
Nos despedimos de Chichiriviche y del parque nacional de Morrocoy. Entrábamos en nuestra etapa final del viaje a Venezuela. Una avioneta al día siguiente nos dejaría en el archipiélago de Los Roques así que debíamos cubrir la distancia que nos separaba del aeropuerto de Caracas.
Debido a las mil y una historias de inseguridad que se escuchan sobre las calles de Caracas decidimos reservar en un hotel cercano al aeropuerto. No íbamos a tener tiempo para visitar la ciudad así que para dormir solamente preferimos ir a un lugar práctico y evitar el congestionado tráfico de la capital venezolana.
El pueblo escogido fue Catia La Mar a escasos kilómetros de la terminal.
De Chichiriviche partimos con el autobús de línea hasta Valencia. Nos salió por 40 bolívares y unas cuatro horas para cubrir los apenas 130 kilómetros que separan ambas ciudades. Encontramos un par de accidentes por la carretera y el tráfico estaba completamente colapsado.
Una vez llegados a la terminal de autobuses de Valencia nos internamos en la estación. Hallamos dos compañías que realizaban el trayecto desde Valencia a Caracas -evidentemente, ningún autobús cubría Catia La Mar como destino final o de paso-. Aeroexpresos Ejecutivos, la línea de autobuses más fiable del país según otros viajeros, realizaba el trayecto hasta su propia terminal en el centro de la ciudad. No nos interesaba ya que nos alejaba del destino final y debíamos después cruzar el centro de Caracas casi por entero.
Encontramos otra compañía llamada Sefes con destino a la terminal La Bandera. Esta última se encuentra más al oeste de Caracas y nos iba de maravilla. En ambas compañías encontramos una buena cola de pasajeros comprando el billete y al llegar nuestro turno pagamos los 35 bolívares y nos subimos al autobús.
Durante el viaje a Caracas conocimos a un joven piloto que también se dirigía a Catia La Mar. Entablábamos amistad y nos fue de maravilla ya que fuimos juntos hasta el destino final. De esta manera evitamos abusivos taxis -nos dijeron que desde Caracas ciudad hasta el aeropuerto podría costar más de 1,000 bolívares- y disfrutamos de un buen paseo por el centro de Caracas usando el transporte público de la ciudad.
De la terminal La Bandera salimos al exterior y cubrimos a pie los 300 metros que distan de la parada de metro que lleva el mismo nombre. El metro de Caracas fue creado en los años ochenta y cuenta con la tecnología de la empresa ferroviaria Alstom. Me pareció muy limpio, seguro y la gente parecía tan disciplinada que me sorprendió encontrarme realmente en un país caribeño.
Entramos sin pagar. No por el precio -el billete sencillo apenas cuesta 1,5 bolívares- sino porque parecía haber un problema y las puertas estaban abiertas. Seguimos al gentío y nos dirigimos al andén.
Tomamos la linea azul hasta llegar a Plaza Venezuela donde cambiamos a la linea naranja hasta llegar a Capitolio. Al salir al exterior cruzamos una cuadra y llegamos a una cola de gente que esperaba el bus a Catia La Mar y otros destinos al norte de Caracas.
El billete del bus nos salió por 40 bolívares y en media hora llegamos a Catia La Mar. Para evitar dar vueltas y, en vistas a que nos habíamos ahorrado unos buenos billetes al llegar en transporte público, subimos a un taxi que nos dejó a la puerta del hostal Tanausu, al extremo de la avenida Atlántida con vistas al mar.
La puerta principal del hostal estaba cubierta por rejas y un guarda de seguridad custodiaba la entrada. Nos presentamos y accedimos a la recepción. Una simpática señora nos atendió y nos enseñó la habitación que daba a una balconada al más puro estilo motel de carretera estadounidense. La habitación salió por 320 bolívares con baño interior, aire acondicionado -estilo autocar con una sola posición diseñada para congelados industriales- y unos cuantos mosquitos.
Lo mejor del hostal Tanausu fue el restaurante. Estábamos hambrientos y preferimos quedarnos en el hostal. Nos acercamos al restaurante y devoramos un estupendo plato de carne a la parrilla junto a una ensalada y unos magníficos jugos naturales. Rendidos nos echamos a la cama a la espera del despertador que a las 5 de la mañana nos pondría las pilas para llegar a Los Roques, el último destino de nuestro viaje a Venezuela.
