Tras nuestra visita al glaciar Franz Joseph, le tocó el turno al Fox. Situado a pocos kilómetros de su hermano mellizo, se extiende por una longitud de 12 kilómetros y es uno de los más accesibles del Mundo.
Hay un camino que parte del cercano pueblo de Weheka y lleva a los pies del glaciar. El día amaneció soleado y lo recorrimos acompañados de varios grupos de turistas de los cerca de mil diarios que visitan el glaciar en temporada alta. Por la diferente metereología y al estar rodeados de bastante más gente, nos pareció menos sobrecogedor que el Franz Joseph, pero no dejaba de ser un bonito espectáculo de la naturaleza.
Nos metimos en la garganta por la que baja el glaciar, caminando en paralelo por la zona que aún estaba compuesta de rocas mientras buscábamos con la mirada un punto por donde entrar al hielo. En el pueblo habíamos estado ojeando panfletos con los precios de excursiones organizadas y decidimos intentar montarnos una por nuestra cuenta. No nos fue difícil encontrar el paso que buscábamos. Dentro aún del primer tercio de glaciar visible, vimos unos escalones labrados en el hielo por la mano humana. Además, para ayudarte en la subida, había una cuerda que hacía las veces de barandilla y unos palos de madera acabados en pico metálico para poder clavar en el hielo durante el camino.
No nos lo pensamos dos veces, cogimos un palo cada uno, nos agarramos a la cuerda y comenzamos el ascenso. Anduvimos un rato por las peligrosas rampas del glaciar, mirando al suelo para evitar cualquier grieta visible. Hasta que pasó lo inevitable. Nos cruzamos con un grupo guiado cuyo monitor se nos quedó mirando y nos preguntó de dónde habíamos sacado los palos: de ahí abajo, contestamos. El chaval se rió, nos aconsejó tener cuidado y se marchó con su grupo. Aún íbamos riendo y comentando lo cojonudo que era aquél tío cuando nos cruzamos con otro grupo, ésta vez guiado por una chica.
Yo no sé si la responsabilidad es algo inherente a la mujer más que al hombre, pero algo me dice que los genes de uno y otro así lo determinan. La bronca que nos cayó fue de época. Que si esos palos son nuestros, que si éramos unos inconscientes -díselo a mi madre, pensé-, que si un rescate en helicóptero valía una pasta y lo tendríamos que pagar nosotros…etc…etc. La tía llegó a confundirse con el hielo según se le iba poniendo la cara azul de la congestión del cabreo. ¡Qué genio!. Por un momento se nos pasó por la cabeza preguntarle si conocía algún sitio de copas para salir por la noche en el pueblo, pero decidimos asentir a todo lo que decía y pedir perdón mientras comenzábamos a bajar por donde habíamos venido. Cuando hubo desaparecido de nuestra vista nos dimos la vuelta y seguimos subiendo…¡Si es que son como niños!
La verdad es que llegó un punto en el que las botas de montaña ya no se adherían al hielo y decidí parar y esperar a Rober y Óscar, que siguieron un poco más hasta que tampoco ellos lo vieron claro y se bajaron.
Echamos toda la mañana en esta aventura en el Fox y pusimos rumbo al Sur pensando en la historia que habíamos leído en el tablón de anuncios del punto de información turística: turista australiano encontrado muerto en perfecto estado de conservación en el interior de una grieta del glaciar Fox.
Hay que tener cuidado pero hay cosas y lugares que sólo visitarás y harás una vez en la vida. Ésta mereció la pena.