Las Cataratas Victoria -también conocidas como “el humo que truena”- son una maravilla que no debes dejar de ver si estás por el sur de África. Se pueden visitar tanto desde Zimbawe como desde Zambia, aunque debido a la actual situación en Zimbawe es más recomendable y seguro verlas desde Zambia. Yo me decanté por este lado, y se lo recomiendo a todo el mundo. Pero antes un consejo: si vas por allí, ponte un impermeable.
Yo, muy inocentemente, me llevé mi cámara envuelta en una bolsita de plástico para protegerla dentro de la mochila, por si acaso. No pensaba pasar por debajo de las cataratas ni nada de eso, así que supuse que como mucho me salpicarían un poquito. Ignoré los puestos en los que vendían impermeables; al fin y al cabo yo soy una aventurera y pensé que un poco de agua no podía hacerme ningún daño… Pues bien, pasé miedo, auténtico miedo. Para ver las cataratas más de cerca, hay que atravesar un puente estrecho que está entre dos barrancos.
Cuando llegué al puente empecé a notar una fina lluvia, pero una vez que puse el pie en ese puente infernal, fue más bien como un ciclón. Nunca he visto caer agua de esa manera. Intenté meterme la mochila debajo de la camiseta, pero en el micro-segundo que tardé en reaccionar, la camiseta ya estaba completamente empapada. Pensé en dar la vuelta, pero ya había andado unos pasos por el puente y a lo mejor no era tan largo. Además, ya no me podía mojar más y quería llegar hasta el final así que avancé. Levanté la vista para intentar ver donde acababa el puente pero era imposible, solo se veía blanco, además se te metía el agua en los ojos a pesar de llevar puestas las gafas de sol y no te veías ni los pies. Pies, por cierto, que estaban sumergidos bajo varios centímetros de agua que corría a toda velocidad por el puente de metal, amenazando con llevarse tus chanclas. Intentar agarrarte a la barandilla es inútil porque tiene una capa de “algo” por encima super resbaladizo. A todo esto hay que añadirle los vientos huracanados que soplan en lo alto del puente.
Al final, después de algunos angustiosos minutos en los que llegué a pensar que me ahogaba, conseguí alcanzar el otro extremo. Mi cámara no se había mojado (la bolsa sirvió para algo después de todo…) pero el resto de mis cosas estaban empapadas, incluido el dinero, que iba dentro de la cartera, que estaba dentro de la mochila, que llevaba protegida entre los brazos.
Esperé unos minutos contemplando las majestuosas cataratas hasta que reuní el valor suficiente para iniciar el camino de vuelta por el puente otra vez. Y lo conseguí. No me caí al río ni nada de eso.
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La verdad es que nunca me había costado tanto atravesar un puente, pero aprendí la lección: si vas a enfrentarte con una de las cataratas más imponentes del mundo, ve preparado para mojarte.