En una época en la que el running – junto con ese pseudo-tenis al que llaman pádel – parece haberse convertido en el deporte por excelencia en España, a mí me ha dado por salir en bicicleta. Tampoco a un nivel de pro, ni mucho menos, pero sí la uso para moverme por la ciudad (vendí el coche hace unos años) y hacer escapadas a lugares de la bella costa alicantina y las montañas del interior.
Hace unas semanas decidí ir por primera vez de Alicante a Santa Pola.
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Santa Pola
Santa Pola es una población costera de la provincia de Alicante que pertenece al término municipal de Elche. Durante gran parte del año, dormita entre semana para despertar algún fin de semana en el que el buen tiempo atrae a los ilicitanos, muchos de los cuales tienen su segunda residencia en la playa de Santa Pola.
Los principales atractivos de Santa Pola son sus salinas, el puerto pesquero, las ruinas romanas de El Palmeral y las playas en las que ondean las banderas azules otorgadas por la Unión Europea a las de mayor calidad del continente.
Además, no puedes marcharte de Santa Pola sin meterte un buen arrocito entre pecho y espalda. Los más tradicionales son el a banda y el negro, hecho con la tinta del calamar. Los pescados también son de muy buena calidad.
Pero para poder disfrutar de todo esto, antes tenía que pedalear unos 23 km desde Alicante.
Aunque la distancia por carretera (N-332) entre Alicante y Santa Pola no sobrepasa los 20 km, la ruta que realicé se fue hasta los 50 km ida y vuelta.
Las razones por las que no tomé el camino más recto son sencillas: el paisaje costero es mucho más bonito; con los últimos atropellos a ciclistas que estamos viendo estos días en las noticias, se me quitan las ganas de ir por carreteras nacionales; y, por último, no tenían ninguna prisa y quería hacer la mayor cantidad de ejercicio posible.
Salida de Alicante
El día estaba espléndido. Cielo raso y una ligera brisa que se convertía en viento ligero conforme te ibas acercando a la playa. Hacía calor, pero nada que ver con esos días sofocantes del verano alicantino que hacen que no te quieras mover de la sombra.
Saliendo desde el centro de Alicante, bajé por el Paseo de Soto hasta el bonito Parque de Canalejas – el parque más antiguo de Alicante – y giré a la derecha para coger la N-332, dirección Elche.
Este es un tramo por el que debes ir con bastante cuidado. Aunque es una calzada urbana y los conductores no pueden pasar de 50 km/h, la existencia de dos carriles en cada sentido y una larga recta, hace que la gente pase un poco de eso. Además, el arcén es casi inexistente.
Primeras playas: Urbanova
Lo mejor que puedes hacer, es coger tu bici y pasarla sobre el quitamiedos que está a la altura de la raqueta de la Ciudad de la Luz. Así evitas el tramo más peligroso antes del desvío a las playas de Urbanova y Arenales del Sol.
Eso es lo que hice yo. Una vez hube pasado la bici, crucé las vías del tren (cuidado, porque por ellas sigue pasando el tren de cercanías que conecta Alicante y Murcia) y comencé a pedalear por un camino de tierra, arena y arbustos, cercano a la costa.
Saludé a pescadores y campistas (mucha gente duerme aquí en sus caravanas) y continué hacia la carretera que lleva de Urbanova a Arenales del Sol. Esta calzada discurre a menos de 100 m de la costa y puedes bajar a la playa en cualquier momento.
Especialmente bonito es el tramo que se encuentra en tierra de nadie entre ambas zonas edificadas. Allí hay dunas y se puede llegar a ellas a través de una pasarela.
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Arenales del Sol
Poco después llegué a Arenales del Sol. Esta población ilicitana es totalmente turística. Sin embargo, los días laborables primaverales y otoñales son mis preferidos.
Era viernes y algunas personas mayores caminaban por el paseo marítimo en una calma total. Apenas había tráfico, pero tomé el carril bici que lleva hasta el final del pueblo. Arenales es el clásico ejemplo del libertinaje anterior a la Ley de Costas. En primera línea de playa verás algunos edificios excesivamente altos. Por eso nunca me quedo en la parte urbanizada.
Pedaleando un par de minutos más, te encuentras con el paraíso de la playa del Carabassí, una de las más hermosas al sur de Alicante.
Aquí las dunas son más extensas que en el tramo entre Urbanova y Arenales. Además, a menos de 50 m se encuentra el Clot de Galvany, una zona de humedales rica en flora y aves.
Es una buena parada si quieres disfrutar de playa. Además, es nudista.
Gran Alacant
Seguí mi camino sin detenerme en el Carabassí, sólo para darme cuenta de que mis piernas no son de escalador.
La cuesta que lleva del Carabassí a la urbanización encaramada a una peña rocosa, Gran Alacant, siempre puede conmigo. Aunque no es demasiado larga, tiene una pendiente muy pronunciada y no pude con ella. A una rampa de la cima me bajé y continué con la bici a cuestas. Es lo que hay.
El Faro de Santa Pola
Atravesé el conglomerado de chalets que es Gran Alacant (con bonitas vistas al mar, pero demasiado aislados y alejados de la playa, para mi gusto) y tomé uno de los caminos de tierra que van al Faro de Santa Pola.
Esta es, sin duda, la mejor parte de la ruta.
La zona de campo está horadada por varias rutas perfectamente señalizadas. Son aptas para senderistas y ciclistas y llevan a atractivos tan variopintos como acantilados con vistas a Tabarca, un búnker y baterías antiaéreas de la Guerra Civil española y una torre vigía (Torre Escaletes) del siglo XVI.
Además, es el tramo más divertido para hacer con la bici de montaña. El terreno es totalmente irregular y exige estar atento a las rocas. Pinos, arbustos, plantas aromáticas, liebres y lagartos de tamaño considerable me amenizaron el paseo.
Tomé casi todos los desvíos que vi señalizados, para ver los distintos lugares de interés del ecosistema que rodea al faro. Un lugar que me sorprendió muy positivamente y que desprende una energía increíble.
Llegada a Santa Pola
Sudaba la gota gorda cuando comencé a descender desde la Torre Escaletes hacia la zona urbana conocida como Santa Pola del Este.
Desde Santa Pola del este sólo hay que seguir dirección sur, en paralelo al mar, para llegar al centro urbano.
Cansado, pero feliz, aparqué mi bici en la playa de Levante de Santa Pola y me tomé un merecido baño en el agua fresca del Mediterráneo. Apenas había gente. Música, bolígrafo, folios en blanco… Y a escribir una carta importante.