en seguida la afrenta al mostrarnos una rampa que me haría claudicar a pocos metros de coronarla. Me bajé de la bici con la respiración agitada y caminé junto a ella. Cualquiera que nos hubiera observado en la distancia, no sabría a ciencia cierta quién estaba arrastrando a quién. Las gotas de sudor resbalaban por mis sienes. Monté sobre mi Cannondale y me dispuse a seguir la ruta con total dignidad. La cosa mejoró. Mis músculos comenzaron a entonarse y las rampas comenzaron a ser vencidas en ese primer tramo tan duro.
Nos encontrábamos rodando por una de las antiguas cañadas por las que se movía el ganado trashumante, la Cañada de Los Llanos. Algunas granjas jalonaban la ruta y bonitas extensiones de verdes prados nos acompañaban a ambos lados. Granjeros y animales nos contemplaban al pasar con la misma inexpresividad reflejada en sus rostros. El tiempo parecía no haber hecho mella ni en unos ni en otros.
La ruta cruza ahora un par de puentes sobre las cristalinas aguas del río de Las Pozas y el arroyo de La Vega, para llegar a la pequeña población de Valle de San Pedro.Aquí retomamos la carretera asfaltada y nuestras cansadas piernas agradecen estos pocos kilómetros en los que rodamos sobre un firme que no se hunde bajo nuestro peso. El potente Sol ha ido derritiendo el hielo de las frías semanas anteriores y las pistas nos han trabado con zonas embarradas y terrenos ablandados.
Pero el respiro dura poco y, a la altura de Chavida, volvemos a las pistas de tierra y hierba y el paisaje natural. Bajamos la velocidad y mantenemos una cadencia de pedaleo que nos permite absorber la belleza del paisaje que nos rodea. La nevada Sierra de Guadarrama, a lo lejos, enmarca campos de pastos regados por arroyos y riachuelos, y salpicados por enebros, sabinas y robles que proporcionan sombras donde las reses puedan cobijarse los días de mucho calor. Hoy el Sol luce, pero su fuerza nada tiene que ver con la que adquirirá en el, ya no tan lejano, verano. El maldito tiempo pasa rápido en esta tierra, como en cualquier otra, pero la habitan gentes que intentan seguir viviendo de sus tierras y ganado, haciendo caso omiso de los cambios que trae la modernidad.
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La población de Pelayos de Arroyo, con su iglesia muestra del románico rural segoviano y erigida entre los siglos XII y XIII, marca nuestra entrada en el último tercio del recorrido.
Volvemos a afrontar subidas y bajadas antes de llegar a Santo Domingo de Pirón, pequeño pueblo asentado sobre el río Pirón. Dos inmensas cigüeñas nos custodian desde el aire y nos guían en nuestros últimos kilómetros hasta nuestro destino: Torrecaballeros.
Las piernas comienzan a padecer tanto barro, cuestas y, no lo podemos negar, la falta de entrenamiento. La ruta me ha demostrado que no es lo mismo hacer kilómetros en las llanes carreteras alicantinas que en estos lares.
Mi rotura fibrilar, curada hace tan sólo un par de semanas, se resiente y doy las gracias cuando veo aparecer la silueta de la finca El Rancho en el horizonte. Un cochinillo conseguirá reponer mis fuerzas mientras pienso que al día siguiente me espera otra ruta de 30 km. Es aquí cuando me doy cuenta de otra gran verdad de la vida: las cosas se ven de otra manera cuando te rodea buena gente y estás comiendo como un rey. ¡Vamos a por la segunda!.
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