
Puede que a muchos de vosotros el nombre de Astrid Lindgren no os diga nada pero, si sois más o menos de mi generación, seguro que os suena bastante el nombre de Pippi Calzaslargas.
La escritora que dio vida a Pippi Långstrump nació en Vimmerby-Småland- en 1907 y es allí donde visitamos su antigua casa y Astrid Lindgrens Värld, el parque temático que se ha levantado para conmemorar y representar las principales obras de la creadora sueca para un público de todas las edades.
Nils -uno de los directores de marketing del parque- nos recibió a la entrada del parque y nos explicó un poco sobre la historia del lugar y lo que nos íbamos a encontrar dentro. Siendo españoles, estaba claro que el personaje principal para todos nosotros era Pippi aunque Ronja, la hija del Bandolero y Los Hermanos Corazón de León eran carácteres que parecían sonar a algún integrante de nuestra tropa.

Mientras nos disculpábamos ante Nils por nuestra ignorancia de la obra de Astrid, él nos comentaba que era de lo más normal porque el mayor número de visitantes del parque provenían de Suecia y sus vecinos nórdicos, incluyendo a daneses y alemanes. De hecho, dudo que la cosa vaya a cambiar mucho porque todas las representaciones realizadas por las decenas de actores que trabajan en el lugar son en sueco, lo que hace algo más difícil seguir el hilo de los cuentos para los que no dominamos el idioma.
Pero bueno, si nos transportamos a nuestra época de niños, podremos inventarnos los diálogos de los personajes y disfrutar igualmente de los coloridos y animados shows que entretienen a niños y mayores cada pocos minutos en cada rincón del recinto.
Recorrimos los diferentes mundos imaginarios de Astrid recreados con todo tipo de materiales. Tiendas y casas de madera de tamaño natural, otras hechas a escala o el increíble castillo que ejercía de pieza central del escenario donde se representaba el cuento de Ronja, la hija del bandolero. Me senté cerca de Nils a ver un trozo de la representación.

Las gradas estaban repletas y un gran número de niños y niñas -en su mayoría rubios de ojos azules- miraban absortos el desarrollo de la historia mientras sus padres sacaban fotos, grababan vídeos o simplemente seguían embelesados aquel cuento que les transportaba a su propia juventud.
Nils me explicaba que era una especia de historia de Romeo y Julieta adaptada a la tradición nórdica. La hija del jefe de una banda de proscritos se enamora del hijo del jefe de la banda rival. Resultado claro: drama a la vista. El castillo que teníamos ante nuestros ojos no estaba hecho con el típico cartón piedra sino que eran toneladas de piedra de verdad las que se movían cada vez que una pared tenía que dejar ver lo que pasaba en una de las estancias del castillo.
Lo apretado de nuestro programa hizo que sólo pudiéramos asistir al nacimiento de Ronja y ver cómo se convertía en una raspa jovenzuela con más arte que muchos de sus mayores. Me perdí la parte en que se enamora y comienza la tragedia. ¡Tendré que leerme el cuento para saber qué pasa al final!. Que nadie me lo estropee en los comentarios, por favor.

Fuimos a ver también el mundo de Pippi, por supuesto. No pudimos encontrar a su caballo a lunares llamado Lilla gubben (o sea, Muchachito) ni a su mono tití llamado Señor Nilsson, pero sí descubrimos el barco de su padre, el capitán de los piratas congoleses. Asistimos a un número musical mientras devorábamos un helado que paliara el intenso calor que hacía ese día.
El parque está compuesto por un sinfín de escenarios donde se suceden representaciones casi de forma continua; zonas verdes para descansar; restaurantes, cafeterías y kioscos; zonas de juegos para los niños y tiendas.
Sin embargo, el lugar que a mí me impactó más profundamente fue la casa donde vivió Astrid. Bueno, realmente, la historia de la escritora y su familia.

Vivió hasta los 95 años y para mí eso no fue una casualidad. Caminé por el pequeño museo -que se encuentra en la tienda- escuchando la voz grabada que parloteaba en mis auriculares y me dejé sumergir en la magia de su vida.
Nació en el seno de una familia humilde pero muy muy feliz. Sus padres se amaron como adolescentes hasta su muerte. Se habían conocido cuando él tenía 13 y ella 9 años de edad, casándose 17 años más tarde.
Astrid tuvo un hermano mayor y una menor y los tres jugaban todo el día en la casa, en el campo, perdidos en la naturaleza, inventando historias y arriesgando el físico centenares de veces. Como dijo la propia escritora en una entrevista: «fue un milagro no habernos matado de pequeños«.
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Desarrolló un gran amor por la naturaleza, los animales y un espíritu aventurero y salvaje a la vez que una imaginación desbordante. Producto de ello nació su personaje más importante.
Su hija menor -de 7 años, Karin- cayó enferma de neumonía y le pidió a su mamá que le contara alguna historia. A ella se le ocurrió el extraño nombre de Pippi Långstrump y sus aventuras tomaron el mismo cariz loco que su nombre. La historia llegó a las amigas de Karin y, dos años más tarde -mientras Astrid estaba convaleciente por una fractura en su pierna-, tomó la forma del libro que acabó ganando un premio de literatura en 1945.
Ahí comenzó a fraguarse su vida de escritora de cuentos.

Miraba las fotos que colgaban de las paredes del museo y me quedé prendado de una en concreto. En ella, una Astrid de edad avanzada -quizá con 70 u 80 años- se aferraba a las ramas altas de un árbol cercano a su casa. Se había subido de nuevo a él, como hacía de niña con sus hermanos. Su sonrisa era franca y juvenil y sus ojos resplandecientes destilaban vida. Ella sabía que la edad se lleva también en la mente y supo mantener esa parte mágica del niño o la niña que todos llevamos dentro.
Me tuvieron que sacar a tirones del museo para poder seguir cumpliendo con mi horario. No me gustó no poder despedirme más tranquilamente de Astrid. Habíamos visto su habitación donde jugaba con sus hermanos primero y, más tarde, escribiría sus libros. Me la imaginaba saltando de cama en cama jugando a aquel juego en el que ninguno de los hermanos podía pisar el suelo de la habitación mientras se perseguían con las almohadas en la mano.
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Entonces el Peter Pan que llevo dentro se quiso quedar en aquella casa, en aquella sala… Había encontrado el espíritu de un alma gemela.