Encontrándome en Mendoza con mis amigos argentinos Pablo y Naty, les comenté que tenía tan sólo unos 4 ó 5 días antes de cruzar la frontera hacia Santiago de Chile. En un principio pensaba ir a Salta pero al decírselo me contestaron que era una locura meterse 18 horas de bus de ida -y otras tantas de vuelta- para estar tan pocos días por una región a la que debía dedicar mucho más tiempo.
Fue Carly -hermano de Pablo- el que unas horas más tarde me daba la solución: la de viajar tan sólo unos 250 kilómetros al sur para llegar a San Rafael y hacer allí base para visitar el Cañón del Atuel.
Así hice y pagué unos 35 pesos por el pasaje de ida y vuelta. El trayecto de 3 horas lo pasé en parte durmiendo en parte admirando la sequedad del terreno.
En la ciudad me alojé en el hostal de la cadena Hostel International, Tierrasoles. No es mala opción por los 30 pesos que cuesta -con la tarjeta de socio- incluyendo desayuno. Aunque era internacional, estaba plagado de argentinos -lo cual me alegró porque lo que menos me gusta de estos hostales es que no suele haber gente del país-. Además, tuve la suerte de conocer a un buen grupo de gente allí con la que salí de marcha en una noche memorable.
En el mismo hostal puedes contratar el tour que lleva al cañón del Atuel. Sale por unos 80 pesos y merece la pena.
Nos recogieron a las 8.30 am -después de tan sólo 1 hora de sueño por la fiesta del día anterior- en una furgoneta. Las caras de la gente eran un poema pero el guía era un crack que rápidamente animó a los tripulantes y comenzó a promover un buen rollo que duraría todo el día, incluyendo un asado argentino en la noche.
El tour tiene varias visitas distintas. Tras hacer una breve parada para comprar chocolatinas, agua -necesitábamos mucha con esa resaca- y utilizar los baños, nos internamos por el cañón. La carretera sinuosa tenía a más de uno con los nervios a flor de piel. Allí abajo, a muchos metros de distancia -o al menos los suficienes como para que fuéramos todo actores involuntarios de la campaña de Tráfico si el conductor se despistaba un poco- corrían las aguas del río Atuel, que da nombre al cañón.
Durante un trayecto de un par de horas por la garganta, observamos rocas de todas las formas y colores posibles. El cachondo del guía ponía canciones de series de dibujos y películas para darnos pistas sobre las formas que se podían apreciar: que si la cabeza de Homer Simpson, que si dos amantes dándole matraca, que si una tortuga Ninja…etc… El lugar deja mucho espacio a los imaginativos.
A mí lo que más me gustó es el cambio de tonalidad que hay de una loma a otra. Rocas verdes, rojas, grises, marrones, azules, y todas ellas de diferentes intensidades tonales. Es un bonito espectáculo que dicen que nada tiene que envidiar al famoso Cerro de los Siete Colores que hay cerca de Salta. Yo no lo sé, pues no conozco aquél.
Hicimos una breve parada en un alto con vistas a Valle Grande, donde un lago hermosísimo es la joya de la Corona.
Tras esto nos llevaron a comer algo en un hotel cerca del río, pero os recomiendo que os llevéis -como hice yo- vuestras propias provisiones porque el lugar es típico de precios turísticos.
Una hora más tarde nos llevaron a una compañía de Rafting para aquellos que querían hacerlo. Sinceramente: no lo hagáis si lo que buscáis es emoción porque os quedaréis desilusionados. Es un rafting muy, muy flojo. No importa el nivel que te digan: es un I-II. Si alguien no lo ha hecho nunca y quiere probar, tiene su oportunidad porque no es caro -unos 30 pesos- pero que no espere mucha aventura.
Los que no hicimos rafting nos quedamos tumbados al sol conversando. Más tarde nos llevaron a todos a ver la gran presa del Nihuil que complementaba a las 3 centrales hidraúlicas que vimos durante el descenso del cañón anteriormente.
La parada final nos alegró el paladar a varios. Nos llevaron a visitar una de las bodegas de vino de la zona. La explicación no fue de lo mejor pero nadie protestó cuando nos daron a probar una copa de cada clase de vino que tenían. Las copas de Malbec y Sauvignon pasaban de mano a mano entre exclamaciones de los presentes, que aunque no entendíamos mucho de vinos, hacíamos comentarios de grandes expertos. ¡Ná, lo que sea por unos vinitos de gorra!
El sueño nos quiso atrapar de camino al hostal pero la cosa se vino arriba cuando se propuso hacer un asado todos juntos. Así fue y los 10 pasamos la noche conversando después de un asado de la mejor carne del mundo, para mi gusto.
Un último apunte en cuanto a alojamiento. Aquellos que gusten de la acampada es mejor que se alojen en uno de los muchos campings que existen en Valle Grande. Al parecer las noches estrelladas del lugar son realmente bellas.
Pincha aquí para hacer tu reserva.
Una escapada muy válida para los que estén por la zona.
Pues seguro que lo disfrutas mucho, Enzo! Si vas a San Rafael no puedes dejar de visitar el cañón!
Un saludo
Muy bueno David! jeje yo pienso ir de vacaciones a San Rafael en febrero, y me encantaría hacer e recorrido que hiciste jeje. Estoy muy emocionado…
Enzo Yamil
Pues…què hermoso recorrido, David! Dan ganas de estar allì,en un regazo sin tiempo…contemplar todo y disfrutarlo. No conozco esa zona de mi paìs pero sin duda es hermosa. Conozco el Cerro de los Siete colores, en Purmamarca, a 65 km de San Salvador de Jujuy. El paisaje es inmenso, la aridez lleva esculpidos los pasos del tiempo, los colores son su estado de ànimo. No hay huellas sin una historia, ni historia sin un mensaje. Quedas estupefacto por todo aquello que la mirada humana no logra ver pero sì imaginar.
Saludos
Flavia