La idea de pasar un fin de semana en Ceuta rápidamente despertó mi curiosidad. ¿Cómo sería esa desconocida ciudad de la que mi cabeza no reunía ninguna imagen?. Cruzando el estrecho con el barco, la silueta de la lejana África se hace cada vez mas real y presente. Al llegar al puerto ya ha caído la noche y la idea de estar pisando otro continente, pero mismo país, en cierto modo me fascina. La iluminada fortaleza del monte Hacho corona la ciudad y el estilo colonial de los edificios del paseo le otorgan un cierto aire marinero.
Después de dejar mi equipaje en el hotel me encuentro paseando por el Paseo del Revellín y la calle Real, dos de las principales arterias comerciales de la ciudad. Las tiendas de electrónica que las poblaron en un pasado (Ceuta fue, hasta la entrada de España en la UE, puerto franco libre de impuestos, lo que atrajo por años a miles de españolitos para aprovechar sus suculentos descuentos) han dejado paso a franquicias de las grandes cadenas textiles que han adoptado su producto al turista marroquí, que es, en la actualidad, su principal visitante y fuente de ingresos.
La ciudad vive ahora de cara a Marruecos. Y es que Ceuta es considerada la Europa de África, un diminuto oasis de “degeneración” occidental donde los norteafricanos dan rienda suelta a sus secretas pasiones por el alcohol , el juego y el jamón de bellota.
La furgoneta asciende por las empinadas cuestas que desembocan a pies del monte Hacho. A la derecha pasamos por la, ya abandonada y en ruinas, antigua prisión de mujeres, vestigio de lo que un día fue toda la península ceutí. Un enorme complejo penitenciario al que la naturaleza otorgo las características propicias para el confinamiento.
Arriba nos espera el restaurante Oasis, fundado por un periodista español enamorado de Marruecos que quiso compartir con sus compatriotas su fervor por esta suculenta gastronomía. El resultado es espectacular, la Bastela y el Tallin de cordero con calabaza endulzada resaltan en este festival de colores aromas y sabores. Sin duda una parada obligada.
El estómago a rebosar y el cansancio acumulado del viaje me empujan rendido sobre el colchón.
La mañana amanece hermosa y tranquila. Planeamos acercarnos al mirador de Isabel II en la cima del monte Aneyera, la más alta de las siete colinas que adornan el territorio. Pero antes hacemos una parada el mercado de abastos. Las plantas de fruta, verduras y carne no llaman especialmente mi atención pero al llegar a los pescados mis pupilas se dilatan alegremente. Cigalas, carabineros , salmonetes, enormes atunes, doradas salvajes, y colosales centollos, a precios bastantes más bajos que en la Península. Y es que, recitando al poeta, Ceuta duerme en los brazos del Mediterráneo y del Atlántico y disfruta de los deliciosos privilegios de ambos.
Atravesamos las murallas de la antigua ciudad y nos adentramos en las barriadas del extrarradio, la parte con más acento musulmán. Hombres vestidos con chilabas, mujeres que esconden sus cabellos, y el alegre caos, que se apodera de las zigzagueantes calles de coloridos edificios. Dejamos atrás la urbe. A lo largo de la carretera del mirador se observan los legendarios cuarteles de la legión.
En el el mirador de Isabel II, desde donde se observan los dos continentes, se alcanza a ver la imponente figura del peñón de Gibraltar y las verdes costas gaditanas. Señalando con el dedo afirmo: “ Mira eso es España”. Laura, nuestra simpática guía, me lanza una mirada reprobadora que me hace en seguida recular. Y es que nos es fácil para un primerizo como yo interiorizar la idea de que estoy en África y en España. Pero sin duda, si alguien merece tal título son los ceutíes. Al fin y al cabo son la única región española que eligió en referéndum (en el año 1640) estar subordinada al entonces reino de Castilla y Aragón, después de 200 años de ocupación portuguesa y mas de siete siglos de presencia árabe.
La bajada hacia Benzu atraviesa frondosos bosques de alcornoques. Benzu podría pasar por una pequeña localidad pesquera, bañada por las aguas del estrecho. Es la ultima pedanía de Ceuta, y a pocos metros de su salida se puede avistar la valla fronteriza . La que dicen es la frontera mas desigual del mundo. Benzu parece que se mira al espejo cuando ves Belyounech la población marroquí al otro lado del cerco, lo que dota de cierto tono surrealista a la valla. Alzando la mirada contemplo la imponente Mujer Muerta, una hermosa montaña granítica que roza los 900 metros de altitud y asemeja su forma a su nombre. Reposando relajada su figura me invita a pensar que más que muerta está dormida, arropada por la suave brisa que viene del Estrecho.
