La costa sur de Islandia pasa por ser la más visitada del país. Las razones de que esto sea así son varias. Por un lado, la mayor parte de atractivos turísticos de esta zona son fácilmente accesibles desde la capital, Reikiavik, siguiendo la carretera 1 – Ring Road – de la isla. Por otro, el clima es más moderado durante los meses fríos del año, cuando las carreteras del norte sufren las consecuencias del frío, el viento y las precipitaciones. Y es que la belleza del sur de Islandia es realmente magnética. Aquí encontrarás volcanes en actividad, enormes glaciares con lagunas a sus pies, enormes y bellas playas de arena negra, granjas, pequeños pueblos, extrañas montañas y un sinfín de cascadas. Entre estas últimas destacan las cascadas de Seljalandsfoss y Gljúfrabúi, que se hallan a un paso de la costa y presentan un par de peculiaridades que las hacen distintas a las demás.
Y es que en Islandia hay cientos de cascadas y puedes suponer que llega un momento en el que te cansas de verlas. Sin embargo, tras haber visto más de una veintena de ellas, te puedo asegurar que cada una de ellas posee algo diferenciador al resto, haciéndolas únicas.
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En el caso de las cascadas de Seljalandsfoss y Gljúfrabúi ese algo es más que obvio, pero te dejo en ascuas para que sigas leyendo este artículo en el que te cuento todo sobre estas dos maravillas de la naturaleza que puedes admirar en el mismo lugar.
Cómo llegar a las cascadas de Seljalandsfoss y Gljúfrabúi
Las cascadas de Seljalandsfoss y Gljúfrabúi se despeñan por las paredes de una montaña que se encuentra a escasa distancia del mar. La mayoría de la gente suele llegar hasta ellas conduciendo su propio coche, furgoneta o autocaravana de alquiler, que es la manera más habitual de moverse por Islandia.
Si ese es también tu medio de transporte, debes saber que la distancia que separa Reikiavik de las cascadas de Seljalandsfoss y Gljúfrabúi es de unos 128 km, y te llevará 1 hora y 45 minutos cubrirla por carretera.
Sin embargo, como quizás incluyas esta parada en un viaje por Islandia por etapas, es interesante conocer que hay otras dos poblaciones de tamaño considerable desde las cuales te encuentras más cerca de las cascadas. Estas son Selfoss (70 km y 57 minutos) y Vik (62 km y 49 minutos)
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Visita a las cascadas de Seljalandsfoss y Gljúfrabúi
Si te aproximas a las cascadas de Seljalandsfoss y Gljúfrabúi procedente del oeste, antes de llegar al aparcamiento donde todo el mundo deja su vehículo podrás admirar (si el día es despejado) la silueta de las cercanas islas Vestman, un archipiélago formado por 15 islas de origen volcánico (Surtsey, la más reciente de ellas, emergió a la superficie tras una erupción que comenzó en 1963 y perduró hasta 1967) en el que habitan algo más de 4.000 valientes. Además, cuentan que fue en estas islas donde se asentaron los primeros eremitas irlandeses, allá por el siglo VI, antes de la llegada de los colonizadores procedentes de Noruega y Suecia.
Si tienes tiempo de sobra, siempre podrás tomar el ferry que te acerca a Helmaey, la capital de las Vestman, y ver cómo vive esta peculiar gente que se halla en peligro constante al vivir en lugares de alta actividad volcánica.
Sin embargo, resulta difícil fijar la mirada en las islas (que quedan a mano derecha), porque a la izquierda ya aparece esa pared de roca, cubierta de verde, sobre la que se deslizan varias caídas de agua, siendo la mayor y más impresionante la de Seljalandfoss.
Dejamos el coche en el aparcamiento de Seljalandsfoss (hay que pagar 700 ISK, unos 5 euros al cambio, para aparcar allí, independientemente del tiempo que te quedes) y nos pasamos por la pequeña tienda y cafetería que hay junto a él. Esto nos demostró que el lugar era bastante turístico, pues son muy escasas las cascadas islandesas que poseen este tipo de complementos comerciales a su alrededor.
El otro indicador claro de la elevada popularidad de estas cascadas era que el aparcamiento se hallaba bastante concurrido.
Sin embargo, no penséis en aglomeraciones turísticas como podéis encontrar en algunos monumentos europeos, sino que todo es a escala islandesa. Recordad que estáis en un país con poco más de 360.000 habitantes y en el que las infraestructuras turísticas poseen una capacidad limitada.
Desde la zona de «tiendas» parte un sendero por el que podrás recorrer toda la parte frontal de la pared rocosa. Es un trazado lineal que implica una caminata de unos 20 minutos en cada sentido, pero si vas tomando fotos y demás, bien puedes dejar la visita en algo más de una hora.
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Otra de las cosas que me encantan de los paisajes islandeses es que lucen totalmente distintos según en el momento en el que los visites. Al trabajar como guía de temporada en Islandia, el pasado verano estuve cuatro veces en estas cascadas, viéndolas con sol, con lluvia, niebla y casi nieve.
Depende de cómo te las encuentres, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Cuando las vi tras varios días de intensas lluvias, el volumen de agua que bajaba por las cascadas era brutal, estando preciosas a pesar de la neblina. Por otro lado, durante los días del soleado verano que pudimos disfrutar, el caudal tampoco estaba nada mal y los colores del conjunto paisajístico refulgían con unas tonalidades bellísimas. Si me dieran a elegir, creo que me quedaría con los días soleados. Y es que en esta isla, el sol hace una diferencia realmente palpable.
Las dos cascadas que atraen la atención de todos los visitantes son Seljalandsfoss y Gljúfrabúi.
La primera, como os comentaba, es perfectamente visible desde la carretera, con esa espectacular caída de 60 metros por la que se precipitan las aguas del río Seljalandsá. La segunda está completamente escondida, siendo otra historia.
La particularidad más distintiva de la cascada de Seljalandsfoss es que hay un sendero labrado en la roca que te permite colocarte por detrás de la cortina de agua de la cascada, disfrutando de una perspectiva totalmente diferente y única. No te olvides ponerte un buen chubasquero, pues dependiendo de la dirección del viento acabarás bastante mojado tras atravesar esta parte del circuito.
Aunque más te mojarás en la otra sorpresa del día: la cascada de Gljúfrabúi. Esta, aunque con menor caída que la otra (el salto es desde unos 40 metros de altura), se encuentra en un lugar impresionante.
La hallarás escondida, tras pasar por una zona de acampada, en un pequeño cañón – o pliegue – que se forma en la pared de la montaña, hacia el final del sendero. Cuando te aproximas a ese cañón, no escuchas el ruido de la caída del agua, y tan solo ves un pequeño riachuelo que parece emerger de una abertura en la pared. Cuando por fin encaras la entrada al cañón, el ruido está ahí, pero no eres capaz de ver la magnitud total de la cascada hasta el último momento, cuando pasas sobre unas cuantas piedras en un paso muy estrecho y accedes a una especie de cámara secreta en la que hay una gran piedra y la lagunilla creada por la cascada. Arriba se puede ver la claridad del cielo en una estampa inolvidable.
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Aquí, el agua cae con una fuerza brutal, haciendo prácticamente imposible que nadie te pueda oír al hablar. Te mojarás de la cabeza a los pies mientras contemplas esta maravilla de la naturaleza. Un lugar imprescindible por cualquier ruta por el sur de Islandia.