Un avión de hélices de Olympic Airlines nos dejó en el minúsculo aeropuerto de la isla griega de Paros. En realidad, más que aeropuerto es un parche de asfalto entre un suelo árido cubierto del típico arbusto marrón que encontramos también en la costa mediterránea. Allí nos esperaba Antoine -o Tonio, como se presentó él- un chaval francés muy majo que sólo llevaba dos semanas en la isla y que trabajaba en el Siroco, el apartamento que habíamos elegido para alojarnos.
Nos llevó a los 6 amigos en una furgoneta hasta los apartamentos y en recepción conocimos a Priscilla, la chica brasileña a la que había contactado por email para arreglar todo. Era simpatiquísima y nos dio mucha información sobre pubs, restaurantes y alquiler de buggies, motos o quads. A la pobre la mareamos bastante, sobre todo el amigo Manu, que la sometió a un tercer grado involuntario del que le costó recuperarse. Ocupamos dos apartamentos de 3 camas cada uno. Limpios, espaciosos, con un pequeño balcón, televisión, cocina y una pequeña piscina casi para nosotros -porque aún era temporada más bien baja y aquello estaba bastante vacío- el precio pagado –12 euros por persona y noche– nos pareció un auténtico regalo.
En un principio pensábamos pasar 3 noches allí, pero la isla nos cautivó y alargamos nuestra estancia por una noche más.
Toda la vidilla de Parikia -la principal población de Paros y donde atracan los ferries- se encuentra en su paseo marítimo.
Existen una multitud de restaurantes, sobre todo de tipo italiano y griego, incluyendo casi todos algún plato de pescado en sus menús. Los precios son medios y puedes comer un buen menú de 2 platos y postre en cualquiera de ellos por unos 15 euros. Nosotros probamos una pizzeria que gracias a Dios no nos convenció mucho.Y digo gracias porque eso hizo que la siguiente noche nos dejáramos caer por el restaurante Aroma.
Situado justo por donde pasa la carretera principal de la isla -en segunda línea de playa y a unos 70 metros hacia el interior de ésta- se encuentra este restaurante regentado por una pareja -francesa ella y griego él- que prepara un variado repertorio de platos griegos caseros con los que te chuparás los dedos. Una vez lo descubrimos, ya no pudimos salir de allí. Por 15 Euros salimos sin poder comer ni un sólo bocado más, incluyendo sus jarras de vino que medían por kilos. La mujer, que se encarga de servir las mesas, tiene una sonrisa perenne que te hace disfrutar aún más los sabores de la comida.
En cuanto a la marcha, siendo sinceros, no encontramos demasiada. Al pasar allí de Lunes a Jueves de temporada media-baja sólo había un par de pubs que congregaban a las 25 ó 30 almas perdidas que tenían ganas de tomarse una cervecita y conversar con un poco de música de fondo. La bebida, sin ser barata, costaba algo menos que en Atenas -donde beber era casi prohibitivo y tuvimos que recurrir al clásico botellón- pero tampoco abusamos.
Hay varios pubs que tienen confortables sillas de mimbre, cubiertas con cojines y orientadas hacia el mar que son una delicia para las cálidas noches de primavera y verano.
En cuanto a tiendas y comercios, Parikia cuenta con algún supermercado en línea de playa y los típicos comercios más turísticos tanto en el paseo marítimo como en sus bonitas callejuelas estrechas que forman laberintos de casas blancas y azules, tal como aparecen en las postales de las Cíclades.
Para mí fue muy bonito verlo así, medio desierto. Pudimos disfrutar de la playa, la comida y nuestras cervecitas sin aglomeraciones de ningún tipo, a nuestro ritmo y con nuestras risas. Y todo ésto con unos días de sol espléndido y a 25 grados, 15 más que el lluvioso Dublín que habíamos dejado atrás hacía una semana.
Para consultar más información sobre alojamiento, transporte y demás de las Islas Griegas, esta web os puede ser bastante útil.
Fotos, avistu