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Segunda entrega de la comunicación no verbal en los viajes.
Para explicar una situación “de papeles”
Desde hace unos años, los argentinos no necesitamos visa para visitar Rusia. Cada vez que le contábamos esto a un viajero en el camino no lo podía creer, ya que es una de las visas más caras para conseguir. Pero al parecer, no sólo no lo podían creer los demás viajeros, sino tampoco el personal de migraciones ruso.
Cuando ingresamos al país, demoramos a todos los pasajeros del bus debido a que en migraciones no nos entendían, o no nos creían, que no necesitábamos visa para ingresar. Luego, cada vez que íbamos a una estación de tren para sacar un pasaje nos pedían el pasaporte y pasaban hoja por hoja buscando la preciada visa. Pero… hete aquí que no la encontraban nunca. Con señas y algunas palabras en inglés les explicábamos (o intentábamos hacerlo) que no la necesitábamos. Cansados de la situación, cuando llegamos a la ciudad de Tomsk, en la ruta transiberiana, Denis, nuestro Couch, nos escribió en la libreta de anotaciones lo que ven a continuación:
Palabras más, palabras menos, dice que los argentinos no necesitamos visa para ingresar a Rusia desde el 2009. Gracias Denis!! Otro ejemplo de cómo comunicarnos en estas situaciones, pidiéndole ayuda a quien hable el idioma local.
Igualmente, a la salida del país, costó que nos creyeran…
Para conseguir dónde dormir
Hace unos 10 años tuvimos la posibilidad de visitar Europa por primera vez. Uno de nuestros destinos fue Italia. Como casi todo aquel que va a Italia por primera vez, quisimos conocer Venecia. Nos habían dicho que no podíamos dormir en Venecia porque era muy caro, pero que podíamos bajarnos del tren en un pueblo sobre el continente donde seguramente los hoteles serían más baratos. “Es un pueblo chico”, nos avisaron. El lugar en cuestión era Mestre, que de pueblo chico no tiene nada. Llegamos de noche, tarde, cuando el movimiento en la estación de trenes es cada vez menor y los pasillos comienzan a llenarse de gente que pasará la noche en el andén. Apenas nos asomamos por la puerta de la estación vimos edificios enormes con las marcas de los hoteles más famosos y caros del mundo cuyo cartel luminoso nos decía “se equivocaron”. Un chico que pasaba por allí nos indicó que podíamos encontrar algún lugar más barato del otro lado de la vía. Atravesamos un pasillo interminable y salimos del otro lado. Ya no había edificios altos, sino casas bajas y mucho verde. Pero estaba desolado. De repente, vemos que una pareja de asiáticos se acerca hacia donde estábamos. Era la única posibilidad de preguntarle algo a alguien. Los frenamos y les preguntamos en inglés si conocían algún lugar donde podíamos dormir. Los dos se miraron. No nos habían entendido. Nos hablaron en chino.
Posiblemente nos dijeron que no hablaban inglés. Entonces recurrimos a las señas: los señalé con el dedo índice como diciéndoles “ustedes”, me señalé la cabeza, como preguntándoles “si conocían” y junté las palmas de mi mano, las lleve hacia el costado de mi cabeza e incliné mi cabeza sobre ellas al mismo tiempo que cerraba los ojos. Ahh!! Dijeron los dos al mismo tiempo y con señas nos explicaron que en tal dirección, a dos cuadras, había un lugar. Misión cumplida.
¡Para todo!
¿Alguna vez pensaron que la tecnología podía ser aliada de la comunicación por gestos, señas y dibujos? ¡Pues lo es! Con ustedes, señoras y señores…” Google translator o el traductor de Google”, que nos hizo vivir una simpática experiencia.
