Tras pasar la mañana descubriendo parte de los secretos de la bella La Rochelle, por la tarde pusimos rumbo a la Isla de Ré.
Ré es capaz de satisfacer a un amplio abanico de turistas: los amantes de la naturaleza; los que prefieren relajarse a través del deporte en sus vacaciones (pesca, kayaking, kite surfing y ciclismo son los más ejercitados); los que son felices tumbándose en la arena de una playa, desviando la mirada de su libro sólo para contemplar la vida pasar; los entusiastas de la buena cocina… Y así podríamos seguir enumerando hasta casi completar el artículo.
Nosotros cruzamos el puente que une a la isla con tierra firme bajo un bonito y cálido Sol de principios de Junio. Se debe pagar un peaje de 3 euros si vas en vehículo privado, pero siempre puedes dejar el coche en el lado del puente más cercano a La Rochelle y tomar el bus que sale por 1 euro y te lleva a la isla.
Eran pasadas las 4 de la tarde y pudimos contemplar como el mar se había retirado, dejando multitud de pequeñas barcas de pescadores ancladas en una especie de marismas fangosas.
Estas mismas marismas son las que hacen las delicias de marisqueros tanto mayores como chicos. Cuando el agua salada se retira, ellos aparecen con sus redes, palangres, botas y cubos para hacer acopio de almejas, berberechos, pechinas, navajas, camarones, bueyes de mar e incluso nécoras que quedan al descubierto en rocas y cavidades que anteriormente estaban sumergidas. Al estar estas especies protegidas, la gente debe respetar los tamaños mínimos de cada una.
Paramos a sacar algunas fotos y seguimos con nuestra furgoneta rumbo al Ecomuseo de Las Salinas, que se encuentra en Loix.
La sal forma parte de la vida y las raíces de la Isla de Ré. No en vano, el 20% de la superficie total de esta isla ,de 30×3 kilómetros, está ocupada por salinas. Aunque no todas sean explotadas para extraer sal, las restantes son pieza fundamental para el mantenimiento de una flora y fauna muy especial y diversa: anguilas, peces variados y un gran número de aves complementan la variada gama de colores que crea el Sol al reflejar en los fondos de las salinas.
Nuestra guía en el Ecomuseo nos explicó el proceso de obtención de la sal mientras contemplábamos las fotografías y mapas expuestos en la pequeña cabaña de madera. Después, la bellísima Anaïs -trabajadora de la oficina de turismo de la Isla de Ré-, nos acompañó para dar un paseo por las salinas que se encuentran a espaldas de la cabaña.
Así pudimos imaginar de manera más clara todo el proceso. Las aguas del mar entran por canales y pasan un tiempo en estanques de arcilla asimétricos de poca profundidad. En ellos se produce un efecto de evaporación del agua debido al Sol y al viento. En la última cuenca -llamada superficie salante- se lleva a cabo la recolección de los cristales de sal entre los meses de Junio y Septiembre.
Aunque a día de hoy esta actividad no tiene la importancia que tuvo hace un siglo, cada salinero recoge una media de 40 kilos de sal cada dos días, generando una producción total anual cercana a las 2.500 toneladas. Dicho así, a lo bestia, suena una barbaridad, pero en los 1900s la cosa se disparaba hasta las 30.000 toneladas.
Pasamos a visitar la pequeña tienda de souvenirs que oferta una gran variedad de productos realizados con sal y el omnipresente cognac, otro de los bienes populares en la zona.
Anaïs nos acompañó a realizar nuestra segunda visita de la tarde, el imponente Faro de las Ballenas.
Este faro de 55 metros de altura es el punto más alto de Ré y se encuentra en el extremo Noroeste de la isla.
Fue construído en 1854 y el nombre viene del gran número de ballenas que llegaban a la zona incluso antes de la llegada de los romanos.
Subir a contemplar las maravillosas vistas es gratis. Al menos económicamente hablando, porque hay un desgaste físico al tener que subir los 257 escalones que separan la base del balcón de observación.
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Subimos como unos campeones y el premio realmente mereció la pena.
El Sureste está dominado por toda la Isla de Ré, Oléron al Sur y el Pertuis Bretón hacia el Noreste. Desde las alturas se podía apreciar una de las antiguas esclusas utilizadas para la pesca hace siglos. Los habitantes de la isla vivían de la agricultura hasta que desarrollaron este sistema para aprovisionarse de pescado. Unos cercos de piedra que se adentraban en el mar y dejaban a los peces atrapados con la bajada de la marea.
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Pasamos un momento por la tienda de souvenirs antes de volver a la furgoneta y poner rumbo a La Couarde su mer, donde pasaríamos aquella noche en una isla de ensueño.
Un lugar precioso, me gustó mucho llegar al final de la isla y encontrarme con ese imponente faro.