Espectaculares atardeceres africanos en el Parque de Liwonde, Malawi
Espectaculares atardeceres africanos en el Parque de Liwonde, Malawi

Tras muchos años explorando cuatro de los cinco continentes con la mochila a cuestas, por fin le llegó el turno a África. Para mí ha sido como esas grandes cenas o comidas en las que te dejas tu plato o postre favorito para el final.

Aunque no conozco todos los países o regiones de cada continente, no dudo en afirmar que lo vivido en África supera a todo lo demás. Es más, a día de hoy pienso que quien no haya sumergido su alma en el África subsahariana, seguirá siendo un viajero incompleto.

África es pureza, antigüedad, nobleza, naturalidad, pasiones -tanto buenas como malas- en estado puro, luz, calor, aventura, más calor, baile, sonrisas, policías corruptos, animales salvajes, paisajes dramáticos, hospitalidad… Y muchas cosas más. Pero lo más importante es darse cuenta de que África es, fundamentalmente, su GENTE.

A África hay que ir con el corazón y la mente abierta, queriendo empaparse de todas las sensaciones que sus habitantes tienen para ofrecer. Quien vaya con miedos, haciendo caso de todos los mitos (aunque algunos no lo son tanto) sobre peligrosidad y violencia o enfermedades, lo mejor que puede hacer es ahorrarse el dinero y quedarse en casa. O irse de safari.

Ir a África de safari y ver una de esas aldeas en las que aún vive gente «supertípica, de esa que aún llevan taparrabos y lanzas…¡Y tienen un hechicero y todo!…¡tío!» es la quintaesencia del turista occidental que quiere la medallita africana en su pechera.

Es bonito ver animales salvajes libres en su habitat pero si tu presupuesto no te lo permite (si los animales cobraran por derechos de autor, la mayoría estaría viviendo en junglas de oro), no sufras, ve igualmente a África porque el mayor tesoro lo guardan sus habitantes.

De hecho, yo tuve la oportunidad de apretar un poco el paso para poder ver las Cataratas Victoria y preferí no hacerlo para disfrutar más tiempo de las gentes de Mozambique y Malawi. Estoy seguro de que es una belleza natural digna de admiración, pero sólo pensar que tendría que pasar mis últimos días en África rodeado de turistas blancos con cámaras enormes, me entraban los siete males. Además, para mí la número uno indiscutible e inigualable siempre será Iguazú. Después de ver esas cataratas, todas quedan detrás.

Los niños de las montañas de Gurue, Mozambique
Los niños de las montañas de Gurue, Mozambique

Me habría gustado poder disfrutar de más tiempo perdido en parajes donde no encontramos ningún otro viajero. Haberme adentrado aún más en el espíritu de este continente que vio al hombre nacer y cuyos habitantes siguen manifestando sus pasiones humanas en su mayor grado. Pero bueno, tuve mi ración y, desde luego, pienso regresar a por más.

Mi viaje de casi 2 meses por parte del Sur de África comenzó con una agradable y ligera toma de contacto en Sudáfrica.

Formando parte de un grupo multinacional invitado por el Departamento de Turismo de Sudáfrica, visité Ciudad del Cabo y Johannesburgo. Vi lugares interesantes, conocí gente muy maja y viví con unas comodidades que en algunos momentos de flaqueza, semanas más tarde, recordaría con añoranza. Sin embargo, yo sabía que aquello no era lo que buscaba en este viaje.

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El 4 de Marzo por fin me quedé a solas con mi mochila y comenzó MI viaje. Tuve mi ración de animales salvajes en el afamado Kruger Park de Sudáfrica para cruzar, acto seguido, a Maputo, capital de Mozambique.

¿Qué decir de Mozambique?. Cuando entras en un país sin ninguna expectativa corres el peligro de quedar atrapado en sus redes sin premeditación ni alevosía. Mozambique ha calado hondo en mi alma. Entré para una semana y acabé disfrutando allí hasta el último de los 30 días que me permitía mi visado.

Un gran elefante macho en el atardecer en Kruger Park, Sudáfrica
Un gran elefante macho en el atardecer en Kruger Park, Sudáfrica

Hablar portugués fue un bonus importante pero los mozambiqueños son cálidos por naturaleza. Me vino bien que la mayoría de mochileros y turistas que vagan por el Sur de África y no tienen noción alguna de portugués, decidan obviar este grande y magnífico país. Sólo en Maputo y las paradisíacas playas -bañadas por el Océano Índico- de la zona sur del país coincidí con gente europea (sólo conocí a un americano y se fue tan rápido como había llegado).

La mejor decisión que tomé en los dos meses fue variar mi ruta inicial y marcharme hacia el Norte de Mozambique. La otra opción implicaba regresar a Maputo y visitar Swazilandia y Lesoto, además del Noreste de Sudáfrica.

Pasé varios días en Vilanculos estancado, intentando decidir sobre mi futura ruta. Andre, un noruego que trabajaba en el Baobab (nuestra casa en Vilanculos), me dijo: «Si lo que buscas es aventura, dureza y experiencias… Vete al Norte». Y al Norte fui. Pero no solo.

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Ophir -un israelí que había estado estudiando 6 meses en Ciudad del Cabo y llevaba viajando 3 meses por Sudáfrica, Botswana, Namibia y Zimbabwe- se vino conmigo y nos convertimos en compañeros inseparables hasta el final de mi viaje.

Pescadores en las espectaculares aguas alrededor de la isla de Bazaruto, Mozambique
Pescadores en las espectaculares aguas alrededor de la isla de Bazaruto, Mozambique

El Norte de Mozambique es lo que llaman Real Africa. No hay asfalto. El transporte es escaso, inseguro e incómodo. Se acabaron las duchas con agua saliendo de una pera, las comunicaciones y la gran variedad de comida, fruta y verduras. Los mosquitos se multiplicaron junto con otros parásitos en los alojamientos baratos.

Pero la simpatía, naturalidad y amabilidad de la gente se multiplicó de manera inversamente proporcional a las comodidades.

En mi memoria quedarán para siempre los días caminando en las montañas cercanas a Gurué, los niños de Ilha de Mozambique y los amigos que hicimos en Cuamba y el tren que allí nos llevó desde Nampula. Un tren a gasolina que se caía a pedazos y en el que recorrimos 300 kilómetros en 10 horas.

Malawi fue mi parada final. De nuevo carreteras, resorts con extranjeros tomando el Sol a orillas del lago y duchas de verdad. Dicen que Malawi es África para principiantes y yo lo suscribo. Gente amable, anglo-parlantes y una industria turística más desarrollada.

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Desde la ciudad de Blantyre, al sur de Malawi, cogí un bus para atravesar los 1.700 kilómetros y tres fronteras que me separaban de Johannesburgo. Fue mi último viaje.

Dije adiós al continente africano la noche del miércoles pasado y lo añoro terriblemente. Allí ningún día es igual a otro.

Para aliviar mi pena y refrescar mis recuerdos, durante las próximas semanas o meses os iré relatando todos los episodios de mi periplo africano.

África es la cuna del hombre y a ella debemos volver todos. Al menos una vez en la vida. Espero poder animaros a hacerlo.

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