Agosto 2010. San Petersburgo. Rusia. El bus que nos llevaba desde Tallin, en Estonia, hasta San Petersburgo, en Rusia, nos dejó en el medio de la ciudad. No sabíamos exactamente dónde, pero estábamos seguros de que habíamos llegado a la ciudad porque el tránsito y el ruido ambiente eran muy notorios. Bajamos, nos alegramos al ver la estación central del metro cerca (porque era a la que teníamos que ir) y confirmamos lo de la gran ciudad al querer ingresar al metro y sentir que las personas estaban muy apuradas, que iban y venían sin rumbo ni dirección y que sino te sostenías firme, con los pies sobre la tierra, te daban vuelta como un trompo con mochila y todo.
Logramos ver en la pared el mapa de la red del metro. Estaba todo en cirílico, pero Jeffrey, nuestro couch, nos había dado las indicaciones con los colores de las líneas y la cantidad de estaciones que debíamos contar. Así que decidimos arriesgarnos y nos metimos en la cueva del metro. Increíblemente logramos llegar a destino, hasta con combinación de tren y todo. Recuerdo que una de las cosas que más nos sorprendió del metro fue la profundidad de las escaleras mecánicas. Pueden leer ese post en este link .
Después de dar algunas vueltas bajo el sol y el calor cada vez más intenso, encontramos la dirección que buscábamos. Era un edificio cuadrado, no muy alto, viejo, con una entrada principal que, a través de un pasillo oscuro, desembocaba en un patio y éste, a su vez, en otro pasillo y en otro patio. Alrededor del primer patio había puertas, varias puertas, todas estaban oxidadas y le impregnaban al lugar un mayor aspecto de deterioro. Teníamos que buscar el número 59. Mirábamos con detenimiento las puertas, pero no veíamos ningún 59 por ninguna parte.
Hasta que nos acercamos un poco a la puerta que más nos llamaba la atención y ahí estaban todos los números, incluido el 5 y el 9. Ahora venía la parte de tocar timbre. Comenzamos a tocar los distintos números formando el 59, el 95, el 59 con el numeral, etcétera, etcétera, hasta que salió un chico. El chico no se parecía en nada a Jeffrey, porque Jeffrey es colombiano, de tez un poco más oscura que los rusos en general y habla español, mientras que el que nos recibió es rubio, alto y no entiende una palabra de español ni de inglés. Nosotros no sabíamos qué hacer, no sabíamos si estábamos en la casa correcta, en el momento apropiado.
Decidimos entrar. Subimos por unas escaleras oxidadas y angostas hasta una puerta e ingresamos al departamento. Nos quedamos esperando en la sala de estar-cocina, sentaditos en un sillón que luego, durante cinco noches, sería nuestra cama. El chico que nos había recibido desapareció por un buen tiempo, sólo escuchábamos la televisión de fondo. Después de varios minutos, se acerca a nosotros con la notebook en la mano y nos muestra la pantalla. Allí podíamos ver que el traductor de Google nos decía:
Pincha aquí para hacer tu reserva.
Perdones, no hablo su lengua extranjera. Jefrrey está en camino. Té, café?
Estábamos en el lugar correcto!
A pesar de que el post se llama Viajar sin diccionario, a veces son muy útiles los pequeños libros que no son “técnicamente” un diccionario, pero pueden servir como tal. Presentan escritas, en inglés (también hay algunas en español) y en el idioma local del país que visitemos, las frases más comunes que un viajero puede necesitar cuando va a un aeropuerto, a un banco, a una terminal de bus, a un hotel, a un restaurante, etcétera.
Pueden ser muy útiles, pero será mucho más divertido comunicarse por señas. Eso sí, se necesita mucha paciencia y entender que las personas que te están escuchando no tienen por qué saber tu idioma, por lo tanto el esfuerzo debe ser, mayoritariamente, nuestro.
Hola Quique! desde hace unos días sigo tu blog. muy interesante. Me gusta la forma en que está narrado. Yo también soy bloguero de viajes junto con unos compañeros. Te invito a visitar nuestro blog ;)
http://www.trippersgang.com
Un saludo y continua el buen trabajo!
Dany
hola q chulo no