Ya había leído en los libros que me inspiraron para lanzarme a mi pequeña aventura africana que una de las cosas que pondría a prueba mi paciencia sería el transporte.
Describían decenas de estaciones -o simples paradas en el medio de la nada- de autobuses o trenes donde los horarios brillan por su ausencia y los vehículos se mueven a impulsos, los que marcan sus anárquicos pasajeros. Así es África, donde todo ocurre sin leyes físicas -y apenas humanas- que regulen a sus habitantes.
Pero si sigues leyendo este artículo es porque este tipo de cosas, en lugar de echarte para atrás, es precisamente el tipo de experiencia que estabas buscando. Y es que creo que aquí reside la magnificiencia de viajar por África. En las cosas que ponen a prueba los hábitos adquiridos durante tu vida. Conseguir cambiarlos te va a acercar un poco más a las gentes y las tierras por las que discurre tu aventura.
Durante mi estancia en Mozambique me moví en todo tipo de medio de transporte terrestre: furgoneta (chapa, como lo llaman allí), tren, parte de atrás de un camión e incluso como paquete a llevar en el asiento trasero de una bicicleta.
Las chapas son viejas furgonetas que usan los mozambiqueños tanto para desplazamientos cortos -dentro de una misma ciudad- como para trayectos más largos que a menudo llegan a los cientos de kilómetros. Dentro suele haber tres filas de incómodos asientos para 3 personas además de los de conductor y copiloto. Suman 11 o 12 pero caben muchos más.
La hora de salida nunca está establecida. Aquí no se mueve ni Dios hasta que la furgoneta -que consume una gasolina cuyo precio apenas se pueden permitir- esté llena. Pero atento, ese “lleno” no es el “completo” que colgaban antiguamente en los buses de los países europeos o los que vemos online cuando queremos reservar un asiento. No. Aquí lleno significa que tú podrás ir a tu destino sintiendo el calor y olor corporal de las dos personas que te aprisionan entre ellos y que, a su vez, están aprisionados por otras dos personas -mínimo- en filas de asientos que albergan una clientela que siempre superan, como mínimo en un 50% la máxima capacidad para la que fueron construidos.
No tienen paradas preestablecidas sino que van recogiendo y dejando gente aquí y allá, siempre intentando tener el vehículo lo más lleno posible durante todo el trayecto. En ocasiones, después de esperar durante unas horas para arrancar del mercado de turno, te pondrás contento cuando lo hagas, pero ¡cuidado!, muchas veces simplemente lo harán para dar una vuelta por los alrededores del pueblo en busca de más clientes. Si no los consiguen volverán al punto de inicio y las horas seguirán pasando.
El que decide todo lo anterior es el verdadero “Rei da chapa”, que no es el conductor sino el cobrador. Suele ser un tipo dicharachero y vivo que controla a todo y todos dentro de su reino. Llevan los billetes enganchados entre los dedos de una mano mientras la otra la usan para sujetarse a la puerta, de la que van colgados la mayor parte del tiempo. En cada lugar al que llegan vocean el nombre de los pueblos por los que van a pasar, en busca de cualquier posible cliente que no quiera cubrir la distancia caminando bajo el incesante Sol.
Las chapas no sólo transportan personas sino también bultos. Sacos de arroz, patatas u otras verduras, gallinas, televisiones, radios… Lo que sea. Mientras pagues el precio por tu bulto no te pondrán ninguna pega. Así que no os extrañéis de que os pidan dinero por incluir vuestra mochila como equipaje. Es lo normal, aunque alguna vez intenten sacaros un poco más de la cuenta.
Esto no quiere decir que por ser blancos os vayan a pedir más dinero. Cogí multitud de chapas durante el mes que pasé en Mozambique y siempre pude comprobar que el precio que yo había pagado -el 90% de las veces sin regatear lo más mínimo- era el mismo que pagaron los locales.
Para mí es la mejor forma de moverte. Conoces gente y el país a ras de suelo. Ves toda la vida que se concentra entorno a ese vehículo. Hay aldeas perdidas en el Norte de Mozambique donde el paso de la chapa del día es el único acontecimiento. Salen niños y adultos a vender bebidas, verduras, frutas o lo que sea a los pasajeros. El conductor permite que estas gentes puedan hacer algo de negocio y espera unos minutos para que puedan minar un poco las defensas de los compradores dubitativos. Es una manera fantástica de asegurarte de que tu dinero va a parar a una comunidad local y te puedo asegurar que acabarás comprando productos buenísimos a mejores precios y, además, en un momento en el que te va a saber a gloria esa banana, anacardo, mango o refesco que va a hacer tu viaje mucho más llevadero.
Si hablas portugués -como es mi caso- además puedes acabar conociendo a gente interesante en los trayectos y acumular muchas anécdotas que contar.
Depende de la suerte que tengas – lo más importante es que se llene cuanto antes- puedes desplazarte a una velocidad bastante decente por Mozambique con la chapa. Las carreteras, tal y como las conocemos, son inexistentes en casi todo el país. Sólo el Sur y algunas zonas de importancia industrial como Tete y Nampula cuentan con una mínima red de carreteras de asfalto. El resto son caminos de tierra que se convierten en trampas de lodo durante las épocas de lluvias. Los muchos socavones hacen que las suspensiones de las chapas hayan quedado en algo meramente testimonial. Notarás cada bache en tu sufrida rabadilla.
Sin duda es otra buena forma de experimentar este gran país. La forma más barata y local de moverte por Mozambique.