Hace unos 3 años, cada noche, antes de dormir, leía unas páginas del libro de Javier Reverte «Los caminos perdidos de África«. En él, Reverte narraba sus peripecias durante su viaje por Etiopía, principalmente, y en menor medida Sudán y Egipto. Además, entremezclaba sus propias experiencias con las historia conocida sobre estos países y te ayudaba a profundizar en sus raíces.
Más de una noche acabé soñando con un país del que no sabía nada y cuya historia no deja de ser difusa para sus propios habitantes, tan amantes de la tradición oral que todo lo puede distorsionar. Muchos han sido los mitos que así han alimentado los etíopes, pero mitos o no, sus historias y leyendas me atraparon irremisiblemente y sabía que el hecho de que Etiopía me viera vagar por sus tierras con mi mochila a cuestas era sólo cuestión de tiempo.
Y ese momento llegó, finalmente, en la primavera del año pasado.
Tratar de ver (y comprender) toda Etiopía en 4 semanas -y viajando en transporte local y sólo por tierra y agua – es casi tan imposible como ver a Piqué poniéndose una camiseta del Madrid.
Etiopía es un país enorme con una gran diversidad en todos sus frentes. Climas cambiantes, paisajes que nada tienen que ver unos con otros, valles y depresiones que se alternan con algunas de las montañas más altas de África, cientos de etnias cuyas lenguas apenas tienen similitudes. Sin embargo hay algo que es común en todo el territorio: el orgullo, la nobleza, honestidad y hospitalidad de sus gentes.
Aquí os resumo el itinerario que seguí en mi viaje de un mes por Etiopía:
Índice de contenidos
Addis Abeba
Caos, calor, suciedad, aglomeraciones, tráfico infernal, polución… Addis Abeba, la capital de Etiopía, apenas difiere en algo cuando la comparamos con las otras grandes urbes africanas. Sin embargo, gracias a una chica desconocida y especial que nos acogió en su casa como si fuéramos amigos de toda la vida, logramos ver la otra cara de Addis.
Sebli nos guió y ayudó en nuestros primeros días en la capital. Tras pasar horas y horas pateando arriba y abajo las calles de Addis uno se sentía como en su propia casa al llegar al hogar de Sebli y su familia.
Conocimos a otra gente en nuestros vagabundeos por el centro. Algunos caras que querían sacar algo de dinero a los pocos blancos que por allí pasan; otros que tenían poco que hacer y querían practicar inglés a la vez que nos enseñaban las pocas cosas que ver por el centro; algunos que nos llevaron amablemente en su coche cuando nos vieron por barrios perdidos; y los espabilados niños que nos siguieron en nuestra ardua ascensión a la colina de Entoto para disfrutar de vistas panorámicas de la ciudad.
Pasaríamos dos estancias más en casa de Sebli durante ese mes y nos organizó una gran fiesta con la gente de su trabajo antes de marcharnos. Fue una despedida muy emotiva. Un «hasta luego».
Bahir Dar y el lago Tana
De Addis salimos rumbo norte para llegar a uno de los destinos vacacionales preferidos por los etíopes: Bahir Dar.
Esta ciudad se halla a orillas del mítico lago Tana. El Tana supone la reserva más grande de agua dulce del país pero su importancia va mucho más allá de eso. Cuentan las narraciones orales etíopes que fue en una isla del lago – Tana Cherkos – donde se guardó durante un tiempo el Arca de la Alianza robada al Rey Salomón. También se dice que aquí descansó la Virgen María en su viaje de regreso de Egipto.
Tras pasar unos días disfrutando de la ciudad y sus rurales alrededores, de las iglesias centenarias y de sus amables gentes, tomé un ferry de carga para cruzar el lago Tana, emulando el viaje que realizó Javier Reverte unos 15 años antes.
Surcando las aguas muy lentamente fui conociendo a mis compañeros de viaje, con los que compartiría casi dos días completos de travesía. Cada vez que parábamos en una aldea, me bajaba para dar una vuelta y se producía un auténtico revuelo, sobre todo entre los más jóvenes.
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En Konzula pasé la mejor tarde de todo mi mes en el país, jugando un partido de fútbol con la gente de la escuela, cenando con la familia de uno de los profesores y durmiendo como un bebé en un auténtico cuchitril.
Cuando desembarqué en Górgora aún me quedaba la mayor parte de mi viaje, pero supe que había tenido mi mejor experiencia en él.
La imperial Gondar y el trekking por las montañas Simien
En Górgora pasé la noche acampado junto al Tana y a la mañana siguiente tomé un bus a Gondar.
Esta ciudad fue sede de los reyes etíopes de antaño y un conjunto de castillos, construídos en el siglo XVII a semejanza de los europeos, desentona en el centro de la ciudad.
Gondar está más acostumbrada al turismo occidental ya que de aquí parten muchas de las expediciones que van a recorrer a pie parte de las montañas Simien. Nosotros decidimos comenzar desde Debark, un pueblo a las puertas de la cordillera. Además, no escogimos la ruta convencional (dentro del Parque Nacional) sino que nos fíamos de un guía que mi amigo Manu conoció en Gondar y decidimos recorrer las aldeas de las montañas contiguas al parque. Aunque en el momento pasamos momentos de penuria, ahora, con la perspectiva que te da el tiempo, sé que acertamos.
Durante 5 días y 4 noches recorrimos una zona escarpada y árida, cuya tierra roja pedía que llegara por fin el agua. Los habitantes de las pequeñas aldeas que se agarraban a las laderas parecían aguantar estoicamente, y sin quejarse, el calor, el polvo y la escasez de agua. Cada noche nos trataron como a reyes a cambio de casi nada. Gentes de las que tenemos mucho que aprender.
Nos despedimos de nuestros guías y decidimos descansar un día en Gondar, recuperando fuerzas antes de iniciar la segunda mitad de nuestro viaje.
Shashemene y el trekking en Dodola
Tras pasar unos días en Addis para que Manu se recuperara de unas dolencias estomacales, puse rumbo al sur buscando tierras algo más verdes.
Me detuve una noche en Shashemene, uno de los centros de transporte más importante al sur de Addis, en cuyo caos general sólo merece la pena visitar la zona habitada por la comunidad rastafari.
Desde allí viajé un par de horas hasta Dodola desde donde salí hacia las verdes montañas contiguas en un trekking que duraría dos días.
Fue un alivio el cambio de paisaje. Verdes bosques frondosos, aldeas entre la vegetación, cabañas con literas y utensilios de cocina… Una pena no haber tenido más tiempo para explorar a fondo las cercanas Bale Mountain, calificadas por muchos como la mejor opción para realizar senderismo en el país.
Awassa y su lago
Durante mis últimos días decidí relajarme en la ciudad etíope que más sensación europea me causó.
Awassa, situada a orillas del lago homónimo, posee largas avenidas, restaurantes y bares occidentales, paseo con terrazas en el lago, y sus habitantes parecen vivir a otro ritmo que en otras urbes del país.
Pasé un par de días aquí antes de regresar a Addis Abeba y despedirme a lo grande del país, con una buena fiesta organizada por Sebli.
Fue un viaje inolvidable, muy exigente a nivel físico (como suele ocurrir en África cuando vas con la mochila) pero en el que las experiencias compensaron cualquier penuria. En el próximo artículo os contaré mis conclusiones a un nivel más personal y experiencial. ¡Viaja a Etiopía!.