Desde el Parque Nacional de Abel Tasman seguimos rumbo sur en la isla neozelandesa más septentrional. Nuestro próximo destino era el de los glaciares de Franz Joseph y Fox, anclados en la costa oeste de la Isla Sur. Hicimos una pequeña parada en Greymouth a cenar y acampamos en un área de descanso que encontramos por pura casualidad. Las carreteras neozelandesas están tan poco transitadas y están rodeadas de una vegeatación tal que puedes parar en uno de estos simples lugares y parece que te encuentras en el medio de la nada, en plena naturaleza.
Pero, ¡cuidado!, que no estás tan solo. Además de la mezcla entre mosca y mosquito minúsculo que no te dejará de seguir donde vayas en la Isla Sur -escribiré un artículo sólo dedicado a ellas, porque lo merecen- también existe un número importante de guarda forestales-polis de carretera que vigilan las zonas de descanso. El hombre, de aspecto bonachón, nos pilló recogiendo la tienda y nos informó que, por haber dormido allí, teníamos que dejar unos 3 euros cada uno en el sobre que nos tendió y… se fue diciéndonos que lo dejáramos en un buzón que había allí…???. Está claro: no están acostumbrados a ver españoles por la zona. Aún así al menos pagamos por uno de nosotros y echamos el sobre donde nos dijo.
A la tarde del día siguiente -y tras parar en Hokitika– teníamos lo que sería el primer contacto del viaje -y de mi vida- con un auténtico glaciar. El Franz Joseph -nombre dado por un explorador alemán como tributo al emperador austríaco Franz Joseph I- es una lengua de hielo de unos 12 kilómetros de largo que desciende desde los bellos Alpes del Sur, por entre la selva, y hasta sólo 300 metros sobre el nivel del mar. Es uno de los únicos 3 glaciares del planeta que se encuentran tan cerca de la costa. Para acceder a él, dejamos el coche en la entrada y caminamos unos 20 minutos por una senda que desembocaba en un valle típico de los lindes del Mordor de Tolkien. Recorrimos el gigantesco cauce gris de un antiguo río, rodeado de paredes enormes de piedra de las que caían cascadas de agua en diversos puntos. El cielo estaba nublado, pero con un grisáceo violeta que iluminaba piedras y -allá, a lo lejos- también al hielo.
Habíamos llegado casi al anochecer y no había un alma. Los tres amigos sin intercambiar palabra delante de aquel gigante de hielo cubierto a media altura por unas nubes bajas que le daban un toque aún más místico. No nos los pensamos dos veces y saltamos la cuerda que intenta disuadir a la gente de meterse en el hielo sin la compañía de guías especializados. Avanzamos por las faldas más bajas de aquel monstruo congelado, nos hicimos unas fotos y exploramos una pequeña cueva mezcla de hielo y roca.
La anécdota, para variar, no tardó en producirse. Óscar posó para una foto justo en el límite exterior de una especie de cavidad formada por las curvatura del hielo. Hicimos la foto, dimos unos pasos alejándonos del lugar y, menos de 1 minuto más tarde, oímos como algo resbalaba por el hielo y nos dimos la vuelta. Una roca tan grande como dos personas había deslizado por lo que sería el techo de la cavidad y se estrelló con un estallido ensordecedor, justo en el lugar donde mi amigo se había hecho la foto. Nos miramos los tres, nos echamos las manos a la cabeza y dijimos: ¡la hostiaaaa!.
Con ésto se nos quitaron las ganas de seguir la exploración por nuestra cuenta y decidimos esperar al día siguiente.
Amaneció un bonito día y disfrutamos de las vistas del glaciar, esta vez junto a varios grupos de turistas asiáticos y australianos. Nos habían comentado en el camping del cercano pueblecito que lleva el mismo nombre que el glaciar, que el Franz Joseph era menos accesible que su hermano mellizo, el Fox, así que no contratamos la excursión al glaciar pensando que sería mejor hacerlo en el Fox.
Hay diversas agencias con las que puedes contratar paseos por el hielo, escaladas de paredes congeladas e incluso vuelos en helicóptero sobrevolando el glaciar y posándose en algún lugar seguro.
La verdad es que fue una gran experiencia: fuimos desvirgados en el mundo de los monstruos de hielo.