Encontrándonos en Máncora y habiendo descansado unos días en sus bonitas playas, decidimos continuar con nuestro viaje para entrar en un nuevo país en el que nunca había puesto un pie. Llevaba más de 5 meses en el continente sudamericano recorriendo Brasil, Uruguay, Argentina, Chile y Perú y tan sólo los dos primeros eran totalmente nuevos para mí.
Después del parecido en cultura, gentes y costumbres de los países del cono Sur -Argentina, Chile y Uruguay- y el paso por la parte del Perú que no conocí en mi viaje anterior, veía en Ecuador como un auténtico cambio, como el comienzo de una etapa final del viaje -que comprendería además Colombia- en el que todo sería realmente distinto a lo que había conocido anteriormente. La perspectiva resultaba realmente excitante.
Encontrándonos en Máncora, la opción más normal era cruzar la frontera por Huaquillas pero nos habían avisado de la peligrosidad de ese paso fronterizo, habiendo leído que se encuentra entre los más inseguros del continente.
David, un peruano emigrado a Gales que conocí en un hostal en Arequipa, me aconsejó que fuera rumbo a Loja, siendo Macará -la ciudad fronteriza- o La Balsa pasos más seguros y el itinerario completo de gran belleza natural.
Con todo, decidimos cruzar por Macará y tras un bus de 3 horas a Sullana -aún en Perú- y otro, nocturno, de 8, llegamos a las 5.30 de la mañana a la ciudad de Loja. El coste total del viaje fue de 60 soles, unos 15 euros al cambio actual.
Lo primero que hicimos fue buscar alojamiento -en el hotel Londres por 5 dólares por cabeza la triple con baño compartido- y dormir hasta el mediodía.
Al despertar decidimos dar un paseo por la ciudad y ver qué había para hacer por los alrededores.
Loja es capital de provincia y la habitan alrededor de 200.000 personas, pero a pesar de ello sigue teniendo alma de ciudad pequeña y la vida transcurre apacible y armoniosa por sus limpias calles. Era Sábado y la mayoría de los comercios estaban cerrados respetando el horario, tan latino, de la siesta. Al ver que estaba todo cerrado y no había mucho ambiente por las calles, pensamos en tomar un taxi que nos llevase al Parque Nacional del Podocarpus -una especie conífera de gran belleza que crece en lugares frescos y húmedos de Sudamérica- a tan sólo 10 minutos de la ciudad.
El taxi nos dejó en la entrada principal del parque y desde allí comienza una senda de casi 9 kilómetros que ascienden levemente en las montañas. No teníamos demasiado tiempo hasta el anochecer y no nos daría tiempo a explorar adecuadamente el parque natural, así que decidimos tan sólo caminar por el verde sendero que lleva a la estación del guardabosques, lugar donde comienza verdaderamente el parque.
Durante la caminata se disfrutan bonitas vistas del valle desde diferentes ángulos debido a los muchos zigzags que hace el camino.
La entrada cuesta 10 dólares para los turistas extranjeros pero imagino que vale la pena si disponéis del día completo para la excursión.
Para regresar esperamos en la carretera e hicimos autostop hasta que una camioneta nos recogió a los tres y nos llevó de vuelta a la ciudad.
Por la noche dimos una vuelta por el centro y observamos el bullicio que formaban las caravanas de camionetas, adornadas con banderas de colores y pancartas, llenas de hombres con megáfonos que gritaban slóganes totalmente ajenos a nosotros que hablaban de nuevos puestos de trabajo y un brillante futuro económico para el país. Faltaba sólo una semana para las elecciones generales.
Al día siguiente partimos en dirección a Cuenca, una de las perlas del colonialismo en Ecuador.
Sin duda, un buen lugar donde hacer una parada a tomar aire si accedéis a Ecuador desde Perú.
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