Miserias y orgullo de un rickshaw en Dhaka

Rickshaws en las calles de Dhaka en Bangladesh

Cuando a Massoud le traducen mi pregunta, la bombilla que parpadea en el cuarto ilumina una sonrisa que nace espontánea en su boca y se extiende de oreja a oreja mientras habla. Antes de que Shopom pueda explicarme en inglés lo que le ha dicho en bengalí, se que la respuesta va a justificar los sudores, lágrimas y sacrificios que este campesino pasará durante los próximos años.

Massoud es un rickshaw wala, uno más de entre los conductores de rickshaws que atascan las callejuelas de la capital de Bangladesh. Con la única ayuda de sus piernas, todo los días trabaja de doce a dieciséis horas pedaleando con uno, dos o hasta cinco pasajeros, mezclando adultos y niños, esquivando el tráfico para llevarlos a su destino.

Si nadie sabe a ciencia cierta cuantos millones de habitantes tiene Dhaka, sólo se puede especular con la cantidad de rickshaws a pedales que aquí circulan. Se habla de entre 200.000 y 800.000 y a juzgar por el tráfico, parece que la cifra más fiable que maneja el gobierno, 400.000, no es ningún disparate.

Pedaleando en un rickshaw por Dhaka
Vienen de todas partes del país, huyendo de malas cosechas o de la simple pobreza del campesinado, situación casi endémica en Asia. Creen que en la capital encontrarán la solución económica con la que sustentar no los sueños sino las realidades de la familia que han dejado atrás, como las cuatro hermanas, dos hermanos y unos padres ya ancianos de Massoud.

Para unos las luces de la ciudad son la trampa ardiente de la vela que quema a las polillas. Otros sobreviven y animan a venir a familiares y amigos en situaciones desesperadas. Si hay que tener amigos hasta en el Infierno, hay que tener contactos hasta para conseguir el peor trabajo, y el de pedalear un rickshaw podría ser uno de ellos.

Pero siempre los hay peores. Quien no tiene contactos y no puede ganarse la confianza de nadie tampoco puede subirse a un rickshaw y acaba como porteador de mercancias, llevándolas sobre su cabeza. Dormirá en la cuneta en todos los sentidos.

Massoud conocía a alguien que trabajaba en Dhaka y que le presentó como una persona responsable y seria ante el dueño de un rickshaw. Una conversación frente a un cha selló las bases de la relación comercial y 300 takas (unos 3 euros) son el alquiler que paga por el vehículo cada día. Todo lo que consiga por encima de esa cifra se destina a comer, dormir, y ahorrar.

Cuarto del supervisor del alojamiento de rickshaws en Dhaka

A quien se sube al rickshaw, una vez regateado el precio, un trayecto de unos dos o tres kilómetros le cuesta unos 30 taka (0,30 euros) si no es hora punta. Con sueldos de 5.000 takas (50 euros) al mes para un policía, esa cantidad adquiere una perspectiva más real, como también la posibilidad innegable de los sobornos a las autoridades.

Como otros conductores, come en lo que aquí se llama “Hotel”, una palabra que engaña porque el establecimiento no tiene habitaciones, sólo cocina, mesas y sillas. Es un restaurante sencillo y realmente local que sirve currys, y que por unos 60 taka (0,60 euros) le permite recuperar fuerzas a él y otros como él.

Cuarto de una familia que cocina para conductores de rickshaws en Dhaka

En un país en que la obesidad o el sobrepeso son síntomas de riqueza y buena posición social, los conductores de rickshaw, no tienen ni una gota de grasa en sus enjutos y fibrosos cuerpos.

Sus pulmones, sin embargo, no son la envida de nadie en el Primer Mundo. Aunque los vehículos a motor en Bangladesh no usan diesel ni gasolina sino CNG (Compressed Natural Gas), también expulsan sustancias nocivas a la atmósfera. Y los conductores de rickshaw se pasan el día entre tubos de escape.

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Conductor de rickshaw durmiendo en Dhaka

Sólo pueden escapar de esa polución por la noche, cuando se retiran a dormir abarrotando cuartos de paredes de cemento, lo que es un lujo en invierno frente a las habituales chabolas construidas de tablas de madera. Pero ahí acaban las comodidades.

En verano, esas habitaciones son auténticas saunas donde de veinticinco a cuarenta y cinco conductores se apiñan para dormir sobre el suelo. No hay colchones. Una tela cosida a partir de viejos saris y lungis, es lo único bajo sus espaldas. El calor, el cansancio y la lucha por los escasos centímetros disponibles a veces originan peleas. Los más beligerantes acaban siendo expulsados por el bien de la comunidad.

Quien se encarga de hacerlo es un supervisor, que vive con su familia cerca de las habitaciones y que gestiona el día a día para el dueño del edificio. Otras familias se reparten el trabajo de cocinar la cena y el desayuno que se incluyen con el alojamiento por 75 taka (0,75 euros) al día, sirviendo cada una a un grupo concreto de conductores.

Cocina para conductores de rickshaws en Dhaka

El menú puede ser arroz con curry de vegetales o dahl, sopa de lentejas, acompañada con arroz. Una o dos veces a la semana están de enhorabuena y aparece la carne en el plato a la hora de la cena.

Cuando han desayunado y salen a la calle, en la jerarquía del asfalto los vehículos a pedales están en la base de la pirámide de importancia. No tienen luces o retrovisores, sólo uno o dos timbres para avisar de su presencia a posibles clientes primero y a otros vehículos después.

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La regla de la carretera en Dhaka es que no hay reglas y, los rickshaws maniobran cediendo huecos cuando un claxon, de camión, autobús, coche, motocicleta o tuk tuk pues tal es el orden de prioridades, se lo reclama.

A Massoud le reclamará la cosecha dentro de unos meses, cuando en Abril tenga que volver a su pueblo natal para ayudar en las labores del campo. Pero ahora, en la fría habitación, el orgullo ilumina sus ojos cuando contesta que pronto enviará a casa de su familia, en Graibandha, todo lo que ha podido ahorrar en una semana de trabajo: 2.000 taka, unos 20 euros.

Massoud, en el centro, el conductor de rickshaw



Fotos | Avistu

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