La primera palabra que se me viene a la cabeza es “espartano” pero como parecería un mal guiño al origen de su carta de comidas, voy a decir que el interior de The Apollo no hace concesiones a la frivolidad. Y The Apollo es un restaurante griego, de buena comida casera.
The Apollo está situado en el barrio de Potts Point, a sólo 400 metros al este de la Galería de Arte de NSW en el Royal Botanic Garden. En un edificio que alberga al Hotel DeVere, ocupa la esquina entre Macleay St y la exageradamente llamada Crick Avenue.
Os había hablado de él en mi artículo sobre 7 restaurantes en Sidney para todos los bolsillos y paladores, pero por razones de espacio no me puede extender como yo hubiera querido.
Cuenta con varias mesas en el exterior pero la luminosidad en el interior se garantiza, por un lado, con una serie de amplios ventanales curvados y por otro con lámparas de generoso tamaño en el techo. Eso sí, están pensadas para – y lo consiguen – cenar dando un ambiente de cierta sensual y cómoda penumbra, agradable con amigos o pareja pero no la mejor opción cuando se trata de fotografiar la comida (excusatio non petita…). Deformación laboral.
El interior no tiene nada que parezca griego, la decoración brilla por su ausencia. Es todo lo contrario a lo que ocurre en esos restaurantes recargados de detalles, que no te dan tiempo a concentrarte en el plato porque tus ojos no saben a dónde mirar. The Apollo tiene paredes de cemento vistas, columnas al aire y alguna otra tubería que se asoma sin pudor por el techo.
Los camareros, conté cinco con inmaculados delantales blancos bajo los que llevaban ropa propia de color negro, se mueven con soltura entre las mesas, llevando jarras de agua que van sirviendo a los comensales. Estos se sientan en una de las dos zonas del comedor, o bien mesas tradicionales o, como fue mi caso, frente a una barra alta de mármol que hubiera hecho las funciones de bar en cualquier otro sitio.
Después de un día sin comer (estas cosas pasan cuando viajas, te emocionas y se te pasa la hora y como el estómago no protesta demasiado, cae la noche sin haber probado bocado), me lancé a aceptar la recomendación del camarero/barman. Y mi estómago aplaudió cuando pedí el menú de degustación, “The Full Greek” ($55).
Para empezar llegaron unas aceitunas como hubieran podido servirse en España, pero acompañadas de una lata vacía de “caviar de Australia” para depositar en ella el hueso. En otro plato, apareció la Taramasalata (una mezcla cremosa de huevas de mújol y yogur entre otros ingredientes) para untar en porciones triangulares de plan de Pita.
Y una cajita de cartón, como una miniatura de las de pizza, con más pan de Pita que se mantendría caliente allí dentro.
Cuando me quedaba poco para dar buena cuenta de la suave Taramasalata, apareció una sana y fresca ensalada con pepino, tomate, aceitunas y queso feta. Pero no llegó sola. En una pequeña sartén, aún humeante, me trajeron una buena porción de Saganaki, delicioso queso frito con hierbas y especias, que dejó poco hueco para lo que vendría detrás.
Cordero. Un plato de cordero tierno, que se separaba usando sólo el tenedor (o una cuchara), que había estado a fuego lento al horno, marinado con ajo, orégano y otras especias, hasta que el exterior alcanza un tono oscuro, no quemado, mientras el interior sigue blando y jugoso.
Si creéis que después de eso no podéis comer ni una aceituna, esperad a que lleguen los postres.
En Asturias tenemos un término, llambión, que se aplica a quien le gusta mucho el dulce. Por si alguien lo dudaba, me encaja como un guante. El postre fue unos canutillos de fino hojaldre rellenos con una pasta de nueces, miel y aceite de oliva. Una cucharada de crema de café se había dejado caer sobre ellos, para añadir aún más sabor si cabe.
Cuando llegué, a las 19:20, no quedaba una sola mesa libre. Cuando me fui, algo más de una hora después, no pasaban cinco minutos sin que alguien entrara por la puerta y buscara con la mirada un hueco para sentarse a cenar.
A mi lado, en la barra, cenaba un profesor de escuela que había venido con un amigo irlandés (si, hubo un rato de “pues yo viví en Irlanda”). Era la primera vez que lo traía a este restaurante pero él venía cada vez que se acercaba a Sidney. El profesor era de origen griego y la comida era como la que hacían en su casa. Es la mejor recomendación que se puede escuchar de un cliente.
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THE APOLLO RESTAURANT
DeVere Hotel
44 Macleay St
Potts Point
Página web de The Apollo Restaurant en Sidney.
Esta es la ubicación en Google Maps del Apollo: