Cuando uno descubre que las separan menos de 4 km de distancia, se da cuenta de que el contraste es sencillamente brutal. A un lado una isla preciosa con macrodiscotecas, after hours y legiones de adictos al techno pululando por calas, playas y calles. Al otro, una isla preciosa, con acantilados, italianos, alemanes y bicicletas disfrutando de sus calas, playas y calles. A un lado Ibiza, al otro Formentera.
No es que Ibiza sea un polígono industrial donde las empresas han sido sustituidas por discotecas: tiene playas preciosas, una respetable producción vitivinicola y opciones de ocio, sin chunda chunda, para todos. Pero si los rincones tranquilos de Ibiza te encantan, Formentera, tan cerca y tan lejos, te puede enamorar.
Al amor no se puede llegar con la modernidad, la rapidez y las prisas del avión. Al amor, a Formentera, sólo se puede llegar por mar, pues es la única vía de comunicación con Ibiza y la Península (en época estival).
Desde Ibiza varias compañías ofrecen el transporte al puerto de La Savina, y de entre ellas yo me subí a un barco de Trasmapi para hacer un trayecto de menos de media hora con un oleaje que me pegó a mi asiento y alteró mi estómago.
Mi estómago se tranquilizó en cuanto, tras un breve paseo en coche, llegamos al principal nucleo urbano, aunque tiene menos de 3.000 habitantes, de la isla, Sant Francesc (San Francisco). La capital de una isla relajada es un pueblo donde hasta las compras se hacen despacio y hay casi más sillas en las terrazas que gente para sentarse en ellas.
Protegido con una gorra del inclemente sol de finales de Octubre (si, finales de Octubre) el paseo por las calles principales me acabó llevando frente a la Iglesia de San Francisco, con una fachada más blanca que la nieve, aunque su lateral conserva la piedra vista. Es un edificio del siglo XVIII que se ha mimetizado perfectamente con el entorno y no tiene aspiraciones en su interior.
A unos metros de allí se encuentra el Ca na Pepa, refugio de muchos italianos que se esconden bajo los techos de cañas trenzadas de la terraza de su entrada, paralela a la iglesia y mi destino para hidratarme con una clara “de Sprite”, como dicen allí porque La Casera no ha llegado a Formentera.
Otra terraza en el interior y que me encontré cuando me equivoqué de camino al cuarto de baño, promueve orgullosa la diversidad: cada una de las sillas ha debido pertenecer a un dueño diferente.
Formentera es una isla de perfiles y para buscarlos hay que salir al mar que la rodea. Dejando atrás a los pocos bañistas y a los muchos adoradores del sol (que por 8 eur alquilaban sombrillas o hamacas para esconderse de él o rendirle pleitesía) en la playa de Cala Saona me subí a un pequeño barco.
Allí un enorme, en lo interior y en lo exterior, Asier de la empresa 4 Nómadas sería nuestro anfitrión náutico. Me dijeron que íbamos a ir en una zodiac a recorrer la costa pero me engañaron porque pasamos más tiempo en el agua que en la superficie. Y me encantó.
La sonrisa de Asier es tan contagiosa como su pasión y cuando nos sacó de la lancha, con gafas de buceo, para saltar al agua todos sabíamos que nos esperaba algo espectacular. El Mediterráneo en las Baleares jamás decepciona y en Formentera nos regalaba sus mejores azules, que había tenido ocasión de disfrutar desde un barco en Malta. Esta vez los iba a nadar.
Y yo, que nado casi tan bien como un pez muerto, acabé agotado pero contento. Asier nos llevó por hendiduras en las rocas, pasamos con cuidado por túneles cavados por el mar con la ayuda del tiempo, saltamos casi a oscuras en aguas brillantes como esmeraldas y buceamos hacia oquedades en los acantilados. Donde parecía que no había luz, sumergías la cabeza y te sorprendías porque en el mar estaba iluminado el fondo.
Continuamos recorriendo la costa y paramos por segunda vez. “Aquí, si tenéis unos minutos, podríamos ver algo curioso” dijo y mientras los demás dudaban, porque íbamos un poco justos de tiempo, yo me quitaba la camiseta, agarraba las gafas de bucear y me lanzaba el primero al agua para seguir disfrutando un rato más del maravilloso mar en Formentera.
Mientras recorríamos la costa y el viento nos secaba, pasamos frente al faro de Cap de Barbería. Para quien el nombre no le traiga ningún recuerdo cinematográfico, es el que aparece en el cartel de la película “Lucía y el sexo” de Julio Médem y donde se rodaron varias escenas de la misma.
La perspectiva desde el mar es completamente distinta y se pueden apreciar varias cuevas en los acantilados que duermen a sus pies.
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Volví a mojarme al saltar de la lancha, y despedirme de Asier, en la larguísima Platja Mitjorn, donde casi en el centro de la misma y a unas decenas de metros de la orilla está el Restaurante Vogamari.
Dicen que el mar abre el apetito y pese a que había tragado medio Mediterráneo (recordad cómo he dicho que nado), descubrí las bondades del peix sec de Formentera en forma de amanida pagesa (ensalada payesa).
El (pez seco) peix sec de Formentera parte de ejemplares de raya (aunque se pueden utilizar otros) que se limpian, trocean y sumergen en salmuera durante un tiempo. Después se secan al sol hasta que llegue el momento de desmenuzarlo e introducirlo en tarros de aceite para su conservación hasta que se proceda a su consumición.
Después de ver el Faro de Barbería desde el mar, nos acercamos al Faro de la Mola para verlo con el mar de fondo y a la vuelta nos detuvimos en un punto desde el que se divisan a la vez los dos lados – por así llamarlos – de Formentera. Desconozco el nombre del sitio, en la carretera PM-820, pero el mirador está aquí en Google Maps. Y no os lo podéis perder.
Puede que ese mirador sea una de las pocas alturas de una isla eminentemente llana así que lo más habitual por sus carreteras es ver a gente recorriéndola en bicicleta. De esa manera se puede llegar, con calma, a sitios como Es Pujols, pequeño puerto pesquero y último rincón del que disfruté en Formentera antes de volver a subirme a un ferri de vuelta a Ibiza.
Ha sido injusto, casi cruel, tener en la agenda sólo seis horas para recorrer Formentera. Esta es una isla en la que se vive a otro ritmo, el ritmo de un tiempo en que no se mandaban emails o whatsapp, sino postales, postales desde Formentera.
Nota: Mi viaje relámpago a Formentera fue parte del blog trip #venyllevateelmomento de la Agencia de Turismo de Baleares en el que participé junto a otros catorce blogueros. Además de a todo el personal de la ATB, mi especial agradecimiento a Marco Taboas, nuestro contacto, «respondepreguntas» y organizador, a Bárbara, nuestra guía durante todo el viaje, Esperança Costa, de la Agencia de Turismo de Formentera y Carlos Bernus, Jefe de Promoción Turística de la Isla de Formentera
Muchas gracias, me alegro de que os haya gustado.
Avistu
Felicidades por este bonito artículo y las hermosas fotografias que lo acompañan.
Saludos desde Formentera !!!
Hola Lourdes:
Muchas gracias, los azules de los cielos y mares (porque eran cambiantes) eran sencillamente espectaculares :)
Un saludo,
Avistu
Qué bella fotografía la del mar en Fomentera! Parece una pintura surrealista!!!
Hola Kristineta:
Yo, definitivamente, no pienso rechazar ninguna oportunidad de volver a ella :)
Un saludo,
J
Hola Noelia:
La isla, pequeña y asequible con poco tiempo, está llena de rincones preciosos.
Un saludo,
J
Me encanta esta isla. He ido dos veces y sé que repetiré muchas veces más!
Qué maravilla de isla! así como que no esté tan masificada como Ibiza.
WomanToSantiago