Nos dirigimos ahora hacia el templo hindú de Ceuta , punto de encuentro de dicha etnia que se asentó aquí hace 120 años, respondiendo a sus inquietudes comerciales y al atractivo que ofrecía el entonces puerto franco para dichos quehaceres.
Nos recibe el presidente de la comunidad hindú de Ceuta. Su oscura piel acanelada lo delata en seguida pero su perfecto acento andalusí rompe de golpe el estereotipo. Las deidades de mármol , las flores y los inciensos nos transportan de inmediato a aquel país lejano.
Hace poco, leyendo “Crónicas de Jerusalén” de Guy Delisle me vino a la cabeza la ciudad autónoma. Yo creo que Ceuta es la antítesis de Jerusalén y un hermoso ejemplo al Mundo. En ella conviven en hermosa armonía las cuatro grandes religiones. Los últimos judíos expulsados de España sí fueron acogidos en este pequeño istmo y su presencia hoy en la ciudad es nombrada con orgullo. Los musulmanes, quizás la más numerosa, no sólo tienen presencia en la calle sino en las más altas instituciones públicas. Dos consejeros de gobierno, de asuntos sociales y de sanidad, profesan esta religión. Y para finalizar, los hindús, cuyas festividades inundan de colores las calles de la ciudad bajo la alegre mirada de sus habitantes. En una época donde los mundos islámico, judío y cristiano parecen cada vez mas enfrentados, Ceuta es, sin ninguna duda, una luz en un horizonte de oscuridad.
Al caer la tarde el “Desnarigado” nos espera abarloado al muelle. Vamos a rodear Ceuta por mar.
Las condiciones naturales de esta ciudad hicieron de ella una plaza inexpugnable por siglos. La península está comunicada únicamente por un estrecho brazo de tierra de 150 metros de ancho. Fue el rey portugués Juan III quien mandó hundir el escaso brazo en un foso de mar, aislando a la ciudad del continente y creando así una isla artificial comunicada solamente a través de dos puentes levadizos. Hoy en día es el único foso navegable del mundo. Nos deslizamos por sus aguas escoltados por las gigantes murallas a ambos lados en una experiencia singular. Lejano se adivina el eco de las batallas que estos muros presenciaron. Creo que nunca había observado una fortaleza tan cerca desde el mar.
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Continuamos la navegación y observo como feroces acantilados prolongan la inaccesibilidad de la ciudad. Los pequeños huecos que éstos dejan, y en los que se puede intuir una entrada, son rellenados con potentes muros de piedra. Pescadores dispersos a los pies de los acantilados adornan la escena. Me pregunto cómo habrán llegado allí, no logro adivinarlo. El agua es transparente y fría.
El Castillo del Desnarigado se asoma por encima de una playa amurallada. Imagino al pirata bereber que le dio nombre contemplando el horizonte del estrecho desde sus almenas. Al volver los arrecifes de Santa Calina, la ciudad se asoma de nuevo en el horizonte bañada por los últimos rayos de unSsol que se esconde en el océano.
Por la noche saltamos de bar en bar saboreando deliciosas tapas. Los exóticos corazones de pollo son la estrella del menú. De herencia árabe, su sabor provoca tanto placer como rechazo su nombre. La gastronomía ceutí mira con nostalgia a la península pero está inevitablemente invadida por los sabores del continente. La noche se alarga y acabo en las almenas del casino saboreando una copa. Debajo, en el Parque Marítimo del Mediterráneo, las siluetas de las palmeras y el reflejo de las piscinas de agua salada dibujan una romántica estampa.
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A la mañana un coche nos espera para llevarnos a Tánger. Asciendo las escarpadas montañas Riff y lanzo una última mirada hacia atrás. A lo lejos Ceuta se ve como un trozo de África que se estira con ansia, como queriendo alcanzar el otro lado del estrecho. Quién sabe si para constatar físicamente lo que es, un puente entre dos mundos quizás injustamente olvidado y tan profundamente necesario.
Gracias a este artículo estoy pensando en viajar a Ceuta ya que he visto que es una ciudad tranquila y segura que abraza la multiculturalidad, además la gastronomía es una mezcla de España y el Norte de África por lo que estoy deseando ir a probar esos restaurantes.
Marga.
Muy interesante el artículo, la verdad es que Ceuta ofrece mucho al viajero, es la ciudad de la tolerancia y una de las perlas africanas de España, gracias a este tipo de artículos la gran desconocida será visitada por los hispanohablantes.
Un saludo,
Jesús
Esos corazones de pollo!!
Verdaderamente es un lugar encantador y muy desconocido para la mayoría de los turistas. (inclusive españoles). Que la tenemos al lado y solo escuchamos otro tipo de comentarios sobre la ciudad. Marc Aptos.
Y lo bien que se come… Gran desconocida, sobre todo por la gastronomía :)