Cuando uno pasea por el centro de la ciudad de Christchurch no sabe si lo está haciendo por el corazón de una de las urbes con más historia de Nueva Zelanda o el set de una película de miedo o suspense. Es algo parecido a la famosa imagen de la Gran Vía de Madrid vacía que vi en Abre los Ojos -de Amenábar- pero a pequeña escala y con los edificios y calles agrietadas de fondo.
Es el resultado de uno de los terremotos más devastadores de los últimos años.
Llegamos al aeropuerto a las 5.45 de la tarde, ya noche cerrada, y el bus nos dejó en Oxford Terrace, una calle adyacente al centro de la ciudad, no lejos de la carismática Cathedral Square. Era Domingo pero éso no justificaba la soledad absoluta que invadía las calles a esa hora de la tarde.
Intentábamos llegar caminando a un hostal que no parecía estar lejos pero la tarea nos resultó casi imposible cuando empezamos a encontrar calles cortadas por todos lados. Tras 20 minutos sin encontrarnos con ningún ser humano vimos a un hombre que paseaba a su perro. Algo que resultaría tan cotidiano en cualquier otra ciudad del Mundo aquí parecía totalmente surrealista. El hombre surgió del silencio y la oscuridad como una aparición de otro Mundo que ya no existía. Le peguntamos y nos indicó el gran rodeo que debíamos hacer para llegar al hostal…” Si es que aún está abierto” añadió. Lo estaba.
Encontramos a otro mochilero perdido que recorría las calles del centro sin encontrar nada abierto. Los tres nos cruzamos con una patrulla de policía que inspeccionaba una de las calles por las que no se podía pasar. Allí un grupo de operarios de una empresa de derribos estaba a punto de acabar la jornada y uno se ofreció a llevarnos con su furgoneta al hostal. Aceptamos y llegamos al hostal.
Lo que habíamos visto por la noche se confirmó al día siguiente.
Bajamos al centro andando y nos dedicamos a pasear por las calles por las que estaba permitido hacerlo. Casas abandonadas por todas partes, negocios con los cristales destrozados y grietas en las fachadas, trozos de calle agrietados y levantados, edificios antiguos casi destruidos y casi ningún alma humana.
Yo había conocido la ciudad en todo su esplendor en 2004 y no daba crédito a lo que veía.
Los operarios habían reiniciado su labor diaria y eran los únicos que estaban dentro de las zonas valladas. Pudimos leer carteles informando sobre inspecciones en las fachadas de las viviendas y algunas casas tenían pintadas estilo graffitti donde se leía “Don´t demolish”. El cartel de una consulta de un quiropráctico estaba tirado a unos metros en la acera, una iglesia que parecía antigua apenas conservaba sólo sus cimientos y una bonita casa particular nos enseñaba su interior sin tener que abrir la puerta, por una pared derruida.
El día era soleado y frío. Hicimos algunas fotos junto con otros visitantes que habían caído por la ciudad en su ruta por Nueva Zelanda. Muy poca gente viene ahora aquí a propósito.
Tomamos un bus de línea para ir a un centro comercial en busca de ropa de abrigo y parecía que estábamos en otra ciudad distinta. Fuera del centro se concentra ahora toda la vida de Christchurch. Es aquí donde aún se puede apreciar el latido de una ciudad normal.
Las labores de reconstrucción siguen su curso y espero que dentro de poco Christchurch vuelva a levantarse del todo.