El viejo Tashkent – un barrio donde se detiene el tiempo

Acceso al viejo Tashkent en Uzbekistan

Tropezarme con muros de adobe, callejones estrechos sin nombre y conducciones exteriores de gas natural – como si esas tuberías fueran el único nexo de las fachadas con los tiempos modernos, o la red de seguridad que evita su caída – fue una de las sorpresas más agradables durante mis días en Tashkent.

Puede que os suene raro, pero necesitaba algo que reconciliara la idea de Uzbekistán como ex-república periférica de la URSS, las nociones románticas sobre la Ruta de la Seda y lo que llevaban viendo mis ojos durante tres días, una ciudad planificada y anticuada.

Y no lo hallé hasta que, volviendo después de mi último cambio de moneda en la capital a la casa donde me alojaba, decidí tomar un bendito atajo en lugar de la ruta más directa.

No esperaba encontrarme con que se respira un estático aire de pueblo pequeño a escasa distancia de puntos de interés como el abarrotado Chorsu Bazaar o la solemne Mezquita Telyashayakh anexa a un importante complejo religioso.

Es el viejo Tashkent, que, ocupando cientos de metros cuadrados, condensa lo poco que hoy queda, en espíritu y en pequeñas viviendas, de la milenaria urbe.

Coche en callejuela en Tashkent en Uzbekistan
Hombre paseando en Tashkent en Uzbekistan

Tashkent fue en su momento una típica ciudad oriental, protegida por un muro con doce puertas y torres. En el interior del recinto, las casas de ladrillos de adobe, una sola altura y rematadas por un tejado plano formaban pequeños barrios llamados Mahalla, con calles sin pavimentar.

Al comienzo del siglo XX, en la ciudad vieja había 21.000 de esas casas totalizando casi 280 Malhalla. Para facilitar su gestión, varios Malhalla se agrupaban en un Daha, contando con su propia administración.

Tashkent estaba formado por cuatro Dahas, Sheikhantaur en la zona este, Beshagach en el sur, Kukcha en el Oeste, Sibzar en el norte. La convergencia de las cuatro se hacía a los pies de la mayor colina de la ciudad, Shahristán, donde se ubicaba el mercado central, epicentro de la vida pública, y así siguió siendo durante siglos.

Niños jugando en Tashkent en Uzbekistan
Puerta en Tashkent en Uzbekistán

Si las Revoluciones nunca son pacíficas, no sólo derramamiento de sangre causó la de 1917 en la que era entonces mayor ciudad industrial del Turkestán. Enarbolando la bandera roja de la modernización y el secularismo, se arrasó con edificios y barrios y con ellos se fueron, al menos en la superficie, las formas tradicionales de cultura y vida.

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Los años 30 del pasado siglo vieron desaparecer a figuras políticas y culturales bajo la paranoia de Stalin, pero también la construcción de fábricas y la creación de núcleos urbanos prácticamente de la nada.

Algunos no se levantaron sobre tierra estéril, sino que la forzosa industrialización se llevó por delante monumentos centenarios. En lo que era el Daha de Sheikhantahur, por ejemplo, sólo sobrevivieron 3 de los 16 monumentos antiguos allí presentes en el siglo XIX.

Y lo poco que el hombre había respetado, casi se lo llevó por delante la Naturaleza.

Acostumbrada a los terremotos, durante los 2000 años de existencia de la ciudad, la población había aprendido a vivir en casas de adobe de una sola planta, pero el ladrillo las había ido sustituyendo paulatinamente. En 1966 casi 40.000 casas se convirtieron en escombros cuando un seísmo sacudió la capital uzbeca.

Como dije en su momento, la energía de la reconstrucción de Tashkent no sólo se plasmó en una ortodoxa planificación de líneas soviéticas, sino también en la destrucción de los pocos monumentos antiguos que aún permanecían en pie. La muralla de la ciudad desapareció por completo y con ella lo hicieron las doce puertas – darbazas -, por las que se accedía al interior de la urbe oriental.

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Hoy en día, con la lógica evolución y crecimiento de la población y sus necesidades, lo que fue el antiguo mercado y centro social urbano se ha desplazado al norte de la ciudad, muy lejos del monumento a Amir Temur, el Teatro Novoi o la Plaza Mustakillik.

Casi de casualidad, volviendo de Chorsu Bazaar, entro por una callejuela perpendicular a la calle Zarkaynar y dejo atrás el Tashkent que se publicita en los folletos.

Anciana en Tashkent en Uzbekistan
Fachada de casas en Tashkent en Uzbekistan

Una red de cables eléctricos y de teléfono orbita sobre los tejados y las laberínticas callejuelas. Bajo los puñales del sol de mediodía, sólo unos pocos transeúntes nos atrevemos a pasear por la calle, los pocos que por necesidad han de abandonar la frescura de sus hogares y el extranjero voluntariamente despistado.

En esos raros momentos en que nos cruzamos, hacemos equilibrios para ceder educadamente el paso, mientras intentamos exponer la menor superficie de nuestro cuerpo fuera de la sombra que nos dan paredes y muros.

Las paredes se abren ocasionalmente y deparan sorpresas. Sandías, tomates, manzanas o huevos, todos ellos productos caseros, se encuentran a la venta no en un puesto callejero sino en el cubierto acceso a una casa donde se encuentra ausente el vehículo que allí debería estar aparcado.

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Girando sin sentido ni prisa cuando se bifurca el camino, o cuando veo un acceso lateral, confirmo lo que ya había leído: es fácil perderse en el laberinto de ángulos rectos y construcciones bajas. Y es algo deseable.

Un paseo por las callejuelas del viejo Tashkent se ha convertido en una de las tres actividades imprescindibles – junto con visitar Chorsu Bazaar y viajar en Metro -, para quien visite esta ciudad de Asia Central. Cada esquina es la antesala de una nueva intersección, invitando a perderse en el tiempo y a perderlo para encontrarnos.

Fotos | Avistu

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