
Escondidos entre la belleza imperial de una Córdoba eterna, se encuentran unos patios que callan los secretos más importantes de los habitantes efímeros que han paseado sobre sus suelos de piedra. En ellos han vivido familias romanas, árabes y cristianas. Cada una con sus alegrías, sus penas, sus romances, sus desamores, sus abrazos y sus lágrimas… Lágrimas que se filtran del suelo a las paredes y parecen regar las flores de las macetas que hoy en día trepan por los muros de las antiguas casas, compitiendo por ser la más bella entre las bellas. Una competición que la UNESCO decidió premiar con la concesión del título de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Historia de los Patios de Córdoba
Los orígenes de los patios en Córdoba se remontan a las antiguas civilizaciones. Babilonios, egipcios, griegos y romanos construían sus casas entorno a un patio en el que se desarrollaba la vida familiar. Cuando conquistaron las tierras de occidente, trajeron con ellos sus costumbres, cultura y, obviamente, su arquitectura.
Los patios cordobeses derivan de los que crearon los romanos. Ellos construían sus casas al estilo mediterráneo, de exterior sencillo y con apenas escalones, a las que se accedían desde un patio con suelo de mármol y una fuente en su centro.
Los árabes mantuvieron parte de la estructura, pero levantaron un tabique creando una esquina dentro del patio, para que la persona que se asomara a la puerta de la casa no pudiera ver, sin tapujos, lo que ocurría en él. Este añadido, destinado a proteger la intimidad, fue denostado por los cristianos. A ellos no les gustaba que los árabes vivieran con sus secretos a salvo y les ordenaron tirar abajo aquellos muros.
Ya en la época moderna, la emigración de la gente del campo a la ciudad hizo que cada casa tuviera que acoger a un mayor número de familias. Así se creó el concepto de «Casa de Vecinos». En las antiguas casas de aristócratas se pusieron escaleras, se levantaron tabiques y varias familias comenzaron a convivir. El patio se convirtió en una pieza de uso común, con fuente, lavadero, pozo y aseo.
La Fiesta de los Patios de Córdoba
Durante la primera quincena de mayo, la ciudad de Córdoba bulle de vida. La luz es distinta, la torre de la Mezquita-Catedral parece que se eleva más alta, como anhelando absorber con prontitud los primeros rayos del sol, esos que no quiere compartir con ningún otro monumento de la ciudad.
En los patios, las flores eclosionan y motean las paredes blancas de colores imposibles, brillantes y vivos. Es en este momento cuando se celebra el Festival de los Patios de Córdoba.
Cientos de miles de turistas vienen a la ciudad para ver este espectáculo. Cada día, los cuidadores de los patios – verdadera alma máter de los mismos – reciben a decenas de miles de personas como si fueran únicos. Algo que dice mucho de la hospitalidad cordobesa.
Hay un concurso oficial de patios y cada cuidador se esfuerza para conseguir los premios. Sin embargo, como comprobé en primera persona, un patio es como un hijo. Sus cuidadores y cuidadoras no los engalanan y miman porque haya un jurado paseándose arriba y abajo, anotando cosas en sus libretas. No. Ellos lo hacen cada día. Eliminan las plagas de las plantas, las riegan, pintan paredes, arreglan desperfectos… Es un trabajo continuo que dura todo el año.
Mi experiencia recorriendo los Patios de Córdoba
Aunque los patios se extienden por varios barrios de Córdoba (San Lorenzo, Judería, Santa Marina, Regina, Santiago y algún otro), como solo teníamos un par de horas, nuestra magnífica anfitriona Isa Calvache nos mostró los más carismáticos, los del barrio del Alcázar Viejo (más conocido como San Basilio).
Antes de comenzar la visita, nuestra guía nos llevó a una tetería para ambientarnos y explicarnos la historia de los patios. Isa fue un descubrimiento equiparable al de la belleza que nos aguardaba luego. Mujer inquieta y apasionada, había vivido en distintos países y realizado diversos trabajos, hasta que sintió la llamada de sus raíces. Tras pasar unos años en Japón, regresó a su tierra natal para crear Caracol Tours, una empresa que ofrece turismo lento a los nipones que visitan Córdoba y provincia. Nada de prisas, nada de agobios y mucho de tradiciones y experiencias con los locales. Un modelo de visita adaptado a los gustos japoneses: les iba a enseñar, tranquila y relajadamente, las cosas que a ellos más les pudieran atraer.
Escuchamos, embelesados, sus explicaciones mientras nos tomábamos un té, precisamente, en uno de los patios de la Judería.
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Después pusimos rumbo a San Basilio y adquirimos una entrada para ver siete patios de la zona. Era un poco tarde y acabamos viendo solo cinco, pero nos sirvió para llevarnos una muy buena idea de la hermosura que encierran.
Cada uno era diferente al anterior. Distinta disposición de las viviendas que lo rodean, el pozo, las macetas… En alguno aún había lavadero e incluso el pozo, y ninguno conservaba el antiguo aseo. Macetas azules, verdes y marrones que alojaban geranios, gitanillas y otras muchas variedades de flores y plantas.
El calor había apretado con fuerza inclemente la semana anterior a nuestra visita y los cuidadores y cuidadoras acababan de reabrir los patios a los turistas. A pesar de contemplarlos en un momento muy alejado de su máximo esplendor, nos quedamos maravillados.
El mejor momento para venir a Córdoba con la idea de explorar sus patios es a mitad de abril. Las flores ya muestran sus colores vivos y aún no han llegado las hordas de visitantes que esperan al festival.
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Hablamos con todos sus cuidadores, quienes nos explicaron – demostrando gran devoción y conocimiento – cada detalle de las plantas y objetos que tenían.
Sin duda, los Patios de Córdoba forman parte del tesoro más estimado de la ciudad.