Peñíscola en invierno tiene un especial encanto y una visita a este pueblo costero de Valencia a finales de diciembre poco tiene que ver con el frenético desfile de turistas que circulan por sus calles y playas en verano.
Llegamos en coche antes de que anocheciera y nos pusimos a buscar alojamiento. Encontramos la zona de playa cercana al casco antiguo completamente desierta. Los hoteles cerrados y con un aire a abandonado que ofrecía una misteriosa sensación. Afortunadamente, el bello peñón donde se levanta el casco antiguo de Peñíscola con el castillo de Papa Luna a lo alto no desaparece en invierno y su estampa se parece más a las fotografías de principios de siglo a la que encontramos en el bullicioso verano.
Al atardecer, pasear por Peñíscola a finales de diciembre ofrece una sensación completamente distinta que en verano y da gusto pasearse por sus calles empedradas y apreciar el silencio de las antiguas paredes.
En el casco antiguo existen apartamentos y habitaciones pero también los encontramos cerrados. Preguntamos en un bar y nos recomendaron que fueramos al hotel Tio Pepe, en la avenida España, en la zona nueva de Peñíscola. Hacía allí fuimos. La calle se encuentra a la altura de la oficina de turismo en la playa -cerrada, por supuesto- y a unos 200 metros al interior.
Afortunadamente lo encontramos abierto y por 45 euros encontramos una decente habitación doble con baño incluido. Aparcamos el coche justo delante del hotel; cosas que tiene la temporada baja.
Una vez dejamos los trastos en la habitación nos dispusimos a pasear por la desierta playa con vistas estupendas al atardecer y al casco viejo que se levanta sobre el monte con vistas al mar. A raíz del peñón, Peñíscola queda divida y da al mar a ambos lados cosa que confunde al viajero cuando pasea por las calles del casco antiguo.
Tomando algo un aperitivo en un bar aprovechamos para preguntar donde se come bien y nos recomendaron la taberna Ca Manolo. Se encuentra en el casco antiguo de Peñíscola, en la calle Mayor y disfrutamos de un buen festín. Sabiendo que en los siguientes días por Castilla La Mancha nos saciaríamos de carne aprovechamos para comer pescado y estuvo la mar de bueno. El postre final vino con un porrón de vino dulce que entró de maravilla. Entrantes, plato principal, bebidas y postre nos salió por menos de 30 euros por cabeza, el estómago satisfecho y una sonrisa de oreja a oreja.