
Había leído bastante y escuchado muchos comentarios sobre Lisboa. La mayoría de la gente coincidía en que era como visitar España hace unos 20 o 30 años, pareciendo una ciudad descuidada y melancólica, sólo conservando ciertos vestigios de lo que en su día fue capital de un Imperio con posesiones coloniales ultramarinas. Otros comentaban que la noche está llena de vida y la gente es muy auténtica y simpática.
Yo fui pensando en el cóctel: melancólica y viva a la vez, como antigua o vieja más que sucia u oscura, capital de un país que otrora fue de navegantes y aventureros. Sabía que me iba a encantar. Y así fue.
Dos días completos en Lisboa pueden dar bien para ver las cosas más atractivas de la ciudad. Nosotros fuimos de jueves a domingo, aprovechando un magnífico y soleado sábado para pasar el día en el precioso pueblo de Sintra y nos quedamos con las ganas de poder visitar el renombrado Cascais.

Aunque salimos de Dublín y volamos con Aer Lingus, también he comprobado que la TAP portuguesa, Ryanair y varias aerolíneas españolas te llevarán desde diversos puntos de España por precios muy competitivos.
En el alojamiento acertamos de pleno escogiendo la Residencia Dom Sancho I. Bien situado, además el bus del aeropuerto nos dejó casi en la misma puerta y una boca de metro se encontraba a menos de 15 metros. El personal hablaba español perfecto – lo cual no hizo mucha ilusión a Tatiana que es brasileña y quería usar su portugués – y era amabilísimo. Por sólo 22 Euros por persona teníamos el desayuno incluido y aún recuerdo lo que me costaba levantarme de la mesa tras engullir 3 tostadas con mantequilla y mermelada, un croissant, un bollo, un yogur y un vaso de leche. ¿No dicen que el desayuno es la comida más importante del día para empezar el día con energía?. Pues éso.

De camino del aeropuerto al hotel vi sorprendido la invasión de firmas españolas en la vida portuguesa. Los grandes bancos BBVA y Santander, firmas de ropa como Zara, Massimo Dutti, Bershka, Mango… La verdad, en parte fue como volver a estar paseando por las calles de una ciudad española.
El primer día aprovechamos el ticket del bus que compramos en el aeropuerto. Estos tickets, que nos vendieron en el mismo bus, cuestan 3 euros y te permiten tomar – mejor que «coger», que parece que nos leen en sudamérica – tranvías, buses y trams durante todo el día y cuantas veces quieras.
Nos dirigimos hacia el famoso barrio de Belém donde se encuentran dos de los monumentos históricos más importantes de la capital: la Torre de Belém y el Mosterio dos Jerónimos. En Tram es un paseo de unos 15 minutos y merece la pena acercarse.

La Torre de Belém es un símbolo de la época portuguesa de los Conquistadores y fue contruída en el siglo XVI como fortaleza defensiva para cubrir la entrada marítima a la capital y como tributo a las expediciones del gran navegante Vasco de Gama. Su aspecto es señorial y cambió de manos entre portugueses y españoles siguiendo el desenlace de las guerras que tradicionalmente hemos tenido con nuestros vecinos.
El día – típico dublinés, así que no notamos la diferencia – invitaba más que nunca a pagar los 8 euros para acceder a su interior. Éste era muy curioso, al menos para mí, amante de la historia. Un sótano para mazmorras, una planta baja para los cañones, y varios pisos que albergaban las estancias para los reyes y nobles, la cámara de reuniones, la capilla y una terraza desde donde, si no fuera porque la niebla no dejaba ni ver la otra torre gemela en la orilla opuesta, se podría contemplar una bella vista de Lisboa. Con las explicaciones que encontraba en cada estancia yo me montaba mi propia película y casi podía ver a aquellos prisioneros en sus negros agujeros donde la única luz que les llegaba era la de los destellos de los fogonazos de los cañones que defendían la Torre del enésimo ataque marítimo del invasor de turno. Los tejemanejes en los consejos celebrados en la sala se reuniones y por qué no, los que se mantenían en la capilla – la Iglesia siempre tuvo mano en estas cosas – o en las estancias reales. No sé, uno de esos sitios en los que se respira historia en cada poro de las rocas.
El Monasterio de los Jerónimos es imponente desde fuera y fue otro de los símbolos que conmemoran la era de las exploraciones portuguesas. También del siglo XVI es una joya del gótico tardío – como la Torre – y con detalles renacentistas. ¡Cuidado con el horario de visitas! El jueves que fuimos nosotros intentamos entrar a las 5 y algo y ¡ya no nos dejaron!. Había misa. De todas maneras nadie nos quita esos famosos pasteles de Belém al calor de la pastelería más famosa de Portugal: La Pastelaria de Belém.
Con el frío que hacía y trás estar por el mundo desde las 3 de la mañana, no nos lo pensamos dos veces y fuimos corriendo a la pastelería que tanto nos había recomendado mi hermana. No se equivocaba. Riquísimo. Os aconsejo daros un descanso allí y ¡probad el famoso Pastel de Belém!.
Otras zonas de interés son los muchos miradores que pueblan el casco antiguo, el castillo de Sao Jorge o el animado Bairro Alto donde se desenvuelve la vida nocturna de la capital lusa. Una ciudad que tiene mucho por explorar al tranquilo ritmo de un fado.