La mayoría de la gente – entre los que me incluyo – cuando escucha el nombre de La Alpujarra lo asocia inmediatamente con Granada. Sin embargo, esta mítica comarca también ocupa parte de la provincia de Almería. Se halla asomándose al fértil y bello valle de Andarax – que se extiende entre las imponentes Sierra de Gádor y Sierra Nevada -, en el límite noroccidental de Almería. En ella, sus atractivos históricos y naturales se reparten por algo más de una veintena de municipios que hunden sus raíces en estas tierras donde el legado árabe se encuentra muy arraigado, pues fue el último bastión de aquella cultura cuando Boabdil el Chico, último sultán de los nazaríes, se asentó en Laujar de Andarax, centro neurálgico de La Alpujarra almeriense.
Separadas por bosques, valles, riachuelos, granjas y pueblos de casas encaladas, el suave perfil de las montañas de La Alpujarra almeriense engañan a más de uno, pues disimulan a la perfección el hecho de que esconden varias cimas que superan los 2.000 metros sobre el nivel del mar.
Es, de hecho, otra Almería completamente diferente a la que tenemos en mente, esa que presenta las áridas tierras del desierto de Tabernas, los interminables invernaderos y la lunar costa del Cabo de Gata. Y es que Almería sorprende al viajero por el desconocimiento que solemos tener de sus muchos atractivos.
Hace unas semanas, tuve la fortuna de rascar la superficie de Almería para poder conocer algunos de sus secretos mejor guardados. La Alpujarra almeriense fue uno de ellos, y la exploramos someramente, tanto a pie como desde el aire.
Senderismo en el puerto de La Ragua
Cuando salimos de nuestro hotel en aquella mañana de mediados de octubre, el termómetro no pasaba de los 4 grados. Sin embargo, cuando el sol luce esplendoroso y se dedica a sacar el mayor brillo posible a un paisaje parecido a los que dibujamos cuando somos pequeños, la única preocupación que te puede dar el frío es cuántas capas de ropa tienes que ponerte.
Tras un desayuno ligero que compensase la buena cena que habíamos tomado la noche anterior, fuimos a nuestro autobús donde conocimos a la gran Federica, de la empresa de turismo activo Al-Mihras. Federica, que habitaba en Laujar de Andarax y cuya ascendencia alemana quedaba totalmente camuflada y diluida por su gracioso acento andaluz, era una gran experta y enamorada de la zona, tanto de su pueblo como de los vastos y hermosos espacios naturales que lo rodeaban.
El trayecto en bus fue agradable, ya que al ser la primera hora de un domingo frío, las carreteras estaban vacías y pudimos disfrutar del lento desperezar de la naturaleza mientras Federica nos iba explicando interesantes detalles sobre la región.
Conociendo el Puerto de la Ragua
Y es que, ninguno habíamos oído hablar antes del Puerto de la Ragua y mucho menos lo podíamos identificar como un accidente geográfico perteneciente al Parque Nacional de Sierra Nevada. Este puerto, que se eleva unos 2.000 metros sobre el nivel del mar, ejerce de paso natural entre La Alpujarra y el Marquesado del Zenete.
Desde su privilegiada ubicación domina la cuenca del Adra, las bellas playas almerienses, los parques naturales del Cabo de Gata, Mágina, Huétor, Cazorla y Baza, el altiplano de El Marquesado e incluso las altas cumbres de Sierra Nevada.
En él crecen los pinos silvestres y diversos tipos de arbustos y matorrales. En invierno, el lugar se llena de amantes del esquí de fondo o familias que vienen a jugar con trineos en la nieve. En primavera y verano, son las rutas senderistas las que atraen la atención de los amantes de la montaña y la naturaleza. Mientras que en otoño – época en la que lo visitamos nosotros – el senderismo se puede acompañar, si el tiempo así lo decide, con la recogida de setas, existiendo buenas rutas micológicas.
