Cuando Claudia, nuestra guía en la ciudad, me comentaba, al poco de llegar a Düsseldorf, que esta ciudad ocupaba el quinto puesto en el ranking de ciudades con mejor calidad de vida a nivel mundial (y primera en Alemania), yo ponía cara de asombro. Me parecía una exageración por el simple hecho de mi total ignorancia sobre una ciudad en la que nunca había fijado mi pensamiento.
Con cierta incredulidad indagué en internet nada más llegar a mi hotel y comprobé que la prestigiosa firma consultora americana Mercer, la colocaba sexta en ese exquisito ránking mundial. Me quedé sorprendido.
Cuatro días más tarde tomaba mi avión de vuelta a Alicante totalmente convencido de que Düsseldorf tenía semejante honor totalmente merecido.
En un rápido resumen, Düsseldorf es una ciudad agradable, de anchas y limpias calles donde conviven bicicletas, peatones, coches y transporte público en una buena armonía muy difícil de conseguir. Cuenta con grandes y bellos parques y varios canales que nacen o mueren en el magnífico río Rhin, la vía fluvial (de 1320 kms) navegable más utilizada en la Unión Europea. Su centro histórico peatonal es rico en monumentos, bares y restaurantes y la famosa calle Königsalle está considerada como el bulevar comercial más lujoso de toda Alemania. Además, cuenta con una red de transporte público envidiable con metro, tren y tram, complementados por autobuses. Su seguridad ciudadana y prosperidad económica completan el paquete.
Todo esto imagino que podréis leerlo en cualquier folleto propagandístico de la ciudad pero yo os voy a contar, centrándome en el aspecto natural y de primera mano, lo que yo conocí de Düsseldorf tras muchísimas horas de pateo.
Teniendo la suerte de poder disfrutar de un cielo soleado todo el fin de semana -cosa nada fácil en febrero- decidí utilizar todo el tiempo libre que me dejara la gran fiesta del carnaval de Düsseldorf para gozar de las virtudes de la ciudad al aire libre.
Parque de Hofgarten
Nada más de salir de mi hotel me encontré con el parque de Hofgarten. Este auténtico pulmón de la ciudad de Düsseldorf tiene, además, el honor de ser el primer parque público de Alemania.
Sus casi 28 hectáreas de terreno se localizan en el centro de la ciudad, extendiéndose desde Jacobistrasse a Heinrich-Heine-Allee y desde Königsalle a Rheinterrasse, a orillas del Rhin.
El parque fue diseñado en la segunda mitad del siglo XVIII y tiene unos 2000 árboles – algunos de ellos de hasta 200 años de edad- pequeños estanques y lagos habitados por aves de manera perenne y estrechos senderos en los que se respira aire puro y se oye el canto de los pájaros.
Paseé por él hasta llegar a la Rheinterrasse, sin prisa y disfrutando de la quietud del lugar, alejado del tumulto carnavalero que poseía Königsalle.
Una vez llegué a ver el ancho cauce del Rhin, giré a la izquierda y caminé por la zona peatonal que recorre la ribera del río del lado de la ciudad vieja.
Ribera y playa del Rhin
Parejas retozando y padres jugando con sus hijos al fútbol ocupaban las zonas verdes de la ribera del Rhin.
La mayor parte de la gente se encontraba en movimiento y paseaba, patinaba, corría o pedaleaba por la zona asfaltada. Algunos preferían tomarse algo en cualquiera de las terrazas que jalonan el paseo mientras observaban el gran puente que se extiende sobre el Rhin (Rheinkniebrücke) o la famosa Torre Rheinturm, desde la que podemos obtener las mejores vistas de todo Düsseldorf.
Caminé junto a la torre y enfilé el pequeño puente blanco peatonal que lleva a Paradiesstrand, la playa de Düsseldorf.
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Pues sí, esta ciudad alemana tiene playa. Muchos ciclistas iban y venían y los transeúntes amarraban a sus perros para que no salieran a perseguirlos. El lugar estaba lleno de domingueros que querían aprovechar este regalo del cielo. El Sol brillaba alto cuando alcancé la zona arenosa.
La arena se mezcla con arbustos, árboles y rocas en un lugar que en invierno invita al recogimiento y la meditación pero en verano, dicen, rebosa de energía y vida. La gente viene aquí cargando sus toallas, comida y bebida y se organizan unas barbacoas de órdago que duran hasta bien entrada la noche. Eso sí, recomiendan no bañarse en el Rhin debido a las potentes corrientes.
Aproveché para sentarme en la arena y comer algo de fruta mientras observaba las bonitas casas alineadas en la otra orilla del Rhin. Allí también existe una gran extensión de verde en la que podía distinguir pequeñas figuras paseando aquí y allá. Una pena no haber tenido tiempo de explorar esa parte de la ciudad.
Volksgarten y Südpark
Abandoné la playa de Paradiesstrand y regresé sobre mis pasos hasta Lorettostrasse, una famosa calle comercial de Düsseldorf. Sin embargo, al ser domingo de carnaval, el lugar estaba medio muerto y continué por Bilker Allee, atravesé un pequeño parque, continué por la Universidad (junto a la estación de Bilk) y enfilé el canal por el que discurre Feuerbachstrasse hasta desembocar en el gran Südpark.
El Südpark y el Volksgarten son dos enormes parques contiguos que se han convertido en el lugar preferido de los habitantes de Düsseldorf para pasar los domingos.
Ambos son del siglo XIX y se considera que El Jardín del Pueblo (significado en español del término «Volksgarten») está englobado dentro del Südpark. Este último tiene una extensión de unas 70 hectáreas y combina zonas ajardinadas, pequeños bosques, estanques y senderos con pistas de mini-golf, un zoo de mascotas, zonas de juegos para niños y un gran número de esculturas y monumentos, tanto clásicos como abstractos.
El Volksgarten tiene un aire más natural con especies autóctonas, siendo el Südpark diseñado, a finales del XIX, para divertimento de las gentes del sur de la ciudad.
Caminé con parsimonia bajo una luz ya tenue y observé varias parejas de enamorados disfrutando de las últimas horas del fin de semana de San Valentín. Muchos grupos multiétnicos lucían botas embarradas mientras jugaban partidos de fútbol con porterías hechas con sus mochilas. Más allá los niños se divertían en sus zonas de juegos y algunos ciclistas regresaban a casa.
En verano el aire del parque se impregna de un denso y rico olor a salchicha a la barbacoa y las mantas coloridas ocultan el verde del césped para disfrutar de pinnics entre risas.
Quizá lo pueda vivir en otra ocasión.
De regreso a casa intenté encontrar las pintadas artísticas del famoso barrio alternativo Ackerstrasse pero sólo conseguí encontrar una. También se me quedó en el tintero visitar los Jardines Japoneses.
Volví a mi hotel reventado mientras la gente seguía celebrando el carnaval en Königsalle. El resto de las limpias y anchas calles de Düsseldorf dormitaban en espera de recuperar una normalidad robada por la fiesta.
Pasé un día perfecto en una ciudad que tiene bien merecida su fama de aportar calidad de vida a sus habitantes.