Pisé Rotterdam por primera vez en mi vida el Viernes pasado cuando el reloj se afanaba por dar las once campanadas que taladraran un cielo nocturno apagado por las nubes y una fina lluvia.
Fui directamente a mi hotel y a la mañana siguiente -y tras mudarme al alojamiento en el que pasaría otras dos noches- intenté visitar un par de museos del centro. El tema resultó ser misión imposible porque mi nombre no estaba incluido en ninguna lista de visitas para ese día. Cuando más tarde se lo comenté a Kim -nuestra guía que trabaja para la oficina de Rotterdam Marketing– achacó el problema al despiste general de las mujeres que trabajan voluntariamente en los museos. Ella les dio la lista pero quizás no se habían pasado el mensaje entre las conserjes.
Tampoco me pareció un contratiempo grave. Di un paseo por el Museumpark y me dirigí hacia Chinatown, que se centra sobre todo alrededor de la calle West Kruiskade.
Aclaremos: igual que lo llaman Chinatown podrían haberle puesto Surinametown, Northafricatown o cualquier cosa por el estilo. Que sí, que chinos haberlos haylos -como en casi todos sitios- pero hay un número casi mayor de Kebap restaurants, panaderías árabes, tiendas de joyas de Suriname, agencias de viaje africanas…E incluso un KFC y un ALDI.
A mi personalmente me encanta pasearme por estos barrios. El ambiente multicultural te llena los sentidos. Las tiendas marroquíes mostrando cajas con coloridas verduras, frutas y especias; los comercios africanos donde venden extensiones de pelo; los innumerables supermercados chinos. El público que pasea por las calles procede de países y mundos distintos y la calle cobra una vida inigualable.
Además ha sido la primera vez que he visto una colonia de gentes de Suriname, antigua posesión holandesa de ultramar.
El cielo se abría un poco por primera vez en el día y aproveché para deambular a paso de tortuga. Caminaba tan lento que parecía un borracho, quizá embriagado por el colorido.
En la mañana de ayer, Ana -mi gran compañera blogger de 3viajesaldía- y yo salimos del hotel tras un buen desayuno y caminamos tranquilamente hacia el Euromast de Rotterdam.
Habíamos tenido suerte con el clima al encontrarnos con una mañana soleada, y estas cosas, cuando te vas a subir al punto más alto de observación de toda la ciudad, se agradecen.
El Euromast es parecido al clásico pirulí de Madrid -en forma, que no en funciones-, el de Auckland o su hermano de Sydney. La torre tiene una altura total de 185 metros.
Marieke Rump -nuestra guía- nos explicó que fue construido en 1960. Ese año Rotterdam era anfitriona de Floriart: una feria mundial dedicado al tema de las flores y jardinería. La reina Beatriz -por entonces princesa- quiso construir algo que conmemorara el evento y ¡vaya si lo hizo!. Nada de una estatua y una placa o camisetas gratuitas con el logo de la feria. No, mejor una torre de 185 metros que sirva de restaurante, hotel y punto de observación. Más de 50 años después, ninguna otra construcción de la ciudad le puede hacer sombra.
Tomamos el ascensor en la planta baja y tan sólo 30 segundos después llegábamos a la primera plataforma de observación, a 100 metros de altura. A pesar de ser una mañana aceptable, la temperatura allí es unos 2 grados más baja que la que hay a ras de suelo y el frío hacía mella. Nos abrigamos bien mientras Marieke nos iba contando los pormenores e historia del Euromast y las distintas partes de la ciudad que contemplábamos desde nuestro nido con visión de 360 grados.
En esta parte hay dos suites en las que te puedes alojar por el módico precio de 385 Euros la doble por una noche. Con la cara bien pegada al cristal de la ventana comprobé que estás pagando la localización porque la habitación no es nada del otro mundo. El precio incluye champagne y desayuno y suele ser reservado por recién casados que, si no tuvieron vértigo por el matrimonio, quizá tampoco lo tengan por la altura.
Bajamos unos minutos al restaurante-brasería que está a 93 metros de altura. Es bastante grande y se pueden alquilar salas privadas para cenas de empresa o celebraciones.
Después de regresar a los 100 metros, tomamos un ascensor que nos llevaba a la plataforma rotatoria que sube otros 85 más. El descenso a nivel de 100 lleva unos 6 minutos en el que contemplas varias veces las distintas vistas de la ciudad desde tu asiento detrás de los cristales.
La entrada a la torre cuesta 9,25 Euros para adultos.
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Tras una hora en el Euromast, nos despedimos de Marieke y nos marchamos sin volver nuestra vista hacia la tienda de souvenirs de la planta baja. Ya sabemos que esas tiendas las carga el diablo.
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