A falta de setas buenas son las sendas y las vistas
Aquel día de octubre no era óptimo para encontrar setas, pues el calor no había desaparecido del todo y las lluvias no habían hecho acto de presencia en las últimas semanas. Ambos factores son necesarios si quieres buscar setas en España o en cualquier otra parte del mundo.
Sin embargo, esto no nos preocupó porque en cuanto el sol comenzó a calentar, nos encontramos con un día inmejorable para hacer trekking y, además, en total soledad. Fue así como comenzamos nuestra ruta desde el mismísimo aparcamiento del puerto de La Ragua. Tras pasar una pequeña pinada, comenzamos a caminar por la ladera de una pequeña depresión y al poco nos encontramos ascendiendo en zigzag. El desnivel era muy pequeño y la subida nos sirvió para entrar el calor.
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Por la pequeña garganta fluían las aguas de un riachuelo minúsculo que mantenía la zona con un verdor esplendoroso. Tras el breve ascenso, llegamos a la parte más bonita de la corta ruta que hicimos. Los árboles, debido a la altitud, habían desaparecido, y eran sustituidos por una alfombra de pequeños arbustos de forma circular y textura esponjosa, mezclados con hierba, musgo y líquenes que cubrían rocas esparcidas sin ningún orden, como si hubieran sido lanzadas al azar por gigantes que habitaran estas tierras en épocas pasadas y mágicas.
En cierto modo, el lugar tiene algo de aspecto lunar. Fue así como llegamos al magnífico mirador del Collado de Cabañuelas, donde pudimos disfrutar de unas vistas de las que atrapan, con bosques, valles y montañas rodeándonos por todos lados. Un sitio ideal para sacar el bocadillo y comer en total tranquilidad, o para echarte a leer o escuchar música en soledad.
La tirolina más grande de Andalucía
Disfrutamos durante un rato de la espectacular panorámica y después tomamos el mismo camino de regreso (aunque os aconsejo hacer la ruta circular si tenéis algo de tiempo o incluso seguir los tramos del sendero GR-240 o senda Sulayr, que atraviesa Sierra Nevada) hacia el aparcamiento.
Desde allí nos llevarían a hacer una de las actividades más divertidas que probamos en esos días que estuvimos descubriendo los secretos escondidos del Altiplano de Granada y La Alpujarra almeriense: la tirolina más grande de Andalucía. O, al menos, así lo afirman los chicos de la empresa Be Natural Sport Bayarcal que nos prepararon la actividad.
El cableado de la tirolina en cuestión atravesaba un valle de aspecto medianamente árido pero que, como luego comprobaríamos al pasar por él a pie, escondía varios puntos de extraordinaria belleza natural.
La clase de explicación no duró mucho y cuando me quise dar cuenta ya estaba con el equipo puesto y listo para volar a más de 150 metros sobre el suelo. El tema de la tirolina ya lo había probado en lugares como Guatemala, México o el País Vasco, y siempre me había encantado esa sensación parecida a la de volar. En unos segundos, tomé algo de carrerilla y me lancé a la aventura.
Aunque el recorrido lleva poco más de 20 segundos, la experiencia es una pasada al deslizarte sobre el techo de la arboleda del valle, en el interior de un bonito cañón. Las risas y gritos continuaron mientras mis compañeros iban lanzándose uno tras otro.
Una vez estuvimos todos en el lado opuesto del barranco, regresamos al punto de inicio siguiendo un bello e inesperado sendero que descendía por una cara de la pared y ascendía por la opuesta. Fue así como nos encontramos con pequeñas pozas de agua donde nos apeteció bañarnos, antiguos molinos derruidos y pasajes escoltados por una preciosa arboleda otoñal. Un camino que merece la pena ser recorrido con tranquilidad.
Otras experiencias con Be Natural
Nos habría encantado disponer de algo más de tiempo, pues los chicos y chicas de Be Natural tienen un tinglado muy bien montado, con actividades tan originales como un circuito podológico y el emocionante descenso de barrancos, además de yoga, senderismo y tiro con arco.
Los tendremos que probar en nuestra próxima visita, pues La Alpujarra almeriense bien merece que regresemos.
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