Cuando tuvimos ya todos los papeles firmados, ya solo nos quedaba hacer una sola cosa: subirnos al coche recién alquilado, darle al gas y descubrir los secretos de la isla de Madeira.
Partimos del apartamento situado en Cabo Girao y en nuestra primera ruta en coche por Madeira optamos por descubrir la zona este, el norte de la isla y dependiendo del tiempo que tardábamos en realizar el recorrido optar finalmente por una ruta final de vuelta a Cabo Girao. Afortunadamente las carreteras están muy bien acondicionadas y las distancias se han acortado considerablemente durante los últimos doce años.
Los acantilados de San Lorenzo
Llegamos desde Cabo Girao hasta la Punta de San Lorenzo, el extremo este de la isla en apenas una hora de conducción. Ahí mismo hicimos nuestra primera parada para disfrutar de los acantilados más fotogénicos de Madeira.
Si bien es cierto que los acantilados de Cabo Girao son mucho más altos, las cortadas paredes de San Lorenzo sobre el océano Atlántico ofrecen una maravillosa estampa jugando con la intensidad del verde, la piedra volcánica y el azul del mar.
Existen dos zonas de parking en San Lorenzo. El primero se encarama a la montaña y ofrece la clásica fotografía que veréis en la mayoría de folletos turísticos con la inmensidad de los acantilados. Os aconsejo asimismo seguir la carretera hasta su punto final donde, una vez dejamos atrás un enorme resort turístico, existe un nuevo parking. Desde ahí encontraréis un escenario más reposado, con perfiladas colinas verdes que parecen surgidas de Irlanda y, al hallarse uno ante tal paisaje, cualquiera sería incapaz de imaginarse que se encuentra a más de 3.000 kilómetros de distancia al sur de la llamada Isla Esmeralda.
Un cielo claro y un sol radiante nos acompañaban y, de esta manera, pudimos ver las Islas Desiertas a lo lejos. Por esta zona de San Lorenzo encontraréis múltiples caminos alrededor de las colinas donde obtendréis distintas perspectivas de los acantilados y el perfil sinuoso de la costa de la isla.
Santana y el norte de Madeira
Seguimos nuestra ruta y empezamos a recorrer la costa norte de Madeira. Llegamos a la población de Santana donde vimos algunas casas tradicionales de la isla con techo de paja. No obstante, me dio la sensación que más bien hoy se usan estas casas a modo de escaparate turístico y poco queda ya de real en su propio entorno o en el día a día habitual de los habitantes de la isla. Madeira no os dará la sensación de encontraros en un lugar exótico, aunque eso sí, la naturaleza desborda.
En Santana seguimos unas señales de tráfico que nos dirigieron a un curioso teleférico. Se trata de un descenso de unos 400 metros de altura frente a unos acantilados hasta llegar a la misma playa. Desafortunadamente ese mismo día -31 de enero- estaba cerrado y nos quedamos con las ganas de realizar el trayecto.
Seguimos la costa norte de Madeira y paramos para comer en un restaurante a pie de carretera en Sao Jorge. Llevábamos cuatro horas de recorrido desde que partimos del apartamento por la mañana. Nos sentamos en la terraza del restaurante y con vistas a unos campos de plataneros que se precipitaban al mar, nos zampamos un estupendo pez espada con salsa de maracuyá. Con bebidas incluidas apenas nos salió por 15 euros para dos personas y es el mejor plato que recuerdo de mi viaje por Madeira.
Continuamos el trayecto en dirección San Vicente y Seixal alternando toda una serie de túneles, vistas al mar y la vieja carretera a un lado que realiza un trayecto suicida y sin temor sobre los acantilados. A mano derecha en cada túnel podíamos observar la vieja calzada serpenteando por el desfiladero y daba vértigo solamente de pensar cómo era visitar la isla de Madeira hace apenas 12 años antes de la reconstrucción de las carreteras.
Un halo de luz protegía las vistas espectaculares desde Ponta Delgada. En este punto se puede apreciar cómo la cordillera interior a más de 2.000 metros va perdiendo altura hasta que termina siendo engullida por el océano.
Rabaçal y el interior de la isla
Una vez llegamos a Porto Moniz pensamos que iba a ser demasiado realizar una circular al completo de la isla en un solo día especialmente en invierno cuando los días son tan cortos. Así que echando un vistazo al mapa decidimos coger la variante hacia el interior desde Porto Moniz y seguimos La Ribeira de Janela, un altiplano seco, sin apenas árboles que recuerda lugares inhóspitos como The Moors en Yorkshire o Wicklow en Irlanda.
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La niebla nos cernió al descender en Rabaçal -curiosamente nos topamos por sorpresa con el lugar donde el día anterior habíamos emprendido el trekking por la Levada de las 25 fontes– y a partir de Paúl da Serra iniciamos un descenso bajo las nubes hasta llegar al mar en Canhas donde el cielo volvió a clarearse.
Durante la semana en la que estuvimos por Madeira casi todos los días nos encontramos con un clima similar donde las nubes se centraban en las montañas por la mañana y descendían paulatinamente hacia la costa al atardecer.
Quedaba apenas una hora para el atardecer y lo aprovechamos aparcando el coche en la localidad de Ponta do Sol. Según nuestra guía de viaje aparecía como uno de los mejores lugares de Madeira para contemplar el atardecer. Así que no nos lo pensamos dos veces y nos apostamos en un pequeño chiringuito en la playa, certificando con cerveza en mano una jornada perfecta y contemplando los últimos resplandores de luz sanginolenta del sol cayendo sobre el mar.
Madeira podría ser un buen destino para ir de turismo en las vacaciones, ya que es una región muy cercana al mar en la cual se puede disfrutar las playas, la gastronomía y los hermosos paisajes.