En nuestro viaje por las islas del Atlántico cercanas a La Rochelle, dejamos en último lugar a la hermana menor de las tres que visitamos: la isla de Aix.
Tras explorar algo superficialmente las islas de Ré y Oléron -de un tamaño que exige más días para una prospección de cierta profundidad- sí que puedo decir que vimos casi todo lo que ofrece la isla de Aix en una tarde de Domingo que presagiaba fuertes lluvias pero acabó siendo clemente y nos regaló un clima bastante agradable.
Mientras que a Ré y Oléron se puede acceder por carretera, para llegar a Aix cogimos el único ferry que une la pequeña isla con la península de Fouras. Surcamos las aguas del Atlántico, de un gris verdoso impenetrable, durante apenas 30 minutos para desembarcar en aquella isla de 600 metros de ancho y 3 kilómetros de largo.
Los principales atractivos de la isla son tres: su historia ligada al más famoso mandatario que jamás tuvo Francia, Napoleón Bonaparte; las fortificaciones militares concebidas por el gran maestro Vauban; y su ambiente tranquilo y natural.
Del embarcadero fuimos directamente al restaurante Joséphine, perfecta acompañante de su marido, el Hotel Napoleón.
Todos deberíamos saber -si no por los libros de historia, al menos por las preguntas amarillas del Trivial Pursuit- que, tras su derrota, Napoleón fue expulsado de su querida Francia para recalar en la isla de Santa Elena. Lo que yo no sabía es que el Emperador eligió la diminuta isla de Aix para ser su última morada en suelo francés antes del destierro.
La semana que pasó en la isla ha dado para décadas de turismo. Yo firmaba tal compensación.
El Hotel Napoleón ofrece alojamiento de calidad para aquellos que decidan pasar una noche tranquila en Aix, que queda a merced de sus huéspedes una vez los turistas del día se marchan en el último ferry de la tarde.
Habitaciones modernas, patio interior con toques de chill-out y un restaurante que nos deleitó con su selección.
Fue una gran idea bajar la comida recorriendo la isla en bicicleta. Paró la lluvia, salió el Sol y se nos concedió una tregua de un par de horas, más que suficiente para ver Aix subido a algo de dos ruedas.
A pesar de sus pequeñas dimensiones, la isla ofrece unos paisajes realmente bonitos formados por grupos de encinas y pinos que custodian el paso a miradores sobre rocas y arena que contienen las embestidas del Atlántico. Las playas vírgenes son un remanso de paz para aquellos que quieran disfrutar de un buen pinnic a la francesa.
Fuimos bordeando el sendero de la costa, parando aquí y allá para tomar algunas fotos o simplemente admirar las vistas. Sandrine y yo nos separamos del grupo sin querer y llegamos al fuerte, diseñado por Vauban en el siglo XVII, antes que los demás. Allí nos esperaba una chica que trabajaba a tiempo parcial como guía local.
Sinceramente, a parte del recinto de piedra que queda en pie, el fuerte tiene poco que ver.
Continuamos la marcha de vuelta al pueblo cercano al embarcadero y, después de dejar las bicis, atravesamos un campo de hierba y madreselvas que llevaban a una cala custodiada por los faros de la isla.
Paseamos por la zona apurando la media hora que nos quedaba para zarpar.
No nos dio tiempo a ver el Museo de Napoleón, donde se muestran objetos utilizados por él durante su estancia en Aix.
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Los cielos se cubrieron de nuevo y la lluvia nos escoltó de regreso a Fouras. Nuestra furgoneta nos esperaba para realizar el último viaje hacia la estación de tren de Poitiers. El viaje por la Rochelle y sus islas del Atlántico tocaba a su fin.
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Aix es un remanso de belleza natural y tranquilidad en la que puedes perderte mientras rememoras la historia de la Francia Imperial.
History, modern day & peace & calmness all together. David its a lovely place & you are lucky to be there.
Cheers,
Dev
Un lugar estupendo para visitar.