Cuando hace 3 semanas mi primo Álvaro me dijo que tenía entradas para Wimbledon pensé que se trataba de una broma. Para un apasionado amante del tenis como yo, hay pocas noticias que le puedan parecer mejor que ésta.
Durante los años que pasé en Dublín siempre soñé con poder acercarme a Londres para ver algún partido de Wimbledon. Sin embargo, el proceso de asignación de entradas es realmente complicado. Muy pocas son las que salen a la venta y, las que lo hacen, se adjudican por una especie de complejo sorteo o tras horas y horas de cola.
Álvaro me dijo que teníamos tickets para ver los partidos de Pista Central (en mayúsculas, por supuesto) el cuarto día de torneo y Pista 1 el quinto. En el día 4 aún serían segundas rondas masculinas y femeninas pero el quinto día supone ver ya partidos muy igualados de tercera ronda. ¡Pista Central!. Una locura.
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Unos días más tarde ya tenía los billetes de avión comprados y el pasado Miércoles desembarcaba en el aeropuerto de Gatwick.

El primer aperitivo deportivo fue ver a España ganar por penaltys a Portugal en un bar australiano del centro de Londres.
El Jueves a a las 2 de la tarde ponía el pie por primera vez en el legendario All England Club de Wimbledon. Tenía erizado todo el vello de mi piel. Ciento veintiseis años de tenis dejan un poso imposible de obviar.
Había visto, como cien mil veces, el lugar en televisión, pero al natural es algo impactante.
En el lateral de la Pista 1 cayeron las primeras fotos y dimos una breve vuelta por el recinto antes de ir a Pista Central. Era un hervidero de gente que iba de pista a pista, se agolpaba en las tiendas oficiales, poblaba y dotaba de vida a todos los restaurantes y patios de comidas con sus chácharas sobre este o aquel jugador o jugadora…Aplausos por aquí, un “ohhhhhhhhhh” por allá y el tenis se metía dulcemente por cada poro de mi piel.

Cuando entré al templo de la Pista Central creo que me perdí en un estado de éxtasis. La cosa fue a peor cuando comprobamos que nuestros asientos estaban en la fila 3 de uno de los laterales, a menos de metro y medio de la hierba, permitiéndome ver a los jugadores a menos de 5 metros. Ya nadie podría devolverme al mundo real.
La gran -en todos los sentidos- Serena Williams destrozaba a la húngara Melinda Czink cuando nos mandaron ocupar nuestros asientos.
Al partido le quedaba poca historia y al rato salía a calentar el ídolo local: el escocés Andy Murray. El cañonero Ivo Karlovic fue poco rival para un escocés que aún tiene que probar que es capaz de ganar algo importante.

La pista estaba llena hasta la bandera y los comentarios tenísticos no cesaban después de cada punto. El público de Wimbledon suele ser bastante entendido aunque comprobé que mi conocimiento de los jugadores y su nivel de forma superaba a la mayoría. Me lo tengo que mirar.
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Mi primo se fue a dar una vuelta por el resto de pistas bajo un Sol abrasador impropio de Londres. Yo, sabedor de que tendría otro día entero para hacerlo, me quedé en Pista Central a ver acabar el partido de Murray e impaciente por la llegada de Rafa Nadal.
Rafa saltaba a la pista a calentar cerca de las seis y cuarto de la tarde. Nunca podría haber soñado que la primera vez que le vería en mi vida sería a 5 metros en la Pista Central de Wimbledon.

Su rival, un casi desconocido -no para mí- Lukas Rosol, saltaba a la pista medio tímido y sin saber bien qué hacer.
El triste resultado del partido ya lo sabréis todos a estas alturas. Nadal nunca encontró la forma de paliar los cañonazos -de todos los tipos posibles- del jugador checo. Mi fama de gafe no es en vano.
El quinto set se jugó pasadas las 9 de la noche y por ello pude vivir un partido con el techo retráctil cerrado y las luces artificiales encendidas. De allí no se iba nadie. Para cuando Nadal agachaba la cabeza por última vez ante el ace número 22 del checo, el reloj marcaba las 10 y 10 de la noche.
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La eliminación de Nadal nos dejó con mal cuerpo y era el tema que se comentaba en todos los grupos de gente que abandonaba el All England Club. No en vano, era la primera vez que caía en segunda ronda de un Grand Slam desde el 2005.
El segundo día llegué más pronto para poder explorar bien el recinto.

El cielo amenazaba lluvia y las pistas estaban cubiertas con sus lonas verdes protectoras. Sin embargo, resultó ser otro día fantástico de Sol y calor.
Pasé por la tienda oficial para llevarme un llavero y una mochila que pienso llevar a todas partes. Después me encontré por casualidad con uno de los tres jueces de silla más famosos en el Mundo: el gran Carlos Bernardes. Nos hicimos una foto y charlamos un rato sobre los partidos. Un auténtico crack.
Mi siguiente parada fue la Pista 1. Me dio la sensación de que es incluso más grande que la Pista Central y mucho más moderna. De nuevo unos buenos asientos, detrás del box para el equipo de los jugadores, nos permitieron presenciar los partidos desde una posición privilegiada.

Pasaron ante nuestros ojos los potentes sacadores Milos Raonic y Sam Querrey; la bella Sharapova que destrozó a Hsieh con una mezcla contundente de sartenazos y gritos a partes iguales; mamá Clijsters que se estaba merendando a Zvonareva justo antes de que esta última se retirara y, finalmente, el partido más esperado del día: Nico Almagro contra Richard Gasquet.
Fue el partido más bello que vi en los dos días. Gasquet jugó un tenis efectivo de una calidad técnica impresionante, pero Almagro -a pesar de la derrota- no se quedó atrás, y nos ofrecieron puntos con intercambios espectaculares y esos reveses tan plásticos que parecen de otro planeta.
Almagro y Verdasco cayeron casi a la misma hora, lo cual dejaba a Ferrer como único representante español en el cuadro individual del torneo. Quizá el peor año para los españoles de toda la década. Creo que no me van a dejar ir más.
Con un Sol envidiable, pasé parte de la tarde viendo trozos de partidos de las pistas exteriores. Me impresionó ver a los hermanos Bryan en el dobles justo antes de dirigirme al puesto en el que vendían pelotas de Wimbledon 2012 usadas por los jugadores en sus partidos. Aquí se le saca pasta a todo y cada pelota vale 1 libra. Se aprovechan de frikies del tenis como yo, que les compré una.
Empezaba a anochecer cuando Almagro se despedía del torneo y me fui a la colina Henman para unirme a las miles de personas que veían al gran Federer, que estaba a punto de caer ante Julien Bennetau.

Es uno de los sitios más concurridos durante las dos semanas de competición. La gente que no tiene entradas para las pistas importantes se trae sus mantas y provisiones y pasa el día viendo pistas exteriores y disfrutando de la comida, bebida y hierba mientras ven los partidos estelares en la gran pantalla que da hacia la colina.
Federer, al no ser español, no sufrió mi maldición y ya había remontado cuando yo cruzaba por última vez las puertas del All England Club.
Lo hice en casi total soledad -el partido aún no había acabado- y me quedé unos segundos contemplando el recinto casi vacío y tranquilo bajo la noche.
Una experiencia que no olvidaré jamás y que espero se repita… ¡En Londres o